Capitulo 2.

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2.

Nadie muere de soledad. Y menos a los quince años y cuentas con una gran madre que siempre estaba para mí, incluso si yo era independiente y no recurría a ella antes mis problemas, ya que, me sentía lo suficientemente mente madura como para valerme por mi misma ante cualquier circunstancia.

Aunque, a decir verdad, después de haberlo despedido al día siguiente, lloré mucho, me mantuve con la cara en el regazo de mi madre, mientras ella se limitaba a consolarme y acariciar mi cabello.

No iba a morir porque mi novio se fuera a otro país a vivir su vida, tampoco iba a quedarme acostada en una cama lamentándome, debía levantarme y seguir, debía seguir siendo la Carolein que a él siempre le gustó ver.

Por esa razón, me enfoqué en mí, mis estudios y mi futuro se volvieron lo primordial en mi vida, luego estaba mi pequeña familia. De esa forma, pasaron cinco años, y Karsten quedó en el pasado. Ya incluso había olvidado la última vez en la que habíamos hablado, o que por lo menos había escuchado su voz. Pero de una u otra forma, sin yo saberlo, nuestros caminos se volvieran a cruzar, solo que no de la forma en la que lo había llegado a pensar.

Esa mañana había salido temprano a trotar. El sudor bajaba por mis sienes, mis pies golpeaban duro contra el pavimento y sentía como mi corazón golpeaba con fuerza. Eso era lo primero que hacía al estar fuera de casa. Todas las mañanas sin falta alguna salía a correr la ruta de siempre.

Al llegar al edificio donde residía, tomé las escaleras y fue desacelerando mi paso para ir desintoxicando mi cuerpo. Subí peldaño por peldaño, concentrándome solo en cómo se sentía mi cuerpo.

Muchas personas siempre buscaban algo en lo que canalizar todos sus sentimientos, una forma de liberarse; yo opté por la forma más común de hacerlo en la actualidad: trabajo físico.

Entre el ballet, ir al gimnasio en ocasiones y trotar sin falta alguna, mantenía mi cuerpo en forma y mi estabilidad mental justo como debía mantenerla.

Al llegar a mi piso, terminé caminando de forma rápida, miré las puertas de los apartamentos y noté que aún a esa hora no había nadie despierto, como todos los días. Exhalé con fuerza y entré a mí casa.

Todo estaba oscuro, así que busqué el interruptor en la pared y cerré un poco los ojos al ver como se iluminaba todo.

Hace tres años habíamos abandonado el lugar en donde mamá había decidido desde que había llegado a Alemania. Había sido un cambio fuerte para mí, pero sabía que era lo mejor, porque cada que saliera por la puerta recordaría lo que había pasado en la casa de la madre Karsten semanas antes de habernos mudado.

—Siempre despierta desde tan temprano, eres todo un soldado— Dijo una voz proveniente del pasillo.

Era Agna.

— ¿Eso es lo que soy o no? — Contesté, limpiando el sudor de mi frente con una pequeña toalla que siempre llevaba conmigo.

Me quite los zapatos y me mantuve en las medias. Siempre había escuchado que no era bueno hacerlo, pero no podía evitar caminar sin nada en los pies por mi casa.

—Una soldado que parece nunca descansar— Suspiró, caminando junto a mí.

—Cuando las personas duermen suceden las cosas que menos se esperan— Tomé un bowl y el recipiente donde se guardaba la avena—. Y si no estamos preparados, acaban con nosotros— Busqué la leche de almendras y las frutas, y empecé a preparar mi desayuno.

—Siempre tienes que estar tan desconfiada del mundo.

—Es lo mejor que podemos hacer— Señalé, manteniendo toda mi atención en la preparación de mi comida.

Entre Rosas Y Balas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora