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Veintitrés.

Estoy nerviosa, muy nerviosa. Esta noche es mi presentación y justo ahora me estoy preparando, porque así empezaré la noche. Y luego de terminar me pasearé por el club a buscar clientes. O mejor dicho, atraer clientes.

El uniforme poco decente de colegiala demuestra mucha piel, demasiada piel. Las dos coletas dejan mi cabello en alto haciéndolo lucir más corto de lo que es y el maquillaje me hace parecer una adolescente atrevida.

Soy literalmente un fetiche andante.

De esta presentación dependen muchas cosas. Madeleine quiere enviarme abajo, al prostíbulo donde no he puesto un pie al que le tengo miedo. Descubrí que las mujeres de aquí se turnan para bajar. Unas semanas le toca a unas y otras a las demás. Alice estuvo allá abajo justo unos días antes que llegara yo, así que aun no le corresponde bajar.

Ella me ha dicho, que allí es otro nivel de morbosidad. No le gusta estar abajo, pero es lo único que le toca, es eso o perder el trabajo que le da de comer. No tiene a nadie más en este mundo, solo a ella misma. Es triste porque es muy bonita y podría hacer una vida lejos de aquí, pero no sé las razones de porque no lo hace.

Me levanto, alejándome del tocador y mirándome al espejo. Inspiro hondo y cierro los ojos. «Puedo hacerlo, soy fuerte. Puedo con esto».

Tocan la puerta del camerino.

—Es hora.

Helena me espera y camina conmigo, rumbo al club. Abigail ya está ahí cuando entramos, y el ambiente oscuro y la música me dan de lleno. Madeleine aparece, mirándome de pies a cabeza.

—Excelente —felicita—, te anunciare —me explica— y del resto ya sabes que hacer.

Se marcha y me voy a mi posición. El escenario esta oscuro y nadie nota cuando me coloco en él. Hay un tubo que usaré solo para apoyo, no bailaré en él ni nada por el estilo. Las luces se apagan de pronto y la voz de Madeleine hace presencia.

—Bienvenidos señores, espero la estén pasando de maravilla esta noche —el bullicio que se escucha a continuación es ensordecedor—. Hoy, les he traído un espectáculo especial —todos silban y aplauden, murmuran cosas que no entiendo—. Así que espero disfruten.

Y la música empieza a sonar, iluminando el escenario donde me encuentro. Inspiro hondo, «puedes hacerlo». He estado ante miles de personas ya antes, en presentaciones de piano y canto. Esto no es nada para mí, y no voy a permitirme hacer el ridículo. Eso jamás.

Empiezo a moverme acorde a la música, dejando fluir mi cuerpo. Sigo la coreografía al pie de la letra y me digo a mi misma que estoy en mi habitación, no frente a una multitud de hombres sádicos y hambrientos de sexo.

Me concentro tanto, que apenas soy capaz de percibir el ruido a lo lejos. Acaricio mi cuerpo, sonrío, pestañeo y hago un Split que me deja en el suelo. Siempre he estado en forma, y nunca había dejado las clases de gimnasia hasta que me secuestraron, así que soy bastante flexible.

Me levanto con gracia, yendo hacia el tubo. Lo tomo, juego con él y me refriego con el mismo. Todo lo hago como me indicaron, y aunque esté poniendo todas mis fuerzas en pensar que no estoy donde estoy y en la situación en la que estoy, el miedo y esa vocecilla en mi cabeza me dicen que si me equivoco, lo lamentaré.

Finalmente, la música cesa. Termino en la posición indicada y las luces se apagan. Salgo del trance, respirando algo agitada. Los aplausos que se escuchan, son fuertes. Silbidos, halagos y demás, de parte de todos ellos.

Bajo del escenario caminando hacia la barra. Necesito agua, y además, este es el plan. Venir aquí y esperar a ver quién me aborda, quien ofrece más por mí.

Derecho a sanar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora