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Cuarenta.

— ¿Qué se supone que debo ponerme?

—Una bolsa de basura.

Lo observo, detenidamente y su rostro luce estoico, serio, sin nada de burla siquiera en sus ojos.

— ¿Hablas en serio?

—Lo hago.

Bufo, incrédula a sus palabras y me cruzo de brazos dándole la espalda al closet y toda mi atención a él.

— ¿Y por qué debería colocarme una bolsa de basura para la cena?

—Para que nadie te vea —se encoge de hombros, respondiendo con una facilidad absurda.

— ¿Y ahora? —Inquiero, enarcando una ceja—. ¿Cuáles son tus celos enfermizos?, todos allá fuera me han visto, a diario —recalco, porque es así, todos ellos ya están acostumbrados a mí y mi presencia en esta casa—, en pijama e incluso en bikini. Me llaman señora, me respetan.

E rueda sus ojos, como si lo que acabo de decir fuera en verdad una tontería.

—No lo digo por ellos Bоин.

— ¿Lo dices por...?

No me deja terminar de pronunciar mi interrogante, porque continúa.

—Allá fuera hay hombres que si bien conozco, no me rinden respeto a mí y tampoco me obedecen. Obedecen a mi padrino, y son una amenaza.

Eso me deja inmóvil, evaluando cada una de sus palabras. Al ver mi largo silencio, continua hablando.

—No es que diga que van a matarte o hacerle daño a mi hija, solo que hay que tenerles cuidado. Mientras ellos y Máximo estén aquí, hay que estar alertas —explica—. Por mucho que la situación la tenga controlada, siempre hay que estar preparados, no confío en todo mundo, los que me son leales son pocos y cuando se trata de ustedes debo estar dos pasos por delante siempre. Así que si te colocas una bolsa de basura, me sentiría mucho más relajado, no hay que llamar la atención.

De pronto, el ambiente se ha puesto tenso y proceso todo lo que ha dicho, E tiene razón. Aquí hay que ser siempre más astutos, ir por delante. Dejo ir el aire con lentitud, y decido que no quiero más ratos amargos o presiones, o mientras llega la hora de la dichosa cena, así que me concentro volver la atmosfera ligera.

—Mentiroso —le sonrío—. Tu solo quieres tenerme para ti solito y que nadie más ponga los ojos en mi.

Me mira con fijeza y me estremezco con la pesadez de su mirada. Y lo que creí iba a soltar una sonrisa y un comentario como «ya quisieras», resulta ser una afirmación de su parte, junto con una voz ronca.

—Atrapado, realmente eso es lo que quiero.

Mi cuerpo cosquillea porque la declaración me ha debilitado las piernas, y tómenme como una estúpida hormonal; pero sus palabras junto a su voz gruesa y mirada penetrante, me han dado ganas de saltarle encima y...

Unos toques en la puerta nos sacan del trance.

— ¿Quién? —pregunto.

—Señora, la cena será dentro de quince minutos —dice Simona del otro lado—. Vine a informarle.

— ¡Gracias Simona!

Dice unas cuantas palabras antes de retirarse, y observo el closet nuevamente.

—Bien, algo que llame cero la atención. Entendido.

(...)

Se siente extraño y a la misma vez reconfortante salir de la habitación, sin embargo, la idea de volver dentro se me hace tentadora cuando me siento en una misma mesa con Máximo Kazinski, responsable de mis maltratos y violaciones los últimos meses.

Derecho a sanar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora