Tres.
Me quedo estática al observar a tres hombres, vestidos completamente de negro frente a mí. Mi corazón sufre una sacudida dolorosa ante el miedo y juro que me tiemblan las piernas cuando uno de ellos, me sonríe a través del pasamontañas y se acerca lentamente a mí. Yo retrocedo por inercia y sostengo con fuerza el bolso entre mis brazos.
—Hola muñequita —dice él, con su voz pastosa y rara—. Ven aquí...
Mis ojos recorren a los tres hombres rápidamente y a la camioneta negra detrás de ellos, y mi primer instinto es correr.
«¡Huye!» me grita el subconsciente, y eso hago.
Me doy la vuelta y empiezo a correr con todas mis fuerzas. Escucho una maldición y luego pisadas fuertes, así que sé que me están siguiendo. Mis piernas se mueven lo más rápido que puedo, observando detrás y a los lados, pero la calle desolada me hace querer vomitar.
«¡Mierda! Parece que se han tragado a todo el mundo»
Veo a lo lejos un local que parece estar abierto a estas horas, y corro más rápido. Agradeciendo internamente a la perra de mi profesora de gimnasia por hacerme correr por horas a lo largo de la cancha como castigo por no querer obedecerla.
Mis pulmones claman por descanso pero aun así no me detengo ni miro atrás porque mi objetivo es llegar hasta ese local. Y cuando siento que no falta nada para saborear mi victoria, suelto un grito aterrador. Porque la jodida camioneta se ha atravesado en mi camino, ¡por encima de la acera! Y me obstruye el paso.
Me detengo con el corazón desbocado y la respiración irregular, y cuando estoy por darme la vuelta y seguir corriendo, vuelvo a gritar. El tirón brusco en mi cabello me hace arquearme y lucho cuando me toman por detrás, y colocan una mano en mi boca.
—Quieta princesa —me hablan al oído y la repulsión es inmensa.
Sigo pataleando hasta que otro hombre baja del auto y me toma, evitando que mueva mi cuerpo de forma brusca. Aun así, no me rindo y muerdo con fuerza la mano del hombre que me sostiene aun. Este gruñe de dolor y maldice.
Aprovecho que mi boca esta libre para hablar.
— ¡O me sueltan ya malditos animales, o lo lamentaran!
Él que me sostiene de frente se ríe y es una risa rara y mecánica, mi ceño se frunce. Y lo observo con asco cuando me toma de la cara con una mano y aprieta mis mejillas con fuerza.
—Yo que tu cerraría esa boca, o quien lo lamentará serás tú.
Sigo sin comprender porque sus voces suenan tan extrañas, sin embargo, me concentro en infundirles temor.
—Mi padre es un hombre muy importante, y si descubre que me tienen, se las verán caro —amenazo—. Así que suéltenme.
El neandertal que tengo detrás me toma por el cabello tan fuerte que hago una mueca y sigo mirando furiosa al tipo frente a mí, quien sonríe cínicamente.
—Déjame golpearla hasta que aprenda a medir sus palabras —dice el estúpido que me maltrata el cuero cabelludo.
El otro aprieta con más fuerza mi rostro y me examina —Nah, sabes que no puedo hacer eso —me da un beso en los labios y lo escupo—. Perra malcriada —suelta con rabia, limpiándose la cara—, tienes suerte de que el jefe no quiera que te toquemos ni un pelo... —se ríe y alborota mi cabello—, aun.
Chillo cuando me levantan y me guían al auto, grito y pataleo en vano porque me lanzan al interior de la camioneta donde otro hombre espera por mí y por más que intento saltar del auto en movimiento, me retienen, esposan mis manos y tapan mi boca con un trapo que amarran por detrás.
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Derecho a sanar ©
Mystery / Thriller«El brillo puede apagarse, la esperanza y la fe pueden acabarse, y aún así el espíritu y el alma se unen aferrándose a la vida, rugiendo con ferocidad para no quebrantarse, luchando con monstruos internos que a simple vista no se ven, sobreviviendo...