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—Bueno. ¿Estás bien?.

—Sí. —No—. Te llamo después, ¿vale?

—Vale, moni , hazlo a tu manera. Estoy aquí para ti.

—Lo sé —susurro y lucho contra la reacción de emociones por sus
palabras amables.

No voy a llorar. No voy a llorar.

—¿Está Jesús bien?

—Sí —susurro la palabra.

—Oh, moni —murmura.

—No.

—Vale. Hablamos luego.

—Sí.

Durante el curso de la mañana, esporádicamente compruebo mis e-mails, esperando una palabra de Vanesa . Pero no hay nada. Mientras el día va pasando, me doy cuenta de que no va a intentar conectar conmigo en absoluto y que todavía está enfadada. Bueno, todavía estoy enfadada también. Me meto en mi trabajo, parando sólo a la hora de la comida para queso cremoso y bollo de salmón. Es extraordinario cuánto mejor me siento una vez he comido algo.

A las cinco en punto Ana  y yo salimos para ir al hospital para ver a jesus. Ana  está extra vigilante. Es irritante.
Mientras nos acercamos a la habitación de Jesús , revolotea sobre mí.

—¿Debería traerte algo de té mientras visitas a tu padre? —pregunta.

—No gracias, anita. Estaré bien.

—Esperaré afuera. —Abre la puerta para mí, y estoy agradecida de
librarme de ella durante un momento.

Jesús está sentado en la cama leyendo una revista. Está afeitado, y lleva la parte de arriba de un pijama, se ve como su viejo yo.

—Hey, moni. —Sonríe. Y su cara cae.

—Oh, papi… —Corro a su lado, y en un movimiento muy inusual, abre sus brazos y me abraza.

—¿cariño? —murmura—. ¿Qué pasa? —Me sujeta firmemente y besa mi
pelo.

Mientras estoy en sus brazos, me doy cuenta de cuán raros estos
momentos entre nosotros han sido. ¿Por qué es eso? ¿Es eso el por qué me gusta gatear en el regazo de Vanesa? Después de un momento, me alejo de él y me siento en la silla al lado de la cama. La frente de Jesús está fruncida con preocupación.

—Cuéntaselo a tu viejo.

Sacudo la cabeza. No necesita mis problemas ahora mismo.

—No es nada, papá. Tienes buen aspecto. —Agarro su mano.

—Sintiéndome más como yo mismo, a pesar de que esta pierna escayolada es pucante.

—¿Pucante? —Sus palabras provocan mi sonrisa.

Me sonríe de vuelta.

—Pucante suena mejor que picante.

—Oh, papá, estoy tan contenta de que estés bien.

—Yo también, moni . Me gustaría balancear a algún nieto en esta rodilla pucante algún día.

Parpadeo hacia él. Mierda. ¿Lo sabe? Y lucho contra las lágrimas que remuerden las esquinas de mis ojos.

—¿Están tú y vanesa llevándose bien?

—Tuvimos una pelea —murmuro, intentando hablar a través del nudo de mi garganta—. Lo solucionaremos.

Asiente.

—Es una buena mujer, tu esposa —dice Jesús de modo tranquilizador.

—Tiene sus momentos. ¿Qué han dicho los doctores? —No quiero hablar
de mi chica  ahora mismo; ella es un difícil tema de conversación.

De vuelta en Escala, Vanesa no está en casa.

—Vanesa  llamó y dijo que va a estar trabajando hasta tarde —me
informa la Sra. Jones excusándose.

—Oh. Gracias por hacérmelo saber. —¿Por qué no me lo podía decir ella?

Dios, de verdad está llevando su mal humor a un nivel completamente nuevo. Me recuerda brevemente a la pelea sobre nuestros votos de boda y
la gran pataleta que había tenido entonces. Pero soy la ofendida aquí.

—¿Qué le gustaría para comer? —La señora Jones tiene un brillo
determinado, férreo en sus ojos.

—Pasta.

Sonríe.

—¿Espaguetis?

—Espagueti, tu boloñesa.

—Marchando. Y Moni… debería saber que la señorita Martín era sincera esta mañana cuando pensaba que te habías ido. Estaba muy apenada. —Sonríe con cariño.

Oh…

Todavía no ha llegado a casa a las nueve. Estoy sentada en mi escritorio en la biblioteca, preguntándome dónde está. La llamo.

—moni —dice, su voz fría.

—Hola.

Inhala suavemente.

—Hola —dice, con voz baja.

—¿Vas a venir a casa?

—Más tarde.

—¿Estás en la oficina?

—Sí. ¿Dónde esperabas que estuviera?

Con ella.

—Te dejaré ir.

LIBERADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora