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Zoe

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Zoe

El odio es lo que más siente mi interior, por muy qué me guste Edgar y me sienta como en la luna, aún no estaba dispuesta a dejarme vencer ni mucho menos a dejar de ser lo que soy.

—Entiende que no quiero tenerte solo en mi cama, no es solo eso, Zoe— dice Edgar mientras nos calmamos después de un pleito bastante subido de tono—. Eres la niña que conquistó mi duro y frío corazón, y si te lo digo es para que estés tranquila, no me interesa pasar la noche con ninguna, y mi ausencia a tu lado es porque...— estaba a punto de confesarse, pero se detiene por un segundo y presiona sus labios—. En las noches soy el ángel que quieres ver todos los días y que solo sale en la oscuridad— terminó de concluir y entendí lo que quiso decir.

—Fui dura con mis palabras. Lo siento.

Sonríe y vuelve a besar mi boca—. Toma esto te pertenece— me entrega mi celular y me quedé paralizada porque no me lo creía—. Haz buen uso de él y puedes hablar con tu amiga las veces que quieras.

No dije nada porque la garganta se me había secado—. Está bien, estaré abajo, esperándote para desayunar, haz esa llamada que te tiene sin habla— anuncia y deja un beso casto en mi sien.

Deseaba tanto hablar con Claudia que él supo sin abrir mi boca.

—¿Zoe? — dijo ella mi nombre al ver que llamaba desde mi móvil.

—La misma— sonreí— te extraño, amiga.

—Dime que te liberaste de ese monstruo.

—No, Claudia, aún estoy en su casa y bueno de momento se está portando bien.

Era evidente que mi forma de hablar de Edgar ha cambiado, pero no hay más que una atracción y un deseo sexual evidente.

—Me acaba de devolver mi celular y no sé qué trama como esto.

Mis ojos se llenan de lágrimas, pero no dejo caer ni una de estas.

—Quisiera desaparecer y tal vez empezar desde cero, pero es imposible, ¿no? — mi voz se quiebra.

—Zoe.

—Lo siento, solo que él llena todas mis perspectivas, pero no soy capaz de entregarle mi corazón. No quiero, Claudia.

Ella guardó silencio.

—No soy capaz de hacer u olvidar todo lo que me hizo vivir, ese agujero aún le temo y aunque su forma de mirarme es diferente a la anterior, sé que su maldad está ahí, dentro de él y ese hombre no puede amar a nadie.

—¿Te ama?

—Eso dijo, me confesó que se había enamorado de mí y que...— suspiré—. Jamás podría verlo como él me mira a mí.

—Y Luis es el problema, ¿no?

—No lo sé, Luis es lo opuesto a Edgar, y este hace que me sienta tan jodidamente viva cuando estoy con él.

—¡Ay, Zoe! Como me gustaría estar ahí contigo para abrazarte.

Si supiera que la que tenía que estar aquí es ella y no yo creo que muchos aspectos cambiarían entre nosotras.

—Y yo de estar ahí contigo. ¿Cómo llevas lo de tu padre?

—Mejor, pero siento en las noches su presencia, aunque Víctor no se despega de mí.

—Qué bueno que al menos Víctor esté ahí contigo.

Me calmé y después de un rato más hablando de todo lo nuevo que estaba pasando en la universidad, la llamada finalizó y bajé a desayunar con Edgar.

—¿Estás bien? — preguntó al tomar asiento junto a él.

—Sí, de hecho, muchas gracias por devolverme el móvil, al menos no me sentiré sola cuando decidas no dormir en casa.

Volví al tema de antes.

—Así será, dormirás sola, pero estaré pendiente de ti a través del aparato, pienso llenarte de mensajes a cada rato.

Sonreí y me llevé el tenedor a la boca—. Más te vale.

—¡Oh! — se lleva las manos al pecho y finge dolerle— ¿me acabas de amenazar?

—¡Ajá! Lo acabo de hacer— nos reímos y este se alza hacia mí y me rodea con sus fuertes brazos hundiendo su rostro en mi cuello.

—Amo como hueles.

Mi piel se eriza.

Es tan delicado cuando se lo propone serlo que es la única versión que podría amar algún día si llegara a olvidar la anterior, siempre y cuando no me la haga recordar y esta mañana cuando se puso nervioso mi pecho vivió esa angustia parecida al del primer día.

—Quiero que entiendas que a partir de ahora serás el tesoro más hermoso que la vida me regaló, solo deseo que sientas lo mismo que siento por ti y que ames de verdad a alguien y sé con toda seguridad que a ese nerd no lo amabas, no sabe hace explotar esas mariposas en tu vientre.

Sabía tanto de mí, que me sorprende que diga cosas que salieron de mi boca un día.

—No me gusta que sepas tanto de mí, es injusto.

—¿Injusto por qué? — vuelve a tomar asiento en la mesa.

—Por qué yo no sé nada de ti.

Edgar sonríe y le da un sorbo al café.

—Cuando era niño, mi madre preparaba un delicioso bizcocho de frambuesas y amaba los domingos por ese dulce que me fascinaba— lo miré sonriendo de lado y escuchando como él se perdía en sus recuerdos—. Mi madre decía que los domingos son soleados para ella, con tan solo verme sonreír de esa manera al ver el bizcocho y que por ello valía la pena por toda la semana.

—Es hermoso— comenté.

—Lo fue. Porque ella misma se encargó de no dejar nada de ese niño.

—Edgar, sé lo que sientes, pero no es bueno dejar ese rencor dentro de ti. Será tu madre siempre.

—Mi madre murió el día que me abandonó. —Aclaró seguro y una bandeja se escuchó caer muy cerca de nosotros al suelo interrumpiendo nuestra conversación, por una vez que se suelta conmigo y empieza a contarme ese ruido nos saca del tema y al alzar la mirada me encuentro a una Ana nerviosa y pálida.

La detallé seriamente y algo en mí se alarmó, ella es ¿su madre? Y es que sus ojos son tan parecidos a los de Edgar que ahora que la miro mejor, juraría que son idénticos.

La detallé seriamente y algo en mí se alarmó, ella es ¿su madre? Y es que sus ojos son tan parecidos a los de Edgar que ahora que la miro mejor, juraría que son idénticos

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