Prólogo

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El ambiente se siente tan tenso, que fácilmente podrías cortarlo con un cuchillo. Me exaspera la incertidumbre de mi futuro, me enerva no poder hacer más que esperar un veredicto sentado en esta estúpida silla donde todos me miran a mi ─unos de forma discreta y otros no tanto─ y al juez que tiene mi vida en sus manos.

¿Es eso justo? No, claramente no lo es. Y sé que muchos dirán que sí, pero para mí, es una puñetera estupidez. Para mí que siempre me he salido con la mía, para mí que he tenido a quien yo quiera y lo que yo pida en la palma de mi mano. Y cuando te acostumbras a que con un chasquido de dedos puedes obtener lo que sea, es extremadamente agrio el momento en el que te contradicen o cuando te dan una negativa.

Mis agarrotados y tensos músculos me piden descanso, sin embargo me niego a relajarlos. Estoy furioso e indignado. Jamás en mi vida había cometido un error, nunca creí llegar a esto porque con mi inteligencia y audacia, siempre me he salido con la mía. Ah, pero tenía que hacerle caso a la zorra de mi hermana. ¿Y que gano yo con esto? Que me quieran refundir en la cárcel.

Maldigo un y mil veces el día en que accedí a lo que me suplicó. Esa hija de la gran perra es la culpable de esto, ella y...

— ¡Orden en la corte por favor!

El juez ─a quien cabe destacar quiero destripar─, intenta calmar al bullicio. Después de las pruebas eminentes que el abogado en mi contra presentó, este lugar se ha sumido en la locura. Debo decir que eso no me lo esperaba, creí que mi abogado tenía todo controlado y que saldría de esta, no obstante, el hijo de puta que quiere refundirme en la cárcel está dando pelea con uñas y dientes. Le tengo un hambre a él y a toda su descendencia por el mínimo hecho de meterse conmigo. Puede que solo este haciendo su trabajo, cosa que es mierda, porque si se hubiera dejado comprar le habría pagado el doble, ¡el triple incluso! Ah, pero el malnacido es un distinguido abogado honorable. Maldito y mil veces maldito.

Lo observo sentado en su lugar y quiero aniquilarlo con la mirada. Quiero ir hasta allá y rebanar su cuello, manchar su elegante esmoquin de su sangre y su expresión confiada eliminarla para siempre. Lo detallo por largos segundos, jurándome memorizar cada letra de su nombre y grabando su rostro en lo más profundo de mi mente. Si yo caigo, será hombre muerto.

Sí, soy culpable de todos los cargos de los que se me acusan, ¡¿pero y qué?! Nadie aquí tiene el derecho de enviarme a prisión, no sin antes sufrir la ira de Máximo Kazinski. Es mi jodida vida, me gano el dinero como a mí me dé la gana, ¡nadie tiene porque meter sus narices en ello!

Respiro hondo. Estoy colérico y eso no es bueno. Y yo solo espero por el bien de ese juez y de ambos abogados, que mi veredicto me saque una sonrisa y no una mueca furibunda, porque si no, habrá sangre.

Si no salgo de aquí con una sonrisa en el rostro, muchas cabezas rodaran. Y yo seré feliz de ejecutar como mejor me plazca.

Derecho a sanar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora