Capítulo 5.

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5.

— ¿Así recibes a tu capitán? — Interrogó Maxon, alzando las manos en son de paz.

—Podría pegarte un tiro antes de abrir la puerta si este recibimiento no te gusta— Comencé a decir—. Largo de mi casa, estorbo del demonio— Vociferé, entrecerrando los ojos y ladeando un poco la cabeza.

—Te ganarás un bien castigo por esto, Davis— Aseveró, adoptando mi misma mirada y pasando por la puerta. Se adentró al apartamento y dejó las maletas en el suelo como si esa fuese su casa—. Qué buenos gustos tienes, Davis— Giró sobre sus talones y le dio una vista panorámica al lugar.

— ¿Cómo lograste entrar? No le he dado el permiso a nadie de la recepción para que dejen pasar lacras como tú— Espeté, bajando el arma y cerrando la puerta.

—Mostré mi placa— Contesté sonriente—, y también dije que era tu flamante y delicioso novio— Dicho eso, se dejó caer sobre el blanco y limpio sofá, se quitó los zapatos y alzó los pies en la mesa de vidrio que había en el centro de los sofás que conformaban la sala.

Para no volverme loca, caminé hasta la cocina y busqué el vino más fuerte que hubiese en toda mi despensa. Debía tener alcohol en mi cuerpo para relajarme y no sacarlo de mi casa a patadas.

— ¿Bueno, y cuál es mi cuarto? — Preguntó, llevando sus manos detrás de su cabeza y sonriendo con amplitud.

—Ahora entiendo por qué tu madre te quiere fuera de tu casa— Susurré entre dientes, pero lo suficientemente fuerte como para que él pudiese oír lo que decía.

—A ella solo le dan crisis— Se defendió—, pero me ama y quiere que siga con ella.

—Ninguna madre en Alemania quiere a sus hijos en casa después de los veinte— Aseveré—, y tú ya tienes treinta.

—Años más, años menos, no es mucha la diferencia— Se levantó del sofá, tomó la maleta y se encaminó hacia los cuartos—. Gracias por la hospitalidad, pero tengo mucho sueño y entrenaremos mañana a primera hora— Dijo, abriendo una de las puertas del cuarto de huéspedes y franqueándola junto a las maletas, para después volver a asomarse, manteniendo una expresión sería y fría—. A dormir, soldado, a partir de ahora sus días estarán llenos de lamentos y sudor— Sin decir más, se metió al cuarto y cerró la puerta.

—Sí, mi capitán— Susurré de mala gana, apretando la copa entre mis manos y tomándome todo el contenido de un solo trago.

Los días de tranquilidad se habían acabado.

Cuatro horas después, a las seis en punto, un silbato se empezó a escuchar en todo el apartamento.

—Maldito, le pondré balas dentro del arroz— Musité, antes de levantarme, cepillarme los dientes y vestirme para entrenar.

—Firme soldado— Gritó apenas coloqué un pie dentro del lugar que había dispuesto para entrenar. Las máquinas ya habían llegado, solo que estaban envueltas en sus empaques, pero por lo que pude ver, ya había sacado varias cosas.

—Mi capitán— Exclamé, juntando mis piernas colocando mi brazo izquierdo pegado a mi cuerpo y alzando el derecho, extendiendo la palma de forma firme y dejando que mi dedo índice hiciera contacto con mi frente.

—Descanse, soldado— Dicho eso, abrí un poco las piernas y me llevé las manos a la espalda, uniéndolas para hacer acopio a la posición que nos habían enseñado que debíamos tener al momento de descansar.

—El circuito de hoy es simple, trabajarás con pesas porque te la vives haciendo cardio, si sigues corriendo como loca todas las mañanas terminarás desapareciendo el poco trasero que tienes— Aseveró—. Hasta que no te vea llorando no pararas, y aun así haremos lo que más me gusta después— Sonrió grandemente y supe de inmediato a que se refería—; boxeo.

Entre Rosas Y Balas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora