Capítulo 50.

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50.

A diferencia de la noche anterior, las emociones que había traído ese nuevo día no eran las mejores.

Me dolía el cuerpo y juraba que hasta el cabello se sentía pesado y sucio a pesar de que lo había lavado el día anterior.

Sentía los músculos de la espalda tensos, el cuello rígido y adolorido. Las rodillas me dolían, los tobillos, talones y dedos me ardían, el empeine de mis pies se tensaba con cualquier movimiento y tenía los brazos tan cansados que sentía que se me haría imposible mantenerlos alzados rectos y firmes en las horas que estaría en ensayo.

Abrí los ojos y fue peor cuando la luz me segó y cada músculo de mi cuerpo chilló cuando me senté.

—Maldita sea— apoyé los codos en mis muslos y me froté los ojos, dándome cuenta del dolor que sentía cada que la luz era demasiado fuerte para mis ojos.

—Ya estás despierta, venía precisamente a eso— apreté los ojos y miré a Axel. Caminó relajado hacia la cama y se sentó—. ¿Pasa algo? — Sus manos se pusieron sobre más mías e hizo que lo mirara.

—Solo un poco de dolor, supongo que es por no usar las gafas como debo— cerré un ojo y dejé el otro abierto, sintiendo más la molestia en el izquierdo.

—Tengo gotas si quieres, también analgésicos. Alexander vino aquí y dejó pastillas hasta para los cólicos menstruales y no tengo vagina— quise sonreír por su comentario, pero como siempre, uno de mis primeros pensamientos del día fue todo lo que me faltaba por hacer.

—Está bien, está perfecto— aseguré, retirándome las sábanas—. ¿Qué hora es? ¿Está lloviendo? — Giré hacia el ventanal y noté como las delgadas gotas caían sobre el vidrio pulido.

Como si no fuese suficiente, el mundo se había empecinado en volver mi día peor.

¿Cómo agregarle más flojera a mi vida? Con lluvia. No había nada que me hiciese sentir más ganas de dormir y quedarme enroscada en la cama que la lluvia, sobre todo si era así de suave y amena.

—Llovió casi toda la noche, ya está reposando— señaló—. ¿Por qué? ¿Es un problema? Hasta donde sé en Alemania el sol es algo que no se ve demasiado.

—Qué feo estereotipo tienes del clima de mi país— me quejé, haciéndolo reír con ganas—. Y este clima solo hace que no quiera salir de aquí.

—No lo hagas.

—Como si fuese tan fácil— me senté de rodillas y él se levantó, esperando por mí. Me quedé ahí y no resistí las ganas de acercarme. Cerré mis brazos en su cintura y el no dudó en estrecharme contra su pecho.

Ubiqué mi cabeza ahí y respiré con fuerza.

Estaba cansada, lo sabía pero no sería capaz de admitirlo en voz alta, sería demasiado para alguien que odiaba el hecho de que la creyeran débil.

— ¿Pasa algo? — Volvió a preguntar, trazando un camino en mi espalda, el cual las palmas de sus manos recorrían abiertamente.

—Nada— no pasaba nada, solo me dolía respirar, el pensar y trataba de guardar las pocas fuerzas que tenía para seguir sobreviviendo.

— ¿Completamente segura? — Como siempre, se alejó y buscó mi mirada—. ¿Es uno de eso días? — Bufé y me eché hacia atrás.

—No, tengo la menstruación...

—No hablo de eso— me corrigió, jalándome de vuelta—. Hablo de los días malos, los días azules— mencionó despacio.

—Oh, eso es diferente— admití, volviendo a bajar la guardia—. No quiero molestar— traté de alejarme pero él me retuvo.

Entre Rosas Y Balas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora