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—No estaba afuera emborrachándome con mi ex —digo furiosa—. ¿Te
acostaste con ella?

Vane jadea.

—¿Qué? ¡No! —me mira con la boca abierta y tiene el coraje de lucir herida y enfadada a la vez. Mi subconsciente exhala un pequeño, bienvenido suspiro de alivio.

—¿Crees que te engañaría? —su tono es uno de ultraje moral.

—Lo hiciste —gruño—. Al tomar nuestra vida privada y contarle tu debilidad a esa mujer.

Su boca se abre.

—Debilidad. ¿Eso es lo que crees? —Sus ojos arden.

—Vanesa, vi el mensaje. Eso es lo que sé.

—Ese mensaje no era para ti —gruñe.

—Bueno, el hecho es que lo vi cuando tu móvil cayó de tu chaqueta mientras te desvestía porque estabas demasiado borracha para desvestirte sola. ¿Tienes una idea de cuánto me has lastimado al ir a ver a esa mujer?

Ella palidece momentáneamente, pero estoy en una racha, mi perra interna se desata.

—¿Recuerdas anoche cuando volviste a casa? ¿Recuerdas lo que dijiste

Me mira en blanco, su rostro congelado.

—Bueno, pues tenías razón. Elijo a este bebé indefenso en lugar de ti. Eso es lo que cualquier madre haría. Eso es lo que tu madre debería haber hecho por ti. Y lamento que no lo haya hecho… porque no estaríamos teniendo esta conversación ahora mismo si lo hubiera hecho.
Pero ahora eres un adulta… necesitas crecer y abrir los ojos y dejar de comportarte como un adolescente malhumorada. Puede que no estés feliz con este bebé. Yo no estoy eufórica al respecto, dado el momento y tu respuesta menos que tibia a esta nueva vida, esta carne de tu carne. Pero
bien puedes hacer esto conmigo, o lo haré sola. La decisión es tuya. Mientras te revuelcas en tu hoyo de autocompasión y odio por ti misma, yo voy a ir a trabajar. Y cuando vuelva llevaré mis cosas a la habitación de arriba.

Parpadea hacia mí, impactada.

—Ahora, si me disculpas, me gustaría terminar de vestirme. —Estoy respirando fuerte.

Muy lentamente, Vanesa se retira un paso, su conducta endureciéndose.

—¿Es lo que quieres? —susurra.

—Ya no sé lo que quiero. —Mi tono refleja el suyo, y toma un esfuerzo monumental en fingir desinterés mientras casualmente meto las puntas de los dedos en mi crema hidratante y las esparzo suavemente sobre mi cara.

Me miro en el espejo. Ojos verdes abiertos, cara pálida, pero mejillas sonrojadas. Lo estás haciendo bien. No te eches atrás ahora. No te eches
atrás ahora.

—¿No me quieres? —murmura.

Oh, no… oh no, no lo hagas, Martín.

—Estoy aquí todavía, ¿no? —replico.

Cogiendo mi máscara de pestañas, aplico un poco primero a mi ojo derecho.

—¿Has pensado en irte? —Sus palabras son apenas audibles.

—Cuando la mujer de una prefiere la compañía de su ex-amante,
normalmente no es una buena señal.—Puse el desdén al nivel justo,
evadiendo su pregunta. Ahora pintalabios. Hago un puchero con mis brillantes labios a la imagen del espejo. Mantente fuerte, Carrillo… um, Martín.

Jodida mierda, ni siquiera puedo recordar mi nombre.

Recojo mis botas, me dirijo a la cama a zancadas una vez más, y
rápidamente me las pongo, tirando de ellas hasta mi rodilla. Síp. Me veo bien sólo en ropa interior y botas. Lo sé. De pie, la miro
desapasionadamente. Parpadea hacia mí, y sus ojos viajan rápidamente y avariciosamente por mi cuerpo.

—Sé lo que estás haciendo —murmura, y su voz ha adquirido un borde
caliente.

—¿Sí? —Y mi voz se parte.

No, moni… aguanta.

Ella traga y da un paso adelante. Doy un paso atrás y pongo mis manos en alto.

—Ni lo pienses, Martín—susurro amenazadoramente.

—Eres mi esposa —dice suavemente, en tono amenazador.

LIBERADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora