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Cuarenta y siete.

—Bоин... —siento una leve caricia en mi rostro y me muevo queriendo seguir durmiendo, no quiero abrir los ojos—. Bоин, despierta.

—No quiero.

—Amor, ya no me iré a Italia.

Esa oración me hace espabilar, y poco a poco abro los ojos. Me incorporo con su ayuda.

— ¿Qué?

Me estrujo los ojos y veo a un E borroso irse aclarando.

—No me voy, el viaje se pospuso para la otra semana.

— ¿Por qué?

—No lo sé, ordenes de Máximo.

Observo alrededor y aun no amanece, E esta vestido y lo jalo por la chaqueta.

—Ven a la cama, hay que dormir.

—Tengo que quitarme la ropa.

Lo ayudo torpemente porque estoy aun con las secuelas del sueño y se ríe terminando él todo el trabajo, se mete bajo las frazadas y me apego a su cuerpo, abrazándolo de un todo.

—Te amo Elías Isaac Monteverde Kazinski.

—No tenías que decir todo mi nombre.

—Cállate, arruinas el momento.

Suelta una pequeña risa —Te amo Bárbara Antonella Hauser...

—Sí, sí... ya entendí.

Se ríe aun más fuerte y termino riendo con él.

— ¿Me amas? —le pregunto, solo porque quiero escucharlo otra vez.

—Te amo.

— ¿Mucho?

—Te amo como un adicto ama la droga.

— ¿Qué más?

—Te amo como niño a juguete nuevo.

— ¿Sí?

—Sí, y te amo como un escritor ama crear poesía.

—Me amas mucho.

—Te amo mucho, mucho.

— ¿Me amarás para siempre?

—Hasta que mi corazón deje de latir, él siempre será tuyo.

—Mi corazón es tuyo —susurro, cayendo entre los brazos de Morfeo—. Hasta que deje de latir, siempre latirá por ti.

— ¿Siempre?

—Siempre...

(...)

Que E no se haya ido fue una gran sorpresa, pero una buena. Porque hoy, siendo el cumpleaños de Tindara, está siendo de mucha ayuda.

Amanecimos celebrando por lo alto, con el mejor desayuno y muchas fotos con la bebé. La fiesta ya está organizada, somos nosotros tres y los empleados, y la parte trasera de la hacienda tiene un enorme parque para ella sola, hay golosinas, una decoración increíble y su outfits es lo más tardado, ya que la muy caprichosa no quiere despegarse de su padre.

Así que siendo él el favorito de hoy ─por no decir de siempre─, es quien se está encargando de vestirla. Ya que no quiere dejarse tocar por más nadie.

Simona, Andrea y Antonia lucen preciosas, les compre unos vestidos y usaron mi maquillaje. Son una preciosura esta tarde y se me encoje el corazón al verlas, porque han sido un gran apoyo para mí todo este tiempo.

Derecho a sanar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora