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Dos.

—Señorita Bárbara su vestido ha llegado.

Ruedo los ojos y le arrebato el vestido a Ophelia, quien me mira temerosa.

—Ya te dije que es Barbie, no «Bárbara», ¿es que tengo que repetírtelo cuantas veces?

Ella asiente nerviosa y le cierro la puerta en la cara. Es nueva, así que aun se adapta a las reglas. Mi nombre es Bárbara Antonella Hauser, y muy pocos me llaman por mi nombre ya que todos me conocen como Barbie. Solo mis padres me llaman de ese modo, y cuando se cabrean me dicen Antonella.

El apodo surgió cuando era pequeña, porque según todos soy la Barbie hecha persona. No lo niego, la verdad es que el parecido es inmenso. Cabello rubio, ojos azules y labios rosados, además tengo dinero, lujos y mucha ropa, lo que toda Barbie tiene. Algunas veces me molestaba que me compararan pero luego entendí que con eso no lograba nada. Es inevitable que lo hagan.

Creo que de tanto la gente moldearme, me convertí en eso que ellos a simple vista pueden describir sin conocer. Una chica guapa con dinero y caprichosa, ¿y quién soy yo para esforzarme en demostrar que no es así? No quiero agotar energías, quienes en verdad me conocen saben que detrás de mi persona no solo hay eso, también hay una chica de gran corazón.

— ¡A verlo! —las chicas me devuelven a la realidad y me doy la vuelta reuniéndome con ellas.

He comprado cinco vestidos, cinco de los cuales no sé cual elegir. Mis amigas han venido a ayudarme. Ya me he probado todos y este es el último.

— ¡Esta precioso! —chilla Abby.

— ¡Si no te gusta lo quiero!

— ¡No, yo lo quiero!

Empiezan a pelear las otras dos y las mando a callar.

—No peleen par de bobas, me iré a cambiar y luego me ayudan a escoger.

Asienten y así lo hago, observándome en el espejo de mi enorme closet. Creo que este, de todos los demás es el que más me gusta. Es sumamente perfecto, delicado y hermoso. Con piedrería, escote en forma de corazón, la falda corta parece un tutu alrededor de mi cintura y cae de una forma preciosa, ¡estoy enamorada!

—Creo que es este —les digo al salir.

Y todas adulan y confirman que este es el indicado. Luego de verme en todos los ángulos vuelvo a cambiarme y guardo los cinco vestidos, se siente la tensión entre las chicas y sé que esperan que les regale alguno pero tengo otros planes para ellos.

Cada año dono vestidos a los institutos públicos para que las chicas que no tienen uno para el baile de graduación puedan usarlos. He donado más de treinta desde hace dos años porque sin exagerar mamá cada que podía me compraba un vestido nuevo solo porque salía en temporada. Aun tengo algunos, los más recientes que he comprado, pero estos siento que le sacarían una sonrisa a cualquier chica y es lo que quiero, alegrarle la noche a todas las que pueda.

Ya faltan dos días para el evento donde me presentare, me verán muchas personas y eso no me pone nerviosa, lo que sí lo hace son mis padres. Estarán allí y quiero hacerles pasar una noche inolvidable. Sorprendentemente han pasado más tiempo en casa, eso me asombra, aunque no quiero ponerle mucho cuidado porque si me pongo a pensar mucho en eso puede que se me arruine la felicidad.

La noche llega y las chicas se van, me encuentro con Quentín cuando salgo a caminar por el conjunto residencial para apreciar la luna llena que luce esplendida en lo alto y se une a mi caminata.

— ¿Ya elegiste el vestido?

— ¡Sí! —la emoción tiñe mi voz y él me sonríe—. Te vas a enamorar más de mí cuando lo veas.

Derecho a sanar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora