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Seis.

El dolor punzante en mi cabeza me despierta y abro los ojos. Lo primero que hago es echar un rápido vistazo a mi alrededor y luego la ventana, donde el sol aun se filtra. Aun es de día, así que no he dormido tanto.

Me siento en la cama y me duele el cuerpo, mis ojos se cristalizan cuando llegan los recuerdos y sacudo la cabeza queriendo apartarlos. Mi estomago gruñe y recuerdo que no he comido absolutamente nada desde que me levanté el día de hoy.

Queriendo ir por comida, me intento levantar pero el dolor me detiene. Inspiro hondo y el intento queda a medias, minutos después vuelvo a intentarlo sin embargo, me detengo. Esta vez, no logro levantarme porque mi vista capta la charola que reposa en la mesa de noche. ¡Y está llena de comida!

Casi brinco de felicidad cuando la tomo y descubro que es un rico almuerzo. Hay pasta con salsa y queso, rodajas de pan y una ensalada de pollo. También hay jugo y esbozo una sonrisa temblorosa. Me doy cuenta de que dos pastillas reposan en la charola muy cerca del vaso, así que las tomo rápidamente.

Cuando pruebo el primer bocado mi estomago lo agradece.

—Oh Dios —los ojos se me empañan pero de felicidad porque no había podido comer algo así de delicioso en días.

Me devoro todo en cuestión de minutos efímeros, y esta tan rico que quisiera aparecer más comida para volver a degustarla. Por último, me tomo el jugo en un santiamén, y cierro los ojos disfrutando de este momento de alegría. Hay que atesorarlos porque nunca se sabe cuando se volverá a estar embarrado en estiércol.

Me quedo quieta, sin saber qué hacer. Me duele el cuerpo aún. No sé qué será de mí ahora porque una corazonada me dice que no me vienen cosas buenas y eso me hace tener miedo de mi futuro.

Pienso en papá y en mamá en que deben estar haciendo ahora, en cómo deben estar de preocupados. En Quentín, en Abby y en todos los que me conocen. El recuerdo de mi presentación me parece algo insignificante ahora que estoy aquí y la posibilidad de salir se me hace mínima. Recuerdo mis palabras: «Quiero que esta noche sea inolvidable». Y vaya que lo fue, si me secuestraron.

El ruido de la puerta me pone alerta, y como impulso tomo el tenedor, no obstante, mis alarmas se desactivan cuando en vez del animal que me violó, encuentro a «E» cruzando la puerta. Se detiene cuando se da cuenta que estoy despierta y enciende la luz.

Me acostumbro a la nueva iluminación mientras se acerca.

—Tenías hambre.

Comenta, observando mi plato y le doy una enorme sonrisa recordando lo deliciosa que estaba la comida y lo feliz que me hizo devorarla.

—No tienes idea, ¡todo estaba riquísimo! Y esa ensalada, ¡dios mío! Como extrañaba comer ensalada.

Capto un atisbo de sonrisa que desaparece rápidamente y asiente.

—Bueno, de nada entonces.

— ¿Tu trajiste la comida? —le pregunto, mirándolo desde abajo.

—Sí —carraspea—. Sé que puedes pensar que soy una mala persona, y no te equivocas, pero si hay algo que no tolero es el maltrato o violación hacia una mujer.

Trago grueso porque por un momento, ese tema se me había olvidado. Me abrazo a mi misma cuando los recuerdos vuelven con más fuerza y decido enfocarlo.

—Gracias —le digo, con sinceridad.

—Por nada. ¿Te tomaste las pastillas?

—Sí.

—Bien.

El silencio que se extiende es un poco raro e incomodo, así que decido distraerme para que mis pensamientos no me terminen sofocando.

Derecho a sanar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora