Capítulo 42.

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42.

— ¿Cómo estuvo tu tarde? — Pregunté, siendo guiada por él a la mesa.

—Tuve trabajo que hacer— retiró la silla y me invitó a que me sentara, él la devolvió a su lugar como seguramente había acostumbrado tras tantos años moviéndose en la élite New Yorkina.

— ¿No se suponía que los ricos le pagaban a otras personas para que trabajarán por ellos? — Dejé el bolso sobre la mesa y esperé a que él se sentara. Pasó mano por su cabello, acomodándolo hacia atrás.

—Sí, pero era eso o ir a ver un montón de niños entrenar, leer otro montón de papeleo sobre casos que no llaman mi atención, pelear contra mis abogados un rato por gastar dinero y meterme en problemas, oír a mis accionistas adularme, así que entre todas esas elegí burlarme internamente de la tierna estupidez de mi nueva asistente mientras redactaba su linda carta de despedida. No duró ni cuatro días— soltó una risa burlona y sirvió una copa de vino para mí.

—A mamá no le gusta que tome, y compré un vino que estaba más que añejo esta mañana— mantuve mi mano sujeta en la de él y reparé en sus cuadradas y perfectamente cortadas y limpias uñas.

Siempre había cosas que tenía muy en cuenta un hombre para interesarme en él. Las personas éramos naturalmente superficiales, nadie se sentía atraído o le llamaba la atención alguien que no entrase entre sus estándares o requisitos personales, porque cada quien tenía unos que incluso iban más allá de la estatura, el color de cabello, el de los ojos, la figura de la nariz o la contextura.

Había algunos que se sentía atraído por algún corte de cabello, la forma de vestir de alguien, su caminar, la manera en que se expresaba o como miraba al mundo al estar solo y distraído.

A mí particularmente, me llama mucho la atención ver a un hombre limpio. Ese aire que los hacía parecer recién salidos de la ducha, que procuraba tener la ropa aseada y sin manchas. Eso me gustaba.

Cuando me paraba frente a alguien siempre veía varias cosas y la primera de ellas eran los pies. Alguien podía usar el mismo par de zapatos todos los días, pero si siempre estaban limpios se hacía una diferencia enorme. Las manos por otro lado me causaban la misma impresión que los dientes. En Europa era común ver el tono amarillento normal y no el blanco hecho por el ortodontista, pero siempre había alguien no se fijaba en si llevaba comida aún entre ellos o no se cepillaba las veces necesarias. Por último, el cabello y su aspecto limpio o sucio me hacían determinar si quería acercarme a alguien o aceptar una cita.

Había pasado tantos malos momentos con tipos que tenían alguna falla en esos puntos y después encontraba cosas peores en ellos. Aún por las noches llegaba a tener pesadillas con aquellos que ni siquiera procuraban lavar su ropa, ver si les olía bien la boca o no se cortaban las uñas y dejaban que se les llenara de mugre. En ellos siempre había cosas peores que no se alcanzaban a ver a simple vista.

Por un lado era bueno que ya hubiese aprendido, lo malo era que había sido llevándome sorpresas nada agradables.

— ¿Estás obediencia a tu madre, Davis? ¿Tú obedeciendo a alguien? Eso sí que es inusual. Creía que las únicas órdenes que acatabas eran "abre las piernas" "colócate de rodillas" o "sigue moviéndote así"— estiré el brazo y le di un suave golpe para no lastimarlo.

—No es gracioso— sentencié, sirviéndome un poco de agua—. Por poco trae toda Alemania metida en su maleta— comencé a decir—. Guardó en la nevera mil ensaladas que había hecho junto a Agna porque sabe lo mucho que me gustan y que yo no cocino absolutamente. Entre ambas hicieron un libro con todas las recetas bien detalladas de todo lo que comía y lo que necesitaría para el día a día. Si supieran que tengo más o menos cinco esclavos que hacen las labores domésticas por mí— sorbí un poco de agua y seguí al verlo tan atento a todo lo que decía—. Me pidió que visitara más seguido a Ken y mis hermanos, y que pasara más tiempo con Maximilian, lo que implica que yo me quede en su apartamento un par de días y él en el mío también— rodó los ojos y vi que no le fascinaba mucho la idea.

Entre Rosas Y Balas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora