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Treinta y nueve.

Han pasado dos días desde que E llegó aquí con el demonio que se hace llamar su padrino, y desde entonces me he rehusado a salir de mi habitación. He permanecido aquí con mi hija y me niego a volver a verle la cara.

No por miedo, si no por rabia. Por furia cruda que corre por mis venas, y es tan intensa que él miedo a que esa misma ira me lleve a cometer algo de lo cual luego me arrepienta, me tiene aquí encerrada. En conclusión; me he declarado en cautiverio hasta nuevo aviso.

Las pesadillas me tienen hastiada, porque se han vuelto más constantes y estas ya no son un secreto para E, ahora es consciente de que las noches para mí son más una tortura que un descanso.

Las dos noches que ha dormido conmigo, ha notado cuánto daño me hacen los sueños horribles que me producen desvelo. Gracias a Dios que Tindara nunca se ha despertado por mis gritos. Nuestra bebé ahora duerme con nosotros, porque ni loca la dejo sola estando ese hombre en la misma casa que ella.

Mis días han constado en estar encerrada con ella. Simona, Andrea o Antonia me traen lo necesario hasta acá así que no ha sido difícil adaptarme a permanecer aquí dentro. Aunque sí extraño salir a dar paseos y observar como la brisa nocturna movía fuertemente los arboles, que aunque desde mi ventana pueda tener un vistazo, no es nada comparado a estar afuera.

Tindara ya duerme plácidamente pues caída la noche es como hacerla caer rendida, eso no me molesta, al contrario. E no sé donde se encuentra pues desde hace horas no sé de él, tampoco le pregunto porque sinceramente, no quiero ponerme en contexto con respecto a él y a Máximo, prefiero permanecer en tinieblas.

Me vivo repitiendo que puedo ignorar todo el entorno que me rodea y el destino que se supone me espera, con tal de estar segura que mi hija estará bien, a salvo. Mi subconsciente me recalca unas veces más que otras lo demente y estúpida que soy.

No digo que no tenga razón, me siento así la mayoría del tiempo.

Camino a la cama, donde me recuesto debatiéndome entre sí dormir o no, estoy cansada. Cansada de no poder dormir a gusto, y cansada en el sentido literal. Hoy fue un día agotador porque Tindara estuvo muy inquieta, y a mí me dejó exhausta.

Poco a poco el sueño va invadiendo mi sistema, y los parpados se me cierran. La bruma del sueño me envuelve y me dejo llevar, sintiéndome bien al sentir mi cuerpo descansar.

Navego en un limbo extraño, y de pronto me encuentro en medio de una habitación a oscuras, y el llanto de mi hija me hace entrar en estado de alerta. El corazón me galopa con fuerza y me muevo queriendo encontrarla con desesperación, pues su llanto no cesa, al contrario, parece tomar más fuerza.

—No llores bebé, mami va en camino —mascullo, observando a todos lados.

El sonido de su llanto se vuelve tan fuerte, que la cabeza me empieza a doler y me la tomo entre las manos, desesperada y sin saber qué hacer. Todo parece darme vueltas, y correr no me lleva a ningún lado, porque no la encuentro.

— ¿Dónde está? —me desespero, derramando lagrimas—. ¿Dónde está mi bebé?

Caigo de rodillas, cubriendo mis oídos porque el llanto se vuelve tan tortuoso que me lastima los tímpanos, me encorvo recibiendo la tortura que no me deja pensar, que no me deja reaccionar. Todo da vueltas y sigo a oscuras sin poder hacer nada, aturdida en el suelo.

—Ya basta —suplico, en medio del llanto—. Basta, basta...

De pronto, un silencio crudo invade la estancia, y poco a poco voy levantando la mirada. Recorro el lugar, y un miedo apabullante me carcome los huesos al verlo.

Derecho a sanar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora