66

1.5K 63 6
                                    

—Por favor apaga la música. —Me sorbo la nariz.

—Claro, por supuesto. —vane cambia de postura, sin dejarme, y saca
el mando de su bolsillo trasero. Presiona un botón y la música del piano cesa, para ser reemplazada por mis sacudidas respiraciones—. ¿Mejor? — pregunta.

Asiento, mis sollozos disminuyendo. Vane seca mis lágrimas
suavemente con su pulgar.

—¿No eres fanática de las Variaciones Goldberg de Bach? —pregunta.

—No de esa pieza.

Me mira, intentando y fracasando en esconder la vergüenza en sus ojos.

—Lo siento —dice otra vez.

—¿Por qué has hecho eso? —Mi voz es apenas audible mientras trato de
procesar mis pensamientos y emociones confundidas.

Sacude la cabeza tristemente y cierra los ojos.

—Me perdí en el momento —dice poco convincentemente.

Le frunzo el ceño, y suspira.

—Moni , la negación del orgasmo es una herramienta estándar en… Tú
nunca… —Para.

Cambio de postura en su regazo, y se estremece.
Oh. Me sonrojo.

—Lo siento —murmuro.

Pone los ojos en blanco, entonces se echa hacia atrás de repente,
llevándome con ella, para que estemos las dos tumbadas en la cama, yo en sus brazos. Mi sujetador es incómodo, y lo ajusto.

—¿Necesitas ayuda? —pregunta en voz baja.

Sacudo la cabeza. No quiero que toque mis pechos. Cambia de postura para mirarme desde arriba, y tentativamente levantando su mano, pasa los dedos suavemente por mi cara. Lágrimas en mis ojos otra vez. ¿Cómo puede ser tan cruel un minuto y tan sensible al siguiente?

—Por favor no llores —susurra.

Estoy aturdida y confundida por esta mujer. Mi enfado me ha
abandonado en mi hora de necesidad… Me siento entumecida. Quiero
acurrucarme en una bola y abstraerme. Parpadeo, intentando contener las lágrimas mientras miro sus angustiados ojos. Tomo una respiración temblorosa, mis ojos no dejan los suyos. ¿Qué voy a hacer con esta controladora? ¿Aprender a ser controlada? No lo creo… ¿aprender a controlarla? Si...

—¿Yo nunca qué? —pregunto.

—Haces lo que te dicen. Cambiaste de opinión; no me dijiste dónde
estabas. Moni , estaba en Nueva York, impotente. Si hubiera estado en Madrid te habría traído a casa.

—¿Así que me estás castigando?

Ella traga, después cierra los ojos. No tiene que responder, y sé que castigarme era su intención exacta.

—Tienes que parar de hacer esto —murmuro.Su frente se arruga.—Para empezar, sólo acabas sintiéndote más como una mierda.

Resopla.

—Eso es verdad —murmura—. No me gusta verte así.

—Y no me gusta sentirme así. dijiste que no te habías casado con una sumisa.

—Lo sé. Lo sé. —Su voz es suave y cruda.

—Entonces para de tratarme como a una. Siento no haberte llamado. No seré tan egoísta otra vez. Sé que te preocupas por mí.

Me mira larga y fijamente, escrutándome de cerca, sus ojos sombríos y ansiosos.

—De acuerdo. Bien —dice al final.
Se agacha, pero para antes de que sus labios toquen los míos, silenciosamente preguntando si puede. Levanto mi cara hacia la suya, y me besa delicadamente.
—Tus labios son siempre tan suaves cuando has estado llorando —
murmura.

—Nunca prometí obedecerte, Vanesa —susurro.

—Lo sé.

—Asúmelo, por favor. Por el bien de las dos. Yo intentaré y seré más
considerada con tus… tendencias de control.

Parece perdida y vulnerable, completamente a la deriva.

—Lo intentaré —murmura, su voz quemando con sinceridad.

Suspiro, un largo y tembloroso suspiro.

—Por favor hazlo. Además, si hubiera estado aquí…

—Lo sé —dice y palidece. Tumbada de espaldas, pone su brazo libre sobre su cara. Me acurruco a su alrededor y pongo mi cabeza sobre su pecho.

Las dos quedamos en silencio durante unos pocos momentos. Su mano se
mueve al final de mi trenza. Quita la goma, liberando mi cabello, y
suavemente, rítmicamente lo peina con los dedos.

Esto es sobre lo que en realidad es, su miedo… su miedo irracional por mi seguridad. Una imagen de Jack Hyde desplomado en el suelo del apartamento con una Glock me viene a la mente… bueno, puede que no tan irracional, lo que me recuerda…

—¿A qué te referías antes, cuando dijiste “o”? —pregunto.

—¿O?

—Algo sobre Jack.

Me mira.

—Tú no abandonas, ¿verdad?

Descanso mi barbilla en lo alto de sus pechos, disfrutando las tranquilizadoras caricias de sus dedos en mi cabello.

—¿Abandonar? Nunca. Dime. No me gusta que me mantengan en la
oscuridad. Pareces tener alguna pretenciosa idea sobre que necesito
protección. Ni siquiera sabes disparar, yo sí. ¿Crees que no puedo manejar lo que sea que no me cuentes, vane ? He tenido a tu ex sumisa acosadora apuntándome con un arma, tu ex amante pedófila acosándome, y no me mires así —replico cuando me frunce el ceño—. Tu madre se siente de la misma manera sobre ella

LIBERADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora