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Edgar

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Edgar

Jugar a dos bandos no es nada fácil, siempre tenía que estar atento para que nada saliese mal y para eso debía de estar construido con mucha sensatez.

—Señor, Edgar— llega a mí el hombre que hasta ahora le estoy preparando el peor castigo que jamás recibirá de nadie, él es el asesino de mi padre.

—¿Hay algún inconveniente? — pregunté haciendo que borre esa sonrisa de idiota.

—No, señor, solo quería saludarle y bueno conocer a la joven que lo acompaña.

A sus sesenta años el muy condenado sigue conservándose fuerte y sin que la vejez lo dejara en el suelo, después de tanto su peor castigo está a punto de tocarle, haré que muera y reviva para matarlo de nuevo hasta que suplique que lo mate de una vez.

—Zoe, mi amor, te presento al mayor hijo de puta que existe entre la mafia italiana.

Este sonríe como si lo hubiera halagado, pero Zoe ensancha los ojos y me mira avergonzada.

—Es usted exquisita, señorita— busca su mano para dejar un beso en el dorso de este, pero antes de pegar sus labios sobre la mujer que me enloquece le retiré la mano a Zoe.

—No es necesario, mi novia se dio cuenta lo caballeroso que eres.

Sonreí de lado mirando a Zoe y este se aleja molesto.

—¿Desde cuándo soy tu amor? — me regaña apretando los dientes.

—Desde que llegaste a mí por equivocación.

La dejé sin palabras.

Bingo, miro a lo lejos y el hombre que esperaba me saluda desde la distancia, Antón, mi próxima víctima como inspector.

—Es un gusto volver a verte y que podamos cerrar el acuerdo que teníamos pendiente.

—Lo estuve pensando y las ganancias de este irán dirigidas a una cuenta necesitada por decirlo de alguna manera. Quiero que la transferencia se haga de manera anónima— le explico, pero este no entiende nada.

—No entiendo, pero eres el rey y el que manda— terminó por decir y brindamos a su salud, lástima que después de esa transferencia lo único que quedé de este ser es el uniforme de la cárcel.

—¿Puedo ir a tomar el aire? — me preguntó Zoe.

No era buena idea, claro que no lo era y menos en ese lugar.

—Prefiero que sigas a mi lado.

—Edgar, por favor.

Me suplica con la mirada, pero no cedo.

—No me trates como niña, no te di derechos sobre mí. Suficiente que me retienes en contra de mi voluntad.

Arrugué las cejas y miré a los lados para luego inclinar mi cuello hacia su oído—. No necesito pedirte permiso para ser lo que soy ahora.

—No eres nada— me reta.

—¿Estás segura?

Tarda en contestar, pero luego lo hace y se asegura que no soy nada para ella.

—Lástima que no te lo creas ni tú.

Suelto la copa de champán que sostenía mi otra mano y tiré de ella donde nadie nos pueda ver. Solos en la intimidad, bajo la oscuridad de la noche.

—¿Con qué no soy nada para ti? — filtré mi mano debajo de su vestido mientras la estampé contra la pared. Abro paso entre su ropa interior y le rozo mi dedo índice por su clítoris dibujando círculos y ella jadea despacio, luego introduje los dedos en su interior, mientras mordisqueaba su cuello y continúa gimiendo —. Harás lo que quiero y en el momento que yo lo desee— sigo entrando y saliendo de su cuerpo—. Si yo digo que no, entonces es un no— la embisto duramente —. Obedecerás siempre que se te ordene— sigo ordenando sin dejar de darle placer.

—Sigue— me suplica.

—No me llevarás la contraria porque eso es despertar lo peor de mí— y cuando veo que está a punto de correrse, detengo mis dedos y los saqué de ella dejándola a medias, se ve molesta y su piel aún tiembla por lo que le estaba haciendo.

—¿Me estás castigando?

—Te dije que no me retaras.

—Y yo te dije que no te tengo miedo. Que por muy qué me pongas a mil siempre estaré en contra de cómo me estás tratando, sé que eres peligroso porque lo vi esta noche en cómo esos criminales te miraban, pero me sigues sin asustar. Mátame si es lo que quieres, ya no me importa.

Empuja mi cuerpo para hacerse paso y se aleja de mí, pero antes de hacerlo la detengo.

—¿A dónde vas?

—Al baño, joder

Entonces aflojé mi agarre y la dejé ir.

Me había pasado, pero era así, ella saca y calma a la vez mi ira, su forma de retarme es algo que nadie se atrevió a hacer excepto ella y a todo eso me sorprende como sigue demostrando que no me tiene miedo.

Me había pasado, pero era así, ella saca y calma a la vez mi ira, su forma de retarme es algo que nadie se atrevió a hacer excepto ella y a todo eso me sorprende como sigue demostrando que no me tiene miedo

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