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Treinta y dos.

Una mujer, a la cual le calculo ¿treinta años?, aparece en mi campo de visión junto a E, sus ojos caen en mí apenas ingresan y me repara de pies a cabeza.

—Tú debes ser Bárbara —dice.

No me muevo, porque quiero que sea ella la que se acerque a mí, y así pasa. E camina en mi dirección y por consiguiente ella igual.

Sigo con una sonrisa en mi rostro, y asiento.

—Y tú debes ser Paula.

Ladea su cabeza, reparándome sin disimulo por segunda vez.

—Debo decir que las fotos no te hacen justicia.

Mi sonrisa se ensancha.

— ¿Eso crees?

Su vista se posa en mi vientre abultado y sus ojos brillan.

—Ay, Elías —abanica su rostro observando a su hermano y luego a mí—. Ya se le nota.

E me toma de la mano, y me acerca a su cuerpo.

—Hoy fuimos al médico —le comenta.

Ella rápidamente se emociona.

— ¿Y qué dijo?

Decido interrumpir — ¿Por qué no vamos a la mesa?, la comida ya está servida.

Paula asiente y caminamos hacia el comedor, tomamos asiento y me siento satisfecha por como luce todo. Las empleadas se encargan de servir, y Simona se encarga de mi plato, ella rápidamente se ha aprendido mis gustos culinarios.

— ¿Cuándo sabremos el género? —cuestiona Paula, cuando empezamos a comer.

—Quiero saberlo un mes antes del parto —le respondo—. Así que por ahora será sorpresa.

Su ceño se frunce y sus ojos verdes caen en E, no son del mismo verde. El suyo no es tan impresionante.

— ¿Estás de acuerdo con eso?

Él termina de masticar la comida en su boca y asiente —Sí.

Pruebo el jugo de parchita y esta divino.

—Las parchitas que compraste estaban buenísimas —le hablo a E—. Simona me hizo una tarta riquísima y este jugo esta delicioso, pruébalo.

— ¿Quieres que te traiga más? —pregunta, sorbiendo de su vaso.

—Sí, ¿y sabes qué más? —Sus ojos se fijan en mí y le doy una diminuta sonrisa—. Helado de vainilla, con galletas.

Una sonrisa sesgada aparece en sus labios, y niega divertido.

—Niñita mimada —susurra, pero soy capaz de oírlo y estoy segura que su hermana también.

— ¿Qué tal la comida Paula? —me dirijo a ella, ignorando deliberadamente las palabras de E.

Ella fija su mirada en mí y engulle su comida —Deliciosa —contesta, después de tragar.

Mantengo una charla suave con E, mientras su hermana pasa unos minutos en silencio, hasta que vuelve a hablar.

—Debe ser duro para ti.

Me habla, y alejo el plato vacío, tomando un pequeño bol con ensalada. Sí, mi apetito es una cosa tremenda últimamente.

— ¿A qué te refieres? —cuestiono, engullendo un pedazo de pollo.

Ella le da un sorbo a su jugo antes de hablar.

Derecho a sanar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora