Extra: Una crianza Morgenstern.

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3 de agosto del 2006.

Apolitea Morgenstern.

¿Se podía odiar a tus descendientes? Sin duda alguna se podía.

En ese punto de mi vida no hacía más que preguntarme en qué momento todos se reprodujeron de tal forma que me dejaron con diez nietos.

Diez insufribles nietos.

— ¿Cuándo te vas a morir? — preguntó Elián, sorbiendo su jugo a través de la pajilla.

—Nunca, tomo mi medicina todos los días— alcé el vaso de whisky y mi cigarrillo, provocando que hiciera una mala cara.

Maldito odioso.

Era toda una fortuna que fuese tan bello, incluso en la edad en que todos parecían ser horrendos.

—Qué pesadilla— exclamó, yéndose de mi lado para correr detrás de Atalaya.

En el patio, justo frente a mis ojos, jugaban todos y destrozaban el bello césped que el jardinero había podado.

Bestias incultas.

Cerca de la casa del árbol, estaba Arkanis con su brillante cabello rubio gritándole a Samir y Conrad que eran unos malditos inútiles.

Sin duda sería exactamente como su abuelo, solo que con mi cabello.

— ¡Axel, deja eso! — gritó Amaris, la esposa de Brandon y madre de cuatro de los diez demonios.

Pero sobre todo, madre del demonio mayor.

Quién diría que años después sería yo misma quien le dejaría ese apodo para identificarlo en la familia.

— ¿Qué hace ese niño demoniaco con mis pantaletas? — Inquirí viendo como corría alrededor del patio con ellas en lo alto, ondeándola como una bandera.

—Usa tangas de vieja— gritó, subiéndose a la casa del árbol como pudo, ya que sus kilos de más no le daban tanta agilidad.

Pequeña bola de grasa demoniaca.

Buscó el frente de la casa y allí la colocó con un estandarte, mostrándole victorioso.

¿Por qué repentinamente me estaban dando ganas de haber abortado a Brandon?

— ¡Ya están las galletas! — Gritó una de las empleadas, haciendo que todos corrieran hacia ella, pero teniendo a Axel antes que cualquiera.

Ahí sí se movía ese niño.

—Si no le colocas una dieta a Axel va a terminar teniendo diabetes, obesidad prematura y tendremos que inyectarle insulina todos los días— le advertí a Amaris, sabiendo que ya no era sana la forma en que comía, y menos lo que comía.

—Buenas tardes— saludó Andreus, llegando hasta nosotras, dejándome un beso en la frente.

Para ese entonces Andreus ya había cumplido los dieciocho años, siendo el mayor de todos y el único que nos asustaba con el pensamiento de que podría dejar a alguna muchacha embarazada o podía adquirir algún ETS.

Andreus desde su infancia había mostrado ser muy tranquilo, siempre estaba estudiando, sabía cuidar sus juguetes más que todos, se comportaba como todos los padres quisieran que sus hijos se comportaran, pero yo sabía que todos los hombres de la descendencia de mi esposo tendrían ese gran pequeño problema; las mujeres.

Desde que dio su primer beso a los cinco años y vi cómo se acurrucaba en las tetas de las mujeres que lo cargaban, supe que debía darles la mejor educación de todas, porque las personas siempre decían que cuidasen a sus hijas, pero nunca hablaban sobre educar bien a los hijos, y yo no tendría nueve niños incultos que acosaran mujeres en la calle justificándose bajo la idea de que eran halagos, cuando nadie se los había pedido.

Entre Rosas Y Balas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora