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Zoe

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Zoe

Si dijera que solo me tiene encerrada físicamente estaría mintiendo porque ocupa mi mente también y este no sale de ella.

Ser culpable de algo que no hice es como firmar una sentencia de muerte sin tenerla merecida, pero también quiero pensar que, pase lo que pase es porque así tenía que suceder.

—Me alegra verla de vuelta, señorita— la mujer del servicio me subió el desayuno y su sonrisa es tan bella y me trasmite tanta confianza que me siento bien por unos pocos segundos.

— Gracias, señora.

—¡Oh, no! Solo llámame, Ana.

—Ana... vale. ¡Gracias, Ana!

Su mirada va dirigida a mi cabello húmedo y me pide permiso para desenredar mi melena. Al principio me extrañé, pero luego asentí y ella parecía feliz.

—Eres muy bonita, no dudé que usted sería la salvación de mi señor.

—¿Salvación? No, Ana, eso es imposible. Yo solo quiero salir de aquí y no volver a ver a ese hombre en mi vida.

—Si él te quiere cerca es por algo, jamás había hecho con ninguna mujer lo que está haciendo contigo, créeme que llevo a su lado muchos años.

— Ese hombre no tiene sentimientos, lo que tiene en el pecho no es un corazón, sino una piedra— añadí y la voz de este se escucha a centímetros de mí.

—No te equivocas, mi corazón es más duro que la piedra, así que te doy la razón— le indica a Ana que se marchará dejándome temblando de miedo y a la vez me sentía avergonzada, ya que mi cuerpo solo estaba cubierto por una toalla.

—Yo...

—Tú, nada. Pero debes de saber algo— se acerca a mi oído—. Seré tu peor pesadilla, conocerás las consecuencias de un corazón duro y entonces me pedirás que acabe contigo con un tiro en la sien.

Mi piel se enfrió desde los dedos de los pies hasta la nuca y giré ligeramente mi mirada hacia él y a nada de sus labios nos miramos y todo lo extraño nos rodeó haciendo que éste no dejara de mirar el horizonte de mis labios.

—No me asustas— musité lentamente y me mostró una pequeña y rápida sonrisa que creo que fue como si hubiera visto las puertas del infierno.

—Me gusta que no lo estés. Eso quiere decir que estamos cortados del mismo hilo.

Yo jamás sería como él, nunca secuestraría ni mucho menos tomaría en mi poder la vida de alguien.

—Jamás sería como tú, y ahora aléjate de mí.

Volvió a mostrar la misma sonrisa de antes y lo empujé lejos de mí, pero sin esperármelo agarró mis manos y las puso detrás de mi espalda, haciendo que mi cuerpo cayera boca abajo sobre la cama y este se posicionó encima y me hizo temblar por la forma que me tenía.

—No pases los límites, si no quieres acabar donde anoche.

La toalla se abrió, siento como sus ojos recorrían mi espalda.

—No me puedes tener aquí para siempre, no tengo nada que ver con la deuda que tienes con el señor Richard, solo soy amiga de su hija, por favor, suélteme, me lastima.

— Llegaste por error y yo no cometo errores.

— Suélteme, por favor.

Tardó en reaccionar, pero segundos más tarde me soltó con brusquedad y se alejó dejándome con una descarga eléctrica que me recorrió la piel.

—Conoce tu lugar.

Me incorporé como pude y me volví a cubrir el cuerpo—. ¿Y cuál es mi lugar? — mis ojos se llenaron de lágrimas.

Me miró perdido y antes de contestar alguien lo llamó—. Señor, es la hora.

Sin mirar a ese hombre, este asiente y me da una última mirada.

Yo no soy como él porque estoy aquí rogando por algo que sé que no va a ceder, no llegaré a nada por mucho que me hiciera la valiente porque me demostró que con él nadie juega. Por muy que lo confronte no dejará que «su error», ósea yo, me vaya como si nada.

Su mirada calcula cada acción, mueca y palabra que sale de mí, su forma de estudiarme es de alguien frío, sin emociones y a la vez maliciosamente provocativo con su forma de dominar mi piel.

—Eres tonta, Zoe— me digo a mí misma al volver a mis sentidos, ¿a quién quiero engañar?, mi vida, ya perdió rumbo a su lado.

—Eres tonta, Zoe— me digo a mí misma al volver a mis sentidos, ¿a quién quiero engañar?, mi vida, ya perdió rumbo a su lado

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