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Cuarenta y tres.

Me veo frente al reflejo de la enorme ventana que da a una vista maravillosa en el hotel, intentando ignorar al hombre que tengo al frente, y que habla y habla sin parar. Y he descubierto que Máximo es un grandísimo idiota, no para de hablar nunca, y nuestra relación es más que extraña. Es decir, es el hombre responsable de todo mi sufrimiento, soy su ficha de venganza y aun así, justo ahora me habla como si solamente fuera una de sus tantas empleadas.

—Y debo admitir—continua con la diatriba—, que manejaste muy bien la situación. Lo que sí debes mejorar es esa amabilidad disfrazada, ¿lo finges cierto? —Ni siquiera espera que responda—. Sí, eres buena fingiendo, seguro por eso mi ahijado cree que lo amas o alguna gilipolles por el estilo —y no se calla—. Oh mira, ahí viene el cubito de hielo —se ríe—. Sabes, porque se derrite por ti, y toda la cosa—ríe un poco más—. Soy muy ingenioso.

E llega a la mesa y toma asiento. Había ido al baño por un momento, dejándome con el martirio de su tío, padrino, lo que sea.

—Ahijado, he olvidado decirte que al volver necesitamos cerrar un acuerdo.

— ¿Sobre?

—Italia me debe digamos que una cantidad exorbitante de droga, no pagaron, la quiero de vuelta —explica—. Y si se rehúsan a darme la droga o a darme el dinero, la pequeña Georgina sufrirá un poco las consecuencias de la irresponsabilidad de su padre.

Entender de lo que habla, me hierve la sangre. Parece intuirlo porque me mira y me da una sonrisa siniestra.

—Oh, no llores —aprieto los puños en mis muslos para no lanzarme contra él—. Así es el negocio de la mafia.

— ¿Te respondieron de Japón? —E cambia el tema.

—Sí —su sonrisa crece—. Me emociona tener armamento de primera muy pronto, incluso creo que puedo ensuciarme las manos un poco, porque quiero ser uno de los primeros en probarlos.

Mi chico oscuro enarca una ceja.

— ¿Sabes que no puedes exponerte demasiado, no?

Se encoge de hombros y sorbe de su café —No van a volver a encerrarme, créeme.

Ellos siguen dialogando y yo solo observo la vista e ignoro la mayor parte de la charla. Los minutos transcurren y quisiera saber que está haciendo mi princesa en estos momentos. La extraño.

—Mañana me voy a reunir con Antuen para cerrar el negocio —capto, y esta vez, presto atención—. Este último día le ha servido para decidirse, y cuando quede el acuerdo pactado, nos iremos a México.

¡Gracias a Dios!

—Bien.

—No te ilusiones, te necesito conmigo a la par, hay mucho que hacer al regresar.

Agradezco en el alma que yo no deba asistir a esa reunión, ya que la tal Lilieth ha salido con ellos los últimos dos días dejándome a mí sin ese peso de traducir a cada tanto. Por ello, anhelo que estos próximos días se vayan rápido para volver a casa.

Quiero estar con mi bebé.

(...)

No puedo creerlo. Simplemente no puedo creer esto.

Estamos en la celebración del cierre del trato, en una casa bastante excéntrica y costosa, sentados en el segundo piso con vista a la enorme piscina y Máximo está comprando a tres prostitutas.

E se mantiene fumando un cigarrillo a unos metros, y yo escucho las estupideces que dice el mafioso. Según él, una de ellas se va a quedar con Elías, y me rio internamente de su nivel notorio de estupidez.

Derecho a sanar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora