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Cuarenta y uno.

Ocho días.

Ocho días en los que había aumentado de peso, en donde mis ojeras habían disminuido y mi aspecto lucia considerablemente mejor al que tuve después del parto. Sí, la antigua Barbie se reflejaba un poco en este cambio surgido al pasar de estos días.

Y en realidad, me sentía un poco... como la vieja yo.

Y no sabía si eso me gustaba, o me aterraba.

—Hora de partir —informa Luis.

Inspiro hondo y asiento, ya mis maletas y las de E están listas, todo en realidad, lo único que falta es...

—No quiero despedirme de ella —mi boca forma un puchero y se me hace pequeño el corazón.

E delante de mí con nuestra en brazos, me acerca a ellos para que la tome.

—Es difícil, pero piensa en que hacemos esto por su bienestar.

Asiento. Y es que tiene razón, lo hago por ella, por mí, por nosotras.

—Mami va a extrañarte bebé, pero pronto estaremos juntas nuevamente.

Sus ojos verdes se concentran en mí, y balbucea mientras con sus manitas estiradas me toma el escote del vestido.

—Te amo —beso su naricita haciéndola gritar y luego se la paso a Andrea quien la toma gustosa.

Andrea ama los bebés. E se acerca dándole un beso en una de sus manitas.

—Cuídala bien —le encarga a la castaña, ella asiente—. Luis estás a cargo, cualquier inconveniente llámame y por favor, no quiero ningún tipo de fallas.

—No las habrá Señor.

—Bien, confió en ti.

Le dice, y observamos por largos minutos a Tindara antes de alejarnos. Siento un sabor amargo al dejarla sola y detesto al gilipollas de Máximo por obligarme a ir a su estúpido viaje de negocios en Francia.

Al abordar el auto vamos directamente a un aeródromo. Luego abordamos un jet privado que nos traslada a Francia en cuestión de horas, en el transcurso del viaje E me da indicaciones de lo que debo hacer, me aconseja, me advierte y me pide de forma casi suplicante que no me meta en problemas porque no quiere matar a nadie y que Máximo quiera cortarle el cuello.

Afirmo que sí a todo, prometo portarme bien y al final, me besa de forma lenta y húmeda, poniéndome a apretar las piernas con el hormigueo que empieza a despertar en mi cuerpo. Me separa de él y me mira a los ojos.

—Siempre cerca de mí, ¿de acuerdo?

—Sí —asiento y lo atraigo nuevamente a mis labios.

Esta vez, el beso es un poco más rápido y lamo su labio inferior provocándolo, logrando lo que quiero y es que su lengua se abra espacio en mi boca. El corazón rápidamente se me acelera y me toma del cuello manteniéndome quieta para él, moviéndome a la medida que él quiere y apretando suavemente, haciéndome gemir suave cuando muerde mi labio inferior, luego lo lame y succiona.

Uno de los hombres informa que estamos por aterrizar, y la magia del momento va perdiendo fuerza cuando me veo obligada a separarme de él para abrocharme el cinturón de seguridad. Trago saliva intentando controlar mi respiración, sé que estoy sonrojada y con labios hinchados por eso observo la ventana.

—Bоин...

Unos dedos cálidos toman mi barbilla y me hacen observarlo, mientras un poco de turbulencia nos sacude, y cuando nuestros ojos se conectan, lo que ocurre es impresionante. Siempre lo es, siempre pasa y aun así no me acostumbro. No me acostumbro al sentimiento tan fuerte que me transmite su mirada, a todo lo que esa mirada significa, al electrizante choque que reverbera en mi cuerpo y me eriza la piel. Y creo que jamás voy a acostumbrarme.

Derecho a sanar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora