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Zoe

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Zoe

No debe existir el amor que lastime, ni mucho menos amor que castigue de la manera que Edgar no hizo conmigo, estaba decidida a no ceder por nada y esta vez las cosas iban a cambiar de verdad.

Edgar bajó la mirada mientras sostenía mis manos para calmarme, estaba decidida a sacar su arma y apuntarme con ella, era simple, darle un fin a lo que tenía que haber sucedido hace meses.

—Te amo, te amo, tu muerte sería mi muerte— dijo al fin alzando sus ojos hacia los míos.

—No me amas, tú no amas a nadie, Edgar.

Estaba molesta, llena de rabia, enojada conmigo misma, y no quería que sus explicaciones me llenaran la cabeza porque no estaba dispuesta a perdonarle por algo que él sabía de mí desde el principio.

—¿Cómo sabías cosas de mí tan íntimas, las cuales redactabas ante mí como yo las había dicho?

Me suelta y entramos dentro de la habitación.

—No quiero más secretos, así que dilo y acabemos con todo, porque ahora si seré yo la que va a decidir sobre mí y no tú.

Movió la cabeza lentamente en forma de negación y después quiso acortar la distancia que nos separaba.

—No lo permitiré.

Solté una sonrisa sarcástica.

—Solo dilo.

—Tengo tu diario.

Alcé las cejas y mi piel pierde más calor de lo que ya había perdido.

—¿Qué? ¿Estuviste leyendo mi diario? — mis ojos se llenan de lágrimas y de alguna forma estaba expuesta a él en todos los sentidos.

—No es para tanto, así que, cálmate.

Me pide de nuevo y lo único que hizo es aumentar mi nivel de enfado.

—¿Qué no lo es? ¿Te das cuenta de lo que dices? Me secuestraste, me arrebataste la libertad, me ocultaste cosas importantes como que Richard era mi padre, dejaste que te amara, vi la misma muerte a tu lado y para terminar estuviste leyendo mi diario, eres un puto virus en mi vida.

El vértigo que lleva acechándome desde hace días vuelve a mí y apenas puedo estar de pie, así que tomo asiento sobre el borde de la cama y cierro los ojos para disimular mi malestar.

—Se acabó— grité con los ojos cerrados.

—No se puede acabar si yo no lo decido así.

Negué y abrí los ojos.

—Es lo mínimo que debes hacer, aceptar que yo no quiero estar más contigo.

—No y no, eres mía, el amor de mi vida, la luz que ilumina mis días y no voy a renunciar a ti por errores que tal vez no debí cometer, no se acabó, lo nuestro aún sigue.

Me rompía por dentro, estar a su lado me destruye y su negación empeoraba más las cosas.

—Te haré sufrir tanto como lo hiciste tú conmigo, tomaré la clase que me diste ayer mientras concluías tu venganza con ese hombre.

—¿Me vas a matar? — pregunta curvando los labios.

—Morirás en vida, morirás de dolor por querer tenerme y no podrás, te haré llorar por mí como si tu vida solo dependiera de la mía, y lo peor de todo me verás caminando delante de ti y solo seré alguien más que pasó por tu vida y que te marcó como lo hizo el hombre que mató a tu padre.

Sabía que mis palabras eran duras, y lo vi reflejado en su mirada, así que, sin esperar más, este salió de la habitación dejando la puerta abierta, lo cual me sorprende y tenía que probar ahora o nunca, así que, agarré mi celular y mi cartera para bajar al piso de abajo y abandonar esa casa, pero antes de cruzar la puerta de la salida su voz me detuvo.

—Te permito que me castigues, también voy a permitir que me cobres cada una de tus lágrimas sintiéndolas en mi piel. Me merezco cada una de las cosas que quieres quitarme y tal vez así me sienta mejor conmigo mismo por haberte hecho sufrir.

Me quedé mirándolo, él no hacía nada por detenerme ni mucho menos por acercarse a mí, solo hablaba y me moría por dentro.

—Haz lo que tengas que hacer, acepto todo. No fui un amor sincero ni mucho menos el que te merecías, tarde o temprano iba a aparecer en mi vida alguien que acabaría conmigo y prefiero que lo hagas tú. Tú, mi único amor.

Mis ojos quieren llover, pero no dejo que lo hagan.

Veo la figura de Ana detrás de Edgar y ella entre lágrimas niega con la cabeza, suplicando con la mirada.

—Pero recuerda que pondré un alto el día que vea que tus castigos rebasan lo que tenía merecido.

Fue lo último que dijo y desapareció ante mi vista, dejándome sin oxígeno y a punto de caer por todo lo que estaba viviendo, y aun así me recordé una y otra vez que no debía tener miedo por lo que siento por él, que ante el amor estaba el amor propio, mi libertad y quien era yo realmente.

Fue lo último que dijo y desapareció ante mi vista, dejándome sin oxígeno y a punto de caer por todo lo que estaba viviendo, y aun así me recordé una y otra vez que no debía tener miedo por lo que siento por él, que ante el amor estaba el amor pro...

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