VANESA

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—patri estará encantada; si conseguimos un fotógrafo.

Sonríe y su rostro se ilumina como un amanecer de verano. Cristo, es
impresionante.

—Házmelo saber mañana. —Saco mi tarjeta de mi billetera—. Tiene mi número celular en ella. Necesitas llamar antes de las diez de la mañana.

Y si no lo hace, me dirigiré de vuelta a Madrid y olvidaré todo sobre esta estúpida aventura. El pensamiento me deprime.

—De acuerdo. —Continúa sonriendo.

—¡Moni! —Ambas nos damos vuelta cuando un joven hombre, casual pero caramente vestido, aparece al final del pasillo.

Él es todo condenadas sonrisas para la Señorita Carrillo . ¿Quién demonios es este gilipollas?

—discúlpeme por un momento, Señorita Martín.

Camina hacia él y el maldito la engulle en un abrazo fuerte. Mi sangre se enfría. Es una respuesta primitiva. Quitas tus malditas zarpas de ella.
Empuño mis manos y soy ligeramente calmada solo cuando veo que ella
no hace ningún movimiento para devolverle el abrazo.
Caen en una conversación susurrada. Mierda, tal vez los datos de Welch están mal. Tal vez este tipo es su novio. Parece de la edad adecuada, y no puede apartar sus codiciosos ojos de ella. La sostiene por un momento a la
altura del brazo, examinándola, luego se para con su brazo descansando relajadamente sobre su hombro. Es un gesto aparentemente casual, pero sé que está tomando partido y diciéndome que retroceda. Ella parece avergonzada, moviéndose de un pie a otro.

Mierda. Debería irme. Luego ella le dice algo y se mueve fuera de su
alcance, tocando su brazo, no su mano. Está claro que no son cercanos. Bien.

—Paul, te presento a Vanesa Martin. Señorita Martín, este es Paul Clayton. Su hermano es el dueño del lugar.

Ella me da una rara mirada que no entiendo y continúa:

—Conozco a Paul desde que trabajo aquí, aunque no nos vemos tan seguido. Ha vuelto de  donde estudia administración de empresas.

El hermano del jefe, no un novio. La cantidad de alivio que siento es inesperada, y eso me hace fruncir el ceño. Esta mujer de verdad se ha metido bajo mi piel.

—Sr. Clayton. —Mi tono es deliberadamente cortante.

—Señorita Martín. —Aprieta m mano ligeramente. Condenado idiota—. Espera… ¿no serás la famosa Vanesa Martin? ¿La empresaria? —En un latido de corazón lo veo cambiar de territorial a servil.

Sí, esa soy yo, gilipollas.

—Guau… ¿hay algo que pueda ofrecerle?

—Mónica lo tiene bajo control, Sr. Clayton. Ella ha sido muy atenta.— Ahora, jodete.

—Genial —dice a borbotones respetuosamente, sus ojos amplios—. Te veo luego, Moni.

—Seguro, Paul —dice ella, y él parte con prisa, gracias a Dios. Lo observo desaparecer hacia la parte trasera de la tienda—. ¿Algo más, Señorita Martín?

—Sólo estas cosas —murmuro.

Mierda, no tengo tiempo, y todavía no sé si voy a verla de nuevo. Tengo que saber si hay esperanza en el infierno de que ella considere lo que yo tengo en mente.
¿Cómo le pregunto? ¿Estoy lista para tomar una nueva sumisa, una que no sabe nada? Mierda. Ella va a necesitar entrenamiento sustancial.

Gruño internamente ante todas las posibilidades interesantes que esto presenta… que me jodan, llegar allí va a ser medio divertido. ¿Estará
incluso interesada? ¿O entiendo todo esto mal?
Se dirige hacia la caja y registra mis compras, mientras tanto mantiene su mirada abajo. ¡Mírame, maldita sea! Quiero ver sus hermosos ojos verdes 
de nuevo y calcular qué está pensando.

Finalmente levanta la cabeza.

—Serían cuarenta y tres dólares, por favor.

¿Eso es todo?

—¿Le gustaría una bolsa? —pregunta, deslizando en modo dependienta
mientras le paso mi tarjeta.

—Por favor, Mónica. —Su nombre, un hermoso nombre para una hermosa chica, se desenrolla de mi lengua.

Ella empaca los artículos rápida y eficientemente en la bolsa. Eso es todo. Tengo que irme.

—¿Me llamarás si quieres que haga la sesión de fotos?

Ella siente mientras me devuelve mi tarjeta de crédito.

—Bien. Hasta mañana, quizá. —No puedo sólo irme. Tengo que hacerle saber que estoy interesada—. Oh y, ¿Mónica ? Me alegra que la Señorita escalona no pudiera hacer la entrevista. —Deleitándome en su sorprendida expresión, cuelgo la bolsa sobre mi hombro y camino fuera de la tienda.

Sí, en contra de mi mejor juicio, la deseo. Ahora tengo que esperar… maldita sea, esperar… de nuevo.

Fin.

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