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Zoe

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Zoe

Me cuesta decir lo que siento, me arde el alma al ver cómo quiero expresarme y sacar todo lo que tengo dentro, pero cuando estoy frente a él todo cambia, yo dejo de ser la misma por miedo a perder mi propio control.

Una semana desde que he vuelto a vivir con Edgar en su casa, siete días desde que lo he visto ser padre y amando con locura a Alex, es como si su maldad desapareciera y se convirtiera en alguien distinto, en el Edgar que era conmigo antes de decidir que todo se acabara.

—¿Podemos hablar? — pregunté al tocar la puerta de su despacho, Alex estaba con Ana en el comedor.

Su ceño se frunce y después pasa su lengua por sus labios y eso sacude mi interior, lleva provocándome estos últimos días y mis bragas siempre acaban mojándose.

—Pasa.

Me sujeta la mirada y descansa su cuerpo por el respaldo de su enorme silla de escritorio.

Mi respiración sale entrecortada y es por la excitación que llevo desde días sin saciar, el deseo de sentirlo y querer lo prohibido con él.

—Verás... — pasa su dedo índice por su labio mientras me escucha—. Verás, hace días que Alex me está pidiendo ir a su habitación...— aclaré la garganta—. Quiero decir que necesita su espacio y eso siempre lo consideré importante.

Bajé los ojos para tragar duro.

Edgar se alza de su silla.

—Llevo días pensando en una solución y la única que encontré es que tú le dieras tu habitación, es decir que donde duerme ahora contigo se convierta en la suya, en un día podemos cambiar todos los muebles y decorarla a su gusto.

—Pero tu habitación es la única que hay cerca, las otras están lejos y...

—También cabe la posibilidad de que te traslades a la mía.

Temblé por su sugerencia.

—¿Estás diciendo que tú y yo compartiríamos cama?

—Técnicamente hablando, sí, pero no es lo que tu cabeza imagina— se apoya sobre el asiento donde estaba sentada y lo tengo a mis espaldas, viendo por los rabillos de los ojos su ancha espalda que me cubría como una montaña—. Ya te dije que, aunque quisieras tenerme, siempre pondré una pared entre nosotros.

—No quiero tenerte — mi voz intentaba sonar convincente—. Y porque no te cambias tú de habitación y yo me quedaré en la tuya y cerca de Alex.

—El centro del problema eres tú y no yo.

Se incorpora y antes de salir concluye—. Mañana mismo Alexander tendrá su habitación.

Me dejó sola en su despacho mientras intentaba reponerme, su cercanía me vibró demasiado y él estaba jugando conmigo.

—Haber quien acaba por construir antes un muro— añadí en voz baja y salí de su lugar de trabajo.

La insistencia de la señora Lorca de que vuelva a mi trabajo fueron insistentes a tal punto que, Edgar, acabó por hablar con ella cuando me escuchó hablando por teléfono.

Me sentí avergonzada cuando le decía que no iba a permitir que la madre de su hijo trabajara como institutriz y ella dejó de insistir y le dio la razón.

—Ana, podrías hacerme un favor— le pedí a la mujer mientras la ayudaba a cocinar.

—Si, claro.

—Quiero que traslades mi ropa a la habitación de Edgar, y también que me compres ropa muy provocativa, al parecer tu hijo está intentando iniciar un juego conmigo y él no sabe que el peligro somos nosotras para ellos y no al revés.

Ana sonrió y soltó una gran carcajada porque entendió a que me estaba refiriendo.

—¿Vas a entrar al juego entonces?

Asentí apretando los labios.

—Me provoca y después me dice que siempre pondrá una pared entre nosotros— le cuento.

—Yo creo que aquí van a arder las paredes.

Me río y es que no sabía si esto era bueno tanto para mí como para Edgar, pero él inició el juego de estar seduciéndome despacio y yo lo haré ahora, pero rápido, a ver si es capaz de construir una pared cuando me tenga bajo sus sábanas en lencería de encaje.

Si tengo que volver a su habitación para poder dormir cerca de la habitación de mi hijo lo iba a hacer, nada me asustaba cuando es relacionado con Alex, pero ahora que estaré dentro de la cama del peligro no sé cómo llegaremos acabar, chamuscados o enteros.

—Zoe, prepara la mochila de Alexander, hoy comeremos en un lugar especial.

Me asusté al oír la voz de Edgar a mis espaldas y es que no lo esperaba venir.

—Pero, Ana ya preparó la comida.

—Ana, llévatela y disfrútala con tu hija.

Ella asiente y baja la mirada, ¿su hija?, la cual también es su hermana.

Pasé mi mano por el hombro de Ana y ella me entendió por qué la sentí decaer tras la orden de su hijo.

—Ojalá y llegue el día que pueda ver como él te llama mamá— agregué antes de irme y ella sonrió forzadamente.

—Ojalá y llegue el día que pueda ver como él te llama mamá— agregué antes de irme y ella sonrió forzadamente

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