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Zoe

No fui capaz de escuchar a mi mente y acabé escuchando a mi corazón, terminé por confesarle y ahora todo estaba dicho entre nosotros. Nos enamoramos y es lo único que importaba en mi historia. Secuestrada, castigada y finalmente la bestia acabó por conquistar mi corazón, aún he de decir que al principio pensaba que me había dado el síndrome de Estocolmo, por eso me negaba, pero, luego me aclaré y vi que lo amaba por su mirada, por cómo es cuando está calmado y su forma de hacerme única frente a todos.

Sus duras manos navegaban sin rumbo, nuestras respiraciones se mezclaron y mi cuerpo entero lo sostuvo contra la pared. Me estaba haciendo el amor salvajemente y es que no nos podíamos controlar cuando todo está más que claro lo que ambos queríamos. Deseaba tanto que volviera hacerme gritar de placer, sentir sus latidos y su olor tan cerca de mi piel.

—Te amo— dice entre gemidos.

Sonreí y contesté con un yo también.

Había olvidado lo que había visto de Luis, quise eliminarlo de mi vida y la mejor manera es empezando algo nuevo con el hombre que me ofrecía la luna y yo no la aceptaba hasta ahora. Lo acepto todo con él.

Su miembro eréctil entra en mi cuerpo y gimo al sentirlo en el fondo de mí, aún no me adapto a él.

—¿Te duele? — cuestiona mientras me embiste.

—Joder, claro que no. Me gusta mucho, Edgar.

Él sonríe plácidamente y continúa su trabajo, una corriente helada me envuelve al sentir que se retira de mí para buscar mi boca y cargarme hasta la cama, tira mi cuerpo sobre esta y empieza a hacer un exquisito recorrido empezando desde mi cuello, dibujó un trayecto con su lengua hasta acabar en mis pezones, los cuales estaban tan duros por lo excitada que me encontraba que su forma de morderme provocaba un escalofrío tremendo y llenos de explosiones increíbles.

Noto como baja su mano hasta mi parte íntima y estimula mi clítoris haciendo pequeños movimientos circulares por este.

—¡Oh, Edgar!

Estaba que moría y las estrellas las veía tan cerca que me volvería adicta a su forma de hacerme suya.

—¡Quiero más! — supliqué entre gemidos.

Y entonces este vuelve a penetrarme y el placer aumentó aún más. Me encantaba oírlo, gemir y eso erizaba mi piel y sin duda mirarlo en este momento tan íntimo a los ojos es la mejor de todas las sensaciones que pude conocer.

—Sé que metí la pata hasta el fondo al decirle a Claudia y por eso estás tan perdido en tus pensamientos— dije después de volver a respirar con normalidad.

—Está bien, Zoe. Lo solucionaré.

—¿Qué harás?

—No la mataré, si eso es lo que te preocupa— contesta con una media sonrisa y después me quedé mirándole fijamente para luego darle un beso casto en los labios y él responde en busca de otro beso.

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