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Aine

Dicen que en un rompecabezas cada pieza encaja en su lugar y que no hay forma de cambiar la imagen que se proyecta al final. La imagen ya está definida. He armado rompecabezas desde que tengo memoria, al inicio empezaba armando pequeñas partes por separado para poder irlas juntando mientras avanzaba. Más tarde mi tía me explico que era más fácil formar el marco, pues con el marco las piezas tendrían donde sujetarse desde el comienzo.

Jamás cuestione lo que mi tía decía. Tal vez exista una persona con la misma afición que me diga que esta técnica es un error o que ni si quiera es una técnica para armar los rompecabezas. O quizá se ofenda por mi forma de armarlos.

- ¿Aine? -levante la cabeza – te decía que eres buena armando el rompecabezas.

- Te lo dije Tom -levante las manos- soy buena en esto.

- ¿Quieres hablar de algo más hoy? -pregunto.

- A veces me olvido de que eres mi psicólogo. -mire las flores secas en una esquina- No, de hecho, no. Yo te he contado todo lo que me paso en la semana. No tengo nada más que analizar por hoy.

- ¿Segura? -volvió a preguntar.

- Si -lo mire directamente- ¿puedo irme ya?

- Claro, nos vemos la semana que viene. -asentí, tomé mis cosas y salí del consultorio.

Mi madre estaba tan avergonzada de que una de sus hijas necesitase terapia para seguir con su vida que contrato al mejor psicólogo del otro lado de la ciudad. Con mi mochila azul en los hombros me despedí de Lucy, la secretaria de Tom. Tanto ella como Tom tuvieron que firmar un papel de confidencialidad una de las tantas exigencias de mi madre.

Su forma de querer ayudarme estaba más cerca de querer esconderme. No me cambio de colegio porque tuve suerte de que ese día mi tía estuviese presente y convenciera a mi madre de dejarme vivir con ella. Obviamente, que su hija necesitada de terapia para lidiar con su vida viviese con la doctora de la familia le pareció el paraíso a mi madre. Juraría que la idea le hizo completamente feliz.

Llevaba una semana en casa de mi tía y odiaba que todo lo que conocía estuviese al otro lado del puente. Ni siquiera podía conducir. Debía recorrer el puente de casi cuarenta minutos a pie. Miré al final de la calle, la gran avenida que separaba los suburbios de la ciudad.

- Si que eres buena escondiendo cosas madre. -hable- Demasiado buena diría yo.

Tome mi móvil del bolsillo revisando los mensajes, esperaba tener un mensaje de mi novio. Alguna señal de que estaba vivo y dentro de la ciudad. Nada. Abrí el chat y observé todas sus respuestas monosilábicas. Poco común para alguien que es considera un rapero.

Hace un mes me había pedido un tiempo, le pregunté rectamente si quería terminar. Estar a la deriva en lo único que parecía ser estable en mi vida era lo peor que me podía pasar. Se negó, digo que jamás había pensado en terminar, que solo necesitaba tiempo para aclarar algunas cosas. Cosas que no me podía contar, obviamente.

Le mandé un mensaje, nada interesante. No esperaba una respuesta, así que daba igual lo que le escribiese. Entre al chat grupal con sus amigos e hice lo mismo. Obtengo más información de ellos, así que no tenía nada que perder.

Estaba tan absorta leyendo y respondiendo sus mensajes, que al tropezar tomo todo mi equilibrio no besar el suelo. No podía decir lo mismo de mi teléfono. Di un paso para tomarlo, pero una cabellera pelirroja lo tomo antes. Juré que no solo rompí el teléfono, sino que también me iban a robar. Y esperaba, con toda mi desgracia, que fuese solo el teléfono.

- Eres la sobrina de la Doc., ¿verdad? -su voz contrastaba totalmente con todo el negro de su vestimenta.

- Si, gracias. -tome el móvil de sus manos. Un tatuaje en forma de trébol con cuatro hojas adornaba su mano derecha.

- Soy Morfeo. – No podía creer que alguien llamase así a su hijo. En un mundo donde todos se vuelven crueles un nombre ten llamativo era tentar a la suerte. Supongo que mi expresión dejo a la luz mis pensamientos– Si, a mi padre le encanta leer. Pero mis amigos me llaman...-una voz más grave hablo detrás de mí y quise golpearme por dejarme engañar de esa forma. El pelirrojo estaba solo distrayéndome...

- Los amigos lo llamamos Feo -definitivamente no estaba cuerda y el reírme de eso lo hizo más que evidente.

Di un paso a un lado para poder ver a la persona que estaba tras de mí. Igual vestido de negro de la cabeza a los pies, se parecía mucho al pelirrojo. Un poco más alto, más corpulento y de cabello negro. Aunque podía asegurar que tenía pequeñas líneas azules en el negro. Paso su mano por su cabello colocándolo todo para atrás. Su ceja tiene un corte, pecas adornaban su nariz y una parte de sus mejillas. Y un tatuaje de un trébol junto a su oreja izquierda parecían completar la estética de su rostro. ¿Es un trébol azul?

Todo su aspecto gritaba soy el malo no te metas conmigo. Pero su rostro, la forma en con la que miraba a su amigo era como si se hubiese equivocado de ropa ese día.

- ¡oye! -lo empujo el pelirrojo- Mi segundo nombre es Salvatore, puedes decirme así.

- Creía que solo tus amigos te decían así. -el pelinegro levanto la ceja, parecía divertirle mi respuesta, volvió a mirar a su amigo.

- Como somos vecinos, pensé que... -no terminó la frase solo levanto los hombros.

- ¿Eres el hijo de Aiden? -asintió, mire al otro chico- ¿También tú?

- No, soy como una visita. -dijo.

- Él es Dante, por cierto -dijo Salvatore. Asentí, no sabía que más decir. Mi habilidad de socialización se había roto hace varios meses. 

- Debo irme. Fue bueno conocert...los.

Los dos chicos solo asintieron como despedida y yo seguí mi camino a casa de mi tía. Antes de cruzar la calle regresé a mirarlos. Salvatore caminaba junto a su amigo, la diferencia de altura se hizo más evidente en ese momento. La cabeza del pelirrojo estaba cerca de las orejas de su amigo. 

Se dio la vuelta mientras los miraba. No fueron mariposas lo que sentí en ese momento, sentirlas no era bueno. No sé como describir la sensación que nació en ese momento. Parpadee varias veces, parecía que algo había cruzado entre nosotros.  Si solo les hiciera caso a mis instintos y mi curiosidad se quedase sentada, no estaría esperando saber más. 

El sonido del semáforo indicándome que podía cruzar la calle me saco de la burbuja en la que entre al momento de encontrarnos. Me di la vuelta y sacudí un mi cabeza como queriendo botar a un lado los pensamientos sobre Salvatore y su amigo, Dante. 

Another loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora