Cuarenta y cuatro.
Las últimas semanas en la hacienda han sido aunque ajetreadas, tolerables. Máximo no ha molestado mucho, ahora se la pasa más fuera que en casa. Elías me ha hecho falta, ahora que el demonio de su padrino necesita de él, tiene el tiempo contado. Pero aun así, la compañía de mi hija y de las empleadas me ha hecho la estadía más amena.
Hace ya un mes de nuestro viaje a Francia y por lo que veo, Máximo logró su cometido cerrando el trato que quería, conmigo no ha hablado al respecto y lo agradezco, oírlo hablar es como hacerme sangrar los oídos, literalmente. Que hombre más insoportable.
«Quisiera extirpar sus ojos y apuñalarle el estomago».
—Señora...
La voz de Antonia me saca de mis sangrientos pensamientos. La observo frente a mí.
— ¿Sí?
—Le decía que ya tengo su postre listo y la compota para la bebé.
Cierto, ya lo había olvidado.
Asiento rápidamente —Enseguida salgo.
Ella me sonríe y se retira de mi habitación. Ni siquiera note cuando entró.
La puerta queda abierta, como la tenía antes de su aparición y solo me hago un moño desprolijo para tomar a Tindara que está en su cuna distraída con su móvil. Suelta un balbuceo y me toma un mechón de cabello cuando la tomo.
—Hora de la merienda bebé.
Me alejo, caminando hacia el corredor donde me esperan las chicas. Ellas ríen y comentan no sé qué, me dejo caer en la tumbona y siento a Tindara en mis piernas.
—No sé de qué ríen pero quiero ponerme al tanto —les digo, y ellas sonríen—. ¿Siguen molestando a Simona sobre Oscar?, porque la mujer un día solo renunciará y me abandonará por tanto bullying de su parte.
Finjo una expresión molesta y Simona se ríe muy fuerte.
—Señora, jamás la abandonaría.
—Eso espero —respondo, alimentando a la bebé que se desespera al probar la primera cucharada, eso me hace reír—. Eh, calma fiera, tienes muchas municiones no comas ansias.
Las chicas ríen.
—Igual de glotona que su madre.
—Cállate Andrea, si te descubrí hace no mucho mordisqueando mis galletas —la acuso y le tapa el rostro con ambas manos, me contengo las ganas de reírme de ella.
— ¡Fue solo una! Y no es mi culpa que se vieran tan deliciosas.
Sigo alimentando a mi hija, mientras Antonia murmura un «idiota» y Andrea la golpea.
—Vale, vale... no te culpo —y de hecho, no lo hago. E se destacó con esas galletas—. Mi chico oscuro es el mejor consintiéndome.
—Y eso sí que es verdad —comenta Antonia, Simona asiente en acuerdo.
—El señor la ama mucho —me dice, y sus ojos cargados de sabiduría me recuerdan a mi madre, siempre que la miro, es como si un instinto maternal emanara inexplicablemente de ella—. Usted tiene suerte.
Lo pienso, y sí. Es decir, no tengo la mejor historia de romance, si es que romance se le puede llamar. No obstante, el amor que E siente por mí es, aunque enfermizo y extraño, muy fuerte y honesto, además de ello, ese amor trajo al mundo a la luz más brillante, mi Tindara hermosa. Y de eso definitivamente no me arrepiento. Jamás lo hare.
— ¿Cómo es que...? —Observo a Andrea que no culmina su pregunta y enarco una ceja.
— ¿Qué...?
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Derecho a sanar ©
Mystère / Thriller«El brillo puede apagarse, la esperanza y la fe pueden acabarse, y aún así el espíritu y el alma se unen aferrándose a la vida, rugiendo con ferocidad para no quebrantarse, luchando con monstruos internos que a simple vista no se ven, sobreviviendo...