Veinte.
Un vuelo, un vuelo a quien sabe dónde.
Duró muchas horas, así que supongo hemos salido de Europa. Sabrá Dios a donde me están enviando. Cuando aterrizamos, lo primero que hicieron los gigantes hombres que me acompañaban, fue sacarme del avión y lanzarme a otra camioneta.
Ya me estoy acostumbrando a eso último.
Ahora, estamos conduciendo, rumbo a quien sabe dónde. Y debo admitir que estoy nerviosa, muy nerviosa. He salido del país y la diferencia horaria es muy notable. «¿Dónde estoy?»
Aparcamos, lo sé porque el auto se detiene. Oh, ¿olvidé mencionar que tengo una bolsa negra en la cabeza?, soy tomada por el brazo con brusquedad y hago una mueca. Esta gente contrata a puras bestias. Camino hasta llegar a un ascensor y cuando las puertas del mismo se abren, es que dejo de ser privada de mi vista.
Me encuentro con una habitación, llena de mujeres casi desnudas. El alboroto es inmenso, corren de aquí para allá y solo se detienen al observar a los hombres que tengo a cada lado.
—Niñas, quítense del medio.
Mi ceño se frunce, ¿está hablando inglés? Una mujer, muy atractiva y con un atuendo diminuto aparece en mi campo de visión. Ambas nos evaluamos sin disimulo alguno y sonríe.
—Bien grandulones, pueden largarse que yo me hare cargo.
Sí, está hablando inglés. ¿Es que estoy en Estados Unidos?
—Ya sabes las reglas, llama al jefe si tienes algún inconveniente.
Le dice el gigante, también en inglés. Soy dejada sola en medio de todas las mujeres y permanezco inmóvil.
— ¿Entiendes algo de lo que te digo? —inquiere la mujer, dando una vuelta a mi alrededor.
—Sé hablar inglés perfectamente —le respondo.
Ella sonríe enormemente.
—Excelente, escúchame bien y presta atención porque solo lo explicare una vez —empieza, quedándose frente a mi—. A partir de ahora, deberás obedecerme en todo lo que te diga, vestirás como yo lo diga, actuaras como yo lo diga y lo harás sin rechistar.
»Eres una prisionera, por lo tanto, solo debes callar y obedecer. Iras aprendiendo rápido, y si no lo haces, te castigaré y si desobedeces, te castigaré, pero tú no quieres eso, ¿verdad? —no me deja responder—. ¡Alice! —Llama a una chica, quien aparece en segundos frente a nosotras—. Ve a preparar a la nueva y explícale como vivirá de ahora en adelante, llévamela a la habitación cuando este lista.
—Si Madeleine.
La pelirroja me toma del brazo y me guía lejos. No entiendo absolutamente nada, pero decido que lo mejor es no protestar y permanecer callada. Llegamos a una especie de camerino y nos encierra allí.
— ¿Hablas inglés?
—Sí.
Asiente —Genial, mejor para mi —hace una mueca—. Él español no es muy de mi agrado.
Elevo las cejas, ella parece ser muy simpática. ¿Qué hace en un lugar como este?
—No entiendo que hago aquí.
Muerde sus labios luciendo pesarosa.
—Déjame te explico —señala un sillón—. Toma asiento.
—Estoy bien.
—Como sea —ella si se sienta—. Estas en un casino —mi ceño se frunce, ¿un casino?, ¿por qué?—. O bueno, debajo de un casino. Veras, los dueños utilizan la fachada de casino, para despistar a las autoridades, debajo de él hay pisos subterráneos. Estamos en uno de ellos ahora.
— ¿Entonces, que es este lugar?
—Un... prostíbulo.
La miro sin poder creérmelo.
— ¿Qué?
—Sí, uno de los mejores del país. Aquí no es como los otros, aquí las personas son libres de mostrar sus fetiches raros sin temor a ser juzgados. No es como los prostíbulos comunes, también hay un club.
— ¿Qué pasara conmigo?
—Eres una prisionera, así que deberás obedecer en todo lo que Madeleine te ordene. Aun no sé cual será tu función aquí.
El pánico y el miedo se abren paso en mi sistema, dejándome sin aliento.
— ¿Van a prostituirme? —miles de escenarios fatalistas invaden mi mente—. Debo salir de aquí, debo...
El pecho se me comprime y el aire no llega a mis pulmones. La sensación de asfixia me embarga por completo.
—Oye, tranquila —siento las manos de Alice en mi rostro, lagrimas de temor invaden mi mirada—. Respira, vamos.
Me insta a hacerlo y lo intento pero fallo. No puedo, no puedo respirar.
—Hazlo conmigo, ten calma.
Vuelve a intentarlo y me enseña cómo. Invitándome a respirar al mismo tiempo que ella. Empieza un conteo e intento seguirla, esta vez, si entra aire a mis pulmones. El alivio es casi palpable.
—Otra vez, vamos...
Inhalo, y exhalo con lentitud. Así lo hago hasta que el miedo es solo una sombra y aunque mi corazón siga latiendo rápido, ya puedo respirar con normalidad.
Alice me mira comprensiva —Tienes que escucharme —su voz suena dulce y amable ahora—, no sé porque razón has terminado aquí y pareces ser una buena chica, así que préstame mucha atención —asiento con una leve sacudida de cabeza—. En este lugar, existe gente muy mala. Y la principal es Madeleine, ella es una mujer cruel y sin escrúpulos, por ello debes hacerle caso en todo —hace una pausa—. Eso si quieres sobrevivir aquí, porque créeme cuando te digo que sus castigos son los peores de todos.
Evoco en mi mente todo por lo que he pasado. Las torturas, las violaciones, el maltrato.
—Pero, ¿van a obligarme a...?
Me observa con tristeza —No lo sé nena, solo sé que si quieres salir de esto, debes hacer todo lo que te pidan. Solo así llegaras lejos.
(...)
Me han vestido con tan poca ropa, que me siento sumamente expuesta. Alice se encargó de maquillarme, vestirme y darme indicaciones de cómo debo actuar. Y ahora me lleva a donde la jefa. Es decir, Madeleine.
Estoy aterrorizada, no puedo negarlo; sin embargo, recuerdo las palabras de E. «No les demuestres miedo».
Al abrir la puerta, ella me empuja suavemente dentro y cierra la puerta. Lo último que me regala es una mirada amable y comprensiva.
—Muy bien —dice Madeleine cuando me detalla por completo—. Me gusta cómo te ves, perfecta para los sádicos con sed de niñitas ricas.
No respondo, simplemente me quedo ahí. De pie, callada.
—Voy a explicarte cual será tu función, Bárbara.
Bien, sabe mi nombre.
Claro que lo sabe, estúpida. Te tienen secuestrada, se me burla el inconsciente.
—Todas las noches, iras con las demás chicas al club —explica—. Allí, atenderás a los clientes, les servirás tragos, les darás masajes, cariñitos —hace un ademan con sus manos—, todo lo que ellos te pidan. Nadie pagará por tus servicios, porque eres una prisionera, así que vas a obedecerle hasta a él más pobre. Si no lo haces, vendrán las consecuencias.
»Y si alguno quiere llevarte al siguiente piso, donde está el prostíbulo, tu aceptas. Lo único que tienes que decir es «sí», nada de negarse o te las veras conmigo, y no quieres eso. Tu único descanso es para ir al baño, ni pienses en escapar porque de aquí no hay escapatoria.
»Siempre debes tomarte esto —me entrega una capsula, llena de pastillas—. Todas las noches, no queremos a un bastardo en tu vientre, ¿bien? Eso es lo básico que debes saber, del resto iras aprendiendo. Y otra cosa, en el día, trabajaras limpiando el desastre que dejen en el casino. Ahora ve con Alice —aplaude con fuerza—, rápido, rápido...
Me doy la vuelta y salgo de allí, encontrándome con Alice quien me sonríe.
—Vamos, mejor pronto que tarde.
Inspiro hondo apretando mis puños, intentando controlar el temblor en mis manos. «Puedo con esto».
(...)
No puedo hacer esto. Es... horrible.
Llegué aquí hace media hora, Alice me dio una breve explicación y un consejo: «está atenta, siempre. Y jamás bajes la guardia, observa a tu alrededor y así aprenderás rápido».
Es lo que he hecho la última media hora. Este lugar es enorme, el ambiente me asfixia y se parece a un club al que una vez fui escapada con mis amigos, solo que aquí se respira perversión y maldad. Esta parcialmente oscuro, la música inunda todo el lugar y hay mujeres semidesnudas caminando de aquí para allá.
Yo me he escabullido como puedo, evitando el contacto con todos los hombres que hay en este lugar. He visto desde hombres jóvenes, hasta viejos decrépitos. Me asusta lo desconocido que es esto para mí, la poca ropa que llevo y lo que pueden obligarme a hacer. He observado como las mujeres los besas, los tocan y se dejan tocar. La repulsión que he sentido es enorme.
¿Cómo pueden servirles de esa manera?, les llevan tragos, les bailan... es todo tan horrendo. Tan asqueroso, como ellos las miran solo con lujuria y hambre. Hambre de ellas. ¡Es un asco!
Por Dios, no estoy acostumbrada a esto. Ni un poco, jamás había visto como entre tres hombres toquetean, besan y se frotan a una mujer. Y ella parece tan feliz, tan a gusto. Incluso se deja chupar los senos en la oscuridad de aquel rincón.
¿Es que no me dijo Alice que en el burdel es que hacían estas cosas?, ¿no pueden irse a una habitación?
Quito la mirada, perturbada, cuando uno de los hombres ingresa su mano en la mini falda de la mujer. Las ganas de vomitar son inmensas.
— ¡Aquí estas!
Me asusto, dando un salto. Mi corazón late con fuerza, pero siento alivio al ver a la pelirroja.
—Nena, no puedes estar aquí —me regaña—. Si Madeleine no te ve, haciendo lo que se supone debes, va a dejarte calva —me toma de la mano, obligándome a caminar—. Ve allí y complace a alguien, si no quieres a los viejos, no te les acerques e intenta no dejarte ver. Pero has algo, ¡lo que sea! y que Madeleine te vea cuando aparezca —le da un vistazo al lugar y vuelve a mí—. Va a llegar pronto, ¡ve!
Me da un empujón, y termino en medio del club. El miedo me deja inmóvil, no puedo hacer esto.
«Debes prometerme una cosa, que serás fuerte». Las palabras de E invaden mi mente, «Vas a ser mucho más fuerte de lo que ya eres, y vas a esperar por mí». Su voz cobra más fuerza, lo que me dijo repitiéndose en mi mente.
Debo hacer esto, debo demostrarle que puedo. A él y a mí misma. Soy más fuerte de lo que creo, y él vendrá por mí. Solo debo esperar un poco.
Con eso en la cabeza, visualizo el entorno, un tanto insegura. ¿Qué debo hacer?
Me muevo con pasos lentos y casi pego un grito al sentir una mano rodearme el brazo. Rápidamente me volteo hacia la persona, descubriendo a un hombre joven y atractivo frente a mí. Trago grueso, con el corazón desbocado.
En su rostro aparece una sonrisa sesgada. Le doy un rápido recorrido, «tiene dinero».
— ¿Estas ocupada? —inquiere, y solo me limito a negar—. Bien, ¿podrías atenderme? —vuelvo a asentir y se ríe levemente—. ¿No hablas? ¿Cuál es tu nombre?
Pestañeo, mi mente maquinando rápidamente un nombre para decir. Alice me dijo que tenía terminantemente prohíbo decir el mío.
—Antonella.
¡Estás loca!, ¿no pudiste decirle otro nombre?, me regaña la vocecita que ha decidido molestarme toda la noche.
El hombre sonríe y me obliga a caminar, aun con su agarre en mi brazo —De acuerdo, Antonella —llegamos a una mesa solitaria, él toma asiento dejándome de pie—. Me atenderás esta noche.
— ¿Qué quieres que haga? —cuestiono. No sé cuál es la mejor manera de actuar, así que solo hago lo que se me ocurre.
Su sonrisa se ensancha. En realidad, es atractivo.
—Por ahora tráeme un vaso con ron. Dile a Estrella que lo prepare para mí, ella sabe cómo me gusta.
Asiento y me retiro, sintiendo su mirada en mi. «Jesús, dame fuerza».
Llego a la barra y le indico a Estrella, la mesa donde está el hombre, porque no me dijo su nombre. Descubro que se apoda Dafoe, y me parece a ver escuchado antes ese nombre. Pero no es un nombre, es un apellido.
¿Será ese su apellido?
No me detengo a pensarlo mucho, con una bandeja donde tengo el ron, camino hacia él. Me apresuro, intentando no pasar muy cerca de las otras mesas y respiro mejor cuando llego frente a él. Le sonrío, aunque me parece no me sale natural, y dejo la bandeja en la mesa.
—Aquí tienes.
Recuerdo la voz de Alice, recordándome el ser amable con ellos.
—No eres estadounidense, ¿cierto?
Me mantengo de pie y bajo la mirada para observarlo.
—No.
— ¿De dónde eres?
Dudo unos instantes, ¿debo decírselo?
—Europa —le respondo, sin especificar más a fondo.
Bebe de su vaso y me detalla de pies a cabeza. Me siento completamente expuesta, porque solo traigo una falda y un top a juego y son piezas minúsculas. Mi cabello largo, esta suelto y me llega a lo bajo de la espalda y los tacones que estoy usando estilizan mis piernas.
—Una europea, es la primera vez que te veo por aquí.
—Llegue hoy.
Asiente lentamente, dándole un trago más largo a su bebida.
—Me gustas —dice, invadiendo a mi cuerpo de una sensación helada al escucharlo—. ¿Qué tal si pasas la noche conmigo?
El miedo se asienta en mis huesos, el pánico me deja muda. ¿Qué hago?, ¿Qué le respondo?
Una voz a mi derecha me salva de responder, sin embargo, el alivio dura poco. Es Madeleine.
—Dafoe, gustosa de tenerte por aquí —se dirige al hombre, quien le sonríe. Ella posa su mirada en mí y vuelve la atención a él—. ¿Cómo se está comportando mi nueva chica?
—Perfecto —responde—. No me comentaste que ella vendría.
—Ha sido una sorpresa —le explica, sonriente—. Y veo que te la has tomado solo para ti, no seas egoísta.
Él se levanta, mostrando su imponencia. Es alto.
—Siempre quiero lo mejor para mi —se acerca a mí, y solo permanezco quieta en mi sitio. Desliza su mano por mi brazo hasta tomar mi mano y me obliga a dar una vuelta, obedezco con la mirada de ambos encima—. Y ella me gusta.
—Excelente, es toda tuya si quieres.
Madeleine no duda en hacerle saber, llenándome el pecho de una pesadez nauseabunda.
La mirada del hombre se desvía de mi rostro hacia un punto a mis espaldas.
—Parece que mis amigos me necesitan —me aparta el cabello del hombro—. Vuelvo pronto.
Y se va, dejándonos solas. La tensión es evidente en mi cuerpo, y Madeleine lo nota.
—No seas rígida —me regaña, acomodándome el cabello—. Y será mejor que no decepciones a Dafoe, es uno de mis mejores clientes. Ahora ve a cambiar ese hielo, rápido.
Hago lo que me pide y me voy a la barra, la cubeta es llenada por hielo nuevo y me quedo quieta. Debo volver allí, pero no quiero.
«Puedes hacerlo, has pasado por cosas peores», me aliento a mí misma. Empiezo a caminar hacia la mesa.
Alguien me toma del brazo por segunda vez. Solo que no es el mismo hombre, es otro, pero igual de atractivo. Me sorprenden lo oscuros que son sus ojos.
—Ven conmigo —habla, empezando a llevarme en dirección contraria.
Pasamos cerca de la pista de baile, que no está muy llena y sin embargo, hay personas bailando. No entiendo quien es este hombre o a donde me lleva e intento poner resistencia.
—Suélteme —exijo, intentando zafarme.
—Hey, cálmate —se voltea hacia mí, y me oculta en un rincón oscuro. Su cuerpo cubriendo el mío—. He venido a ayudarte.
¿Ayudarme?
— ¿Qué?
—Sí, no vengo a hacerte daño —voltea hacia atrás y vuelve su vista a mi—. Escucha, me ha enviado E, a asegurarme que estés bien.
El saber que aun estando lejos, se está preocupando por mí, me hace calentar el pecho.
—Quiero irme de aquí —mi rostro se contrae en preocupación—. ¿Dónde está él? ¿Cuánto estaré en este lugar?
—Tienes que calmarte, él no puede hacer mucho por ahora —creo que puede notar la desilusión en mi rostro—. Sin embargo, no se quedará con las manos quietas. Ha dicho, que vendrá por ti y que solo tengas paciencia y tolerancia.
— ¿Quién se supone que eres?
—Llámame West —se presenta, sonriendo—. Tu mejor aliado en este lugar.
—Un hombre quiere llevarme con él esta noche —me apresuro a decir, sintiéndome indefensa.
Maldice entre dientes —Eso no le gustará a E —sacude la cabeza—. Bien, ¿crees poder estar con él?
— ¿Qué?, claro que no, ¡es un desconocido!
West vuelve a maldecir, asiente.
—Bien, intentare ayudarte. Compraste tal vez, ¿Madeleine sabe que ese hombre quiere llevarte?
—Lo sabe.
Veo la expresión en su rostro, y sé que no augura nada bueno.
—Demonios, entonces estamos jodidos.
Mi corazón cae en picada — ¿Qué?, ¿Por qué?
Hace una mueca —Te dijo que te fueras con él, ¿no?
Asiento, con un nudo en la garganta.
—Significa que debes hacerlo. Ella es la jefa y no podemos levantar sospechas, aquí debes hacer lo que ella ordena.
— ¿Eso quiere decir...?
Me da un asentimiento leve —Sí, pasaras la noche con ese hombre.
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Derecho a sanar ©
Mystery / Thriller«El brillo puede apagarse, la esperanza y la fe pueden acabarse, y aún así el espíritu y el alma se unen aferrándose a la vida, rugiendo con ferocidad para no quebrantarse, luchando con monstruos internos que a simple vista no se ven, sobreviviendo...