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Le doy mi mueca falsa y suspiro.

—Sí. Estos días siempre tengo hambre.

—Los tres podemos tener un picnic.

—¿Tres? ¿Alguien se nos une?

Vane inclina su cabeza a un lado.

—En unos siete u ocho meses.

Oh... Mini Moni . Sonrío adorablemente a ella.

—Pensé que te gustaría comer al aire libre.

—¿En el prado? —pregunto.

Ella asiente con la cabeza.

—Claro. —Sonrío.

—Esto va a ser un gran lugar para criar una familia —murmura,
mirándome.

¡Familia! ¿Más de uno? ¿Me atrevo a hablar de esto ahora?

Vane extiende sus dedos sobre mi vientre. Mierda. Aguanto la respiración y pongo mi mano sobre la suya.

—Es difícil de creer —susurra, y por primera vez oigo asombro en su voz.

—Lo sé. Oh, aquí, tengo evidencias. Una imagen.

—¿En serio? ¿La primera sonrisa del bebé?

Saco la ecografía de Blip de mi cartera.

—¿Ves?

Vane la examina de cerca, mirando fijamente durante varios
segundos.

—Oh… Blip. Sí, ya veo. —ella suena distraída, asombrada.

—Tu hija —le susurro.

—Nuestra hija —contrarresta.

—la primera de muchas.

—¿Muchas? –—Los ojos de Vanesa se amplían con alarma.

—Por lo menos dos.

—¿Dos? —Prueba la palabra—. ¿Podemos sólo tener un niño a la vez?

Sonrío.

—Claro.

Nos dirigimos al exterior en la cálida tarde de otoño.

—¿Cuándo se lo vas a contar tus padres? —pregunta Vanesa.

—Pronto —murmuro—. Pensé en decírselo a Jesús esta mañana, pero el Sr. Rodríguez estaba allí. —Me encojo de hombros.

Vane asiente y abre el capó del R8. Dentro hay una cesta de picnic de
mimbre y una manta de cuadros escoceses que compramos en Londres.

—Ven —dice, tomando la canasta y la manta en una mano y con la otra a mí.

Juntas caminamos hacia el prado.

—Claro, Robles, ve por ello. —vane cuelga. Esa es la tercera llamada que ha tenido durante nuestro día de campo.

me está mirando, con los brazos en las rodillas. La chaqueta
yace encima de la mía, ya que estamos calientes por el sol. Me acuesto junto a ella , tendida en la manta de picnic, ambas rodeadas por hierbas, lejos del ruido en la casa y ocultas de las miradas
indiscretas de los trabajadores de la construcción. Estamos en nuestro propio paraíso bucólico.

Ella me da de comer otra fresa, y yo mastico y succiono con gratitud, mirando sus ojos oscurecidos.

—¿Sabroso? —Susurra.

—Mucho.

—¿Has tenido suficiente?

—De fresas, sí.

Sus ojos brillan peligrosamente, y sonríe.

—La Sra. Jones empaqueta un muy buen picnic —dice.

—Lo hace —susurro.

Moviéndose de repente, ella se acuesta por lo que su cabeza está apoyada sobre mi vientre. Cierra los ojos y parece contenta. Enredo mis dedos en su pelo.

Suspira profundamente y luego frunce el ceño y comprueba el número en la pantalla de su móvil zumbando. Rueda sus ojos y toma la llamada.

—dime —chasquea. Se tensa, escucha por un segundo o dos, y de
repente se irgue en posición vertical.—24/7... Gracias —dice con los dientes apretados y cuelga.

El cambio en su humor es instantáneo. Se ha ido mi bromista, coqueta esposa, sustituida por una fría y calculadora ama del universo.

Entorna sus ojos un momento y luego me da una sonrisa fresca,
escalofriante. Un escalofrío recorre mi espalda. Ella toma su móvil y presiona la tecla de marcación rápida.

—robles , ¿cuántas acciones poseemos en Lincoln Timber? —Se arrodilla levantándose.

Mi cuero cabelludo pica. Oh, no, ¿qué es esto?

—Entonces, consolida las acciones y luego despide a la junta...
excepto al Gerente General... No me importa... Te escucho, simplemente hazlo... gracias... mantenme informada. —Cuelga y me mira impasible por
un momento.

¡Mierda! Vanesa está enfadada.

—¿Qué ha pasado?

—Linc —murmura.

—¿Linc? ¿El ex de Elena?

—El mismo. Es el que pagó la fianza de Hyde.

LIBERADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora