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Veintiuno.

El cuerpo entero me tiembla, e intento con todas mis fuerzas estar en calma. Justo ahora soy guiada por un hombre hacia seguramente una habitación. Su imponente espalda me da de lleno mientras camino siguiéndole el paso. Hemos atravesado todo el club y subido a un ascensor, que ha bajado hasta el último piso. Ahora, camino a lo largo de un pasillo. Se escucha música y visualizo varias puertas. Entramos a la tercera del pasillo a mi izquierda.

Y esto luce como un laberinto. Encuentro otras puertas y él ingresa a la primera. Esta vez, no hay mas pasillos ni puertas, solo una enorme estancia. Es una habitación.

La bilis sube a mi garganta y me trago el miedo. «Puedo con esto, puedo con esto y más».

— ¿Quieres algo de beber?

Niego —No gracias.

—De acuerdo, toma asiento anda.

Me señala la cama y con pasos dubitativos me acerco a ella. Él parece un experto en esto, mientras yo muero de miedo. Toco la mullida cama y lo observo con detalle. ¿Qué edad tiene? ¿25, 28? No parece tan viejo y tampoco tan joven. No lo sé.

—Me gusta tu acento, es leve, pero se puede percibir.

Carraspeo —Gracias.

Se sirve un trago y parece muy familiarizado con esta habitación. Seguramente ha estado aquí antes, seguramente ya ha hecho cosas en esta cama. Relamo mis labios secos, me pica la garganta. Creo que en cualquier momento sufriré un ataque de ansiedad.

—Pondré algo de música, ¿Qué tal si me bailas?

Se acerca a un estéreo —No sé hacerlo —no quiero hacerlo.

Se detiene y me mira, enarcando una ceja. Cambia su rumbo esta vez hacia mí, trago grueso. «Deja de temblar Barbie, basta ya».

— ¿Cómo no sabes? —Niega, y me ofrece su mano que con dificultad tomo—. Me es difícil de creer.

— ¿Por qué?

Su cuerpo se pega al mío cuando me jala hacia él y me sujeta de la cintura. Contengo la respiración.

—Alguien tan hermosa como tú, debe ser una experta bailando —sus manos recorren mis brazos y llega hasta mi cuello, deshace el nudo que mantiene sujeto el top que apenas me cubre, «dios mío, no»—. Solo mírate.

Se separa, dejando el top caer. Mi cuerpo adquiere una rigidez antinatural, es obvia para los ojos de cualquiera y más para él que está cerca.

—No sientas vergüenza. Eres hermosa.

Sus ojos me detallan y sigo inmóvil en mi sitio. No me atrevo a mirar otra cosa que no sea su rostro, y lo veo fruncir el ceño. Levanta su mano, llevándola a mi seno izquierdo y traza una leve caricia en él. De inmediato, lo recuerdo... «¡Las cicatrices!».

¿Cómo pude olvidarlo? Mi cuerpo entero está lleno de cicatrices, de todos los tamaños y las formas. ¿Cómo se supone van a prostituirme así? ¿Cómo un hombre va a desearme estando tan dañada? Mi reacción es rápida, me cubro y me doy la vuelta.

La respiración se me torna inestable. ¿Un ataque de pánico, justo ahora?, cierro mis ojos. No, no lo permitas Barbie, no puedes arruinar esto.

Mierda, van a matarme, o peor aún, torturarme hasta morir.

El calor de la palma de una mano, se posa en mi rostro y abro los ojos. Me encuentro con ese hombre, él que me ha traído aquí. Toma mi top, y lo acomoda en su sitio, haciéndome bajar los brazos. Luego, lo ata volviéndome a cubrir. La confusión me hace observarlo, sin comprender que está haciendo.

Derecho a sanar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora