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Trece.

Creo que he aumentado considerablemente mi peso, y eso me gusta.

Los últimos días han sido un respiro de tanta mierda y por un lado me asusta, por el otro, simplemente quiero que siga siendo así para siempre.

Me he acostumbrado a la compañía de E, su presencia y las pocas palabras que compartimos. También he aceptado que ya no soy una persona cuerda, no cuando me gusta él. No cuando me siento bien a su lado.

Es decir, no es algo normal ¿cierto?, es una completa locura. Y, aun así, me niego a abrir los ojos. Ese chico es lo único meramente bueno que he obtenido de aquí. Porque aunque sea un extraño y un completo bipolar ─porque unas veces no me dirige la palabra y otras actúa de la forma dulce─, existe algo un no sé qué, que me hace sentir a gusto estando con él, teniéndolo cerca.

Últimamente lo he visto poco, desde ese beso que compartimos en el sofá frente a la chimenea. Solo ha venido a traerme la suficiente comida y algo de ropa decente, del resto, se marcha dejándome sola.

Me advirtió que no podría salir de aquí, que este lugar queda en la nada y que siempre le pasa llave a la casa, y lo comprobé las últimas veces que intente escapar. Después, desistí. No quiero que descubra que quiero huir y me castigue, me quite la comida deliciosa y el mullido colchón donde duermo. Así que no, no me he esforzado en escapar.

Ya se acerca la hora de la cena y sé que pronto va a llegar, así que voy hasta el baño a prepararme la tina con agua caliente. Ahora que tengo algunos productos y algo de ropa, intento siempre verme bien. Jamás me ha gustado lucir mal y ni secuestrada voy a permitirme el lucir horrenda.

Cuando entro al baño de nuevo, con la toalla y el shampoo en mano, el agua caliente ha empañado el espejo. Cierro el grifo, coloco todo lo que necesito en una silla cerca de la tina y me planto frente al espejo.

Al limpiarlo observo mi reflejo y veo un atisbo de la vieja Bárbara Hauser. Los ojos llenos de vida parecen querer volver y soy feliz al notar que empiezo a conseguir mi peso de siempre. La sonrisa me flaquea al ver todas las cicatrices que me han quedado a base de todas las torturas que he sufrido, y los ojos se me empañan pero me rehúso a derramar una lágrima. Inspiro hondo, dejo caer la bata de baño y sigo observándome en el espejo.

—Sigo siendo hermosa —me digo a mi misma, asimilando el hecho de que esas cicatrices nunca van a borrarse, o por lo menos no todas. Las internas siempre estarán allí, empañando mi ser—, solo son marcas de guerra. Sigo igual de preciosa.

Llevo mi mano a mi abdomen donde tengo una enorme cicatriz diagonal, recuerdo cuando la obtuve. Dolió como el infierno. «Vamos a marcarte princesa, para que si sales de esto, nunca nos olvides». Inspiro hondo cuando los gritos, el sufrimiento y las suplicas invaden mi mente.

—Siempre seré preciosa —mascullo, disipando el nudo amargo que se estaba formando en mi garganta.

— Глезен воин.

La voz ronca y el acento me hacen voltear rápidamente a la puerta, donde consigo a E. Trago grueso observándolo y su mirada me recorre entera. Estoy desnuda frente a él, pero en vez de cohibirme quiero que me vea, que note como he sobrevivido a tanto. Que alguien más que no sea yo, se sienta orgulloso de mi y de todo lo que he logrado. Que alguien que no sea yo note las arduas batallas que he luchado.

E se acerca con pasos lentos hacia mí, el vapor ha llenado toda la habitación y eso, incluyendo su presencia, tornan la estancia con una sensación de magnetismo y acaloramiento que me pone a respirar despacio.

Se detiene frente a mí y no me atrevo a elevar la mirada, así que miro fijo a su pecho.

— ¿Vas a darte un baño? —inquiere, tomándome de la barbilla obligándome a clavar mi vista en la suya.

Derecho a sanar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora