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Treinta.

Mi cabeza duele, palpita de dolor y suelto un bajo quejido cuando al abrir los ojos la luz incandescente me da de lleno. Mis ojos se cierran de nuevo, y parpadeo nuevamente intentando acostumbrarme a la luz del foco que tengo encima, solo que esta vez, no hay luz. O por lo menos, no es tan intensa. Esta vez, la sombra de un cuerpo se cierne frente a mí.

El contraste con la luz no me deja reconocerlo; no obstante, la fragancia que se cuela por mis sentidos, me hace saber la identidad de la persona frente a mí.

—E... —musito, en tono bajo.

Él se acerca a mí, y sus manos toman mi rostro. Sus ojos, tan intensos como siempre, me dan de lleno y traza una caricia lenta por el contorno de mi rostro.

—Hola Bоин —susurra, el acento marcado y la voz gruesa envían un escalofrío a mi cuerpo.

Mi corazón se acelera y aprieto sus manos, convenciéndome de que esto no es un sueño. Esta aquí.

— ¿Cómo me encontraste?

Una sonrisa surca sus labios.

—Te dije que nos pertenecemos, tarde o temprano, de una forma u otra, yo siempre voy a encontrarte.

Intento incorporarme un poco más, pero fracaso soltando otro quejido bajo. Mi cabeza duele tanto.

—No te muevas —me regaña—. Que no quiero tener que llevarme otro susto de muerte.

Eso me hace sonreír, y lo observo extrañada.

— ¿Un susto?, ¿Por qué?

Me da una mala mirada.

—Porque alguien quiso dárselas de heroína y terminó con una contusión en la cabeza.

Me encojo de hombros.

—Una contusión no va a matarme, a este paso, creo que me he vuelto inmortal.

Su mirada toma un brillo extraño y relame sus labios. Su boca se abre para decir algo, solo que no puede hacerlo, porque la puerta se abre y la señora que me atendió hace... ¿unas horas?, ingresa a la habitación.

En sus manos trae varios papeles, y su cara no augura nada bueno. Se apresura hacia nosotros con rapidez, mi cara se contrae en preocupación al notar como todo su cuerpo irradia algo que se siente incorrecto.

— ¿Qué sucede? —interroga E, su cuerpo ha tomado una posición defensiva y su rostro esta inexpresivo; pero lo conozco. Detrás de toda esa coraza fría y vacía, está sintiendo.

—Hay algo que tienen que saber con urgencia —pronuncia, detenidamente y alternando la mirada en ambos.

Con mucho esfuerzo, hago acopio de toda mi fuerza y me impulso para poder sentarme. E rápidamente me ayuda y no paso desapercibida su mirada reprobatoria.

— ¿Qué pasa? —inquiero—. ¿Me hizo los exámenes?, ¿hay algo mal en mí?

Ella toma uno de los papeles, y pasa su vista hacia él, luego su mirada cae en nosotros y no comprendo que tiene esta señora que luce tan aterrada y mortificada al mismo tiempo. Su silencio exaspera a E.

— ¡Hable ya! —exige, presionándola.

Ella inspira hondo y abre la boca —Como todo examen rutinario, le hicimos muestras a su sangre y... los resultaron dieron con algo que... —niega, acercándose a mí y entregándome el papel, lo tomo en mis manos—. Señorita, los resultados de sangre han confirmado que está embarazada.

El mundo parece ralentizarse y las dos últimas palabras, resuenan en mi mente una y otra vez.

«Embarazada»

Derecho a sanar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora