Treinta y uno.
—Quiero helado —le suplico—. Helado de vainilla con galletas de chocolate, por favor.
Me da una mirada cansada y hago un puchero.
—Por amor a Dios, Bárbara —me regaña—, te acabaste un pote entero hace unas horas.
—Por favor —alargo la última palabra, lloriqueando.
Suspira con pesadez y se cruza de brazos.
—Pediré que lo traigan —voy a cantar victoria cuando habla de nuevo—. Pero, solo si te tomas la sopa que te prepararon.
Mi ceño se frunce en disgusto.
—No me gusta esa sopa y lo sabes, pídeme otra cosa y lo haré, comerme esa asquerosidad no.
Rueda los ojos y se acerca a mí, empujándome de la cara y haciéndome caer de espaldas.
— ¡Oye! —refunfuño.
—Eres una quisquillosa.
Sonrío, sacándole la lengua y se va dejándome sola en la habitación. Me toco mi vientre que empieza a crecer, ya se nota un poco el embarazo y nada me tiene más feliz. Y aunque el cambio es pequeño, que se perciba pone a latir como loco mi corazón.
Estoy en México, en una enorme hacienda que E ha preparado solo para mí, el personal me trata como la señora y eso me tiene el ego elevado. No sé exactamente porque, pero es así.
Aunque muchas veces, me siento sola. No tengo a nadie conocido aquí, a excepción de él y no siempre está conmigo. Últimamente es que ha pasado más tiempo aquí, cuando llegamos, se la pasaba afuera. Pero lo comprendo, tiene mucho por lo que trabajar.
A su familia no le cae en gracia que el hijo que concibió, sea conmigo. No sé como sentirme al respecto, no siento algún tipo de miedo porque me ha quedado más que claro, que él jamás dejaría que algo malo nos pasara, solo es incomodo que el motivo de discordia sea yo.
Aun así, me ha dejado claro que tiene todo en orden.
Me levanto, aquí hace bastante calor así que mi rutina de todas las tardes se ha basado en combatir la calurosa temperatura con la enorme piscina que se encuentra en el patio. Voy hacia el closet, que está equipado de todo tipo de ropa y busco un traje de baño. Encuentro uno enterizo de color negro y me lo coloco, encima me pongo una bata playera y tomo una toalla.
Salgo, caminando por los pasillos y en la cocina me encuentro a Simona.
—Señora, ¿no tomará la sopa?
—No, mejor llévame a la piscina algo delicioso para comer.
—Pero señora, recuerde la dieta que...
—Simona, por favor —junto mis manos—. No me hagas preparármelo yo misma, ¿sí?
Ella suspira, dándose por vencida.
—Está bien.
Le sonrío ampliamente —Gracias.
Continúo con mi camino, yendo hacia el área de la piscina y coloco la bata junto con la toalla en una de las tumbonas, para luego ir hacia la escalera. Desciendo dejando que el agua refresque mi cuerpo.
Me mantengo en la parte baja y nado poco, sumergiéndome de vez en cuando. Simona aparece minutos después con una bandeja en mano. La deja en una de las mesas cerca de la orilla y se retira cuando le agradezco.
Salgo a comer, destilando agua y se me aliviana la saliva al ver el clubhouse, las papas fritas y la ensalada cesar, también hay jugo de durazno. Tomo asiento, engullendo la comida.

ESTÁS LEYENDO
Derecho a sanar ©
Misterio / Suspenso«El brillo puede apagarse, la esperanza y la fe pueden acabarse, y aún así el espíritu y el alma se unen aferrándose a la vida, rugiendo con ferocidad para no quebrantarse, luchando con monstruos internos que a simple vista no se ven, sobreviviendo...