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—Estás bien para ello. —Sonríe.

¡Oh, Vanesa!

—Tengo dolor de cabeza. —Le sonrió de vuelta.

—Lo sé. Estarás fuera de los límites por un tiempo. Sólo estaba comprobando.

¿Fuera de los límites? Frunzo el ceño ante la puñalada de decepción momentánea que siento. No estoy segura de que quiero estar fuera de los límites.

La enfermera Nora se une a nosotras para retirarme la vía intravenosa.
Ella mira a vanesa. Creo que es una de las pocas mujeres que he
conocido que es ajena a sus encantos. Le doy las gracias cuando se retira con la línea intravenosa.

—¿Quieres que te lleve a casa? —pregunta vane.

—Me gustaría ver a Jesús primero.

—Claro.

—¿Sabe acerca del bebé?

—Pensé que te gustaría ser la primera en decírselo. Tampoco le he dicho nada a tu madre.

—Gracias. —Sonrío, agradecida de que no hubiese robado mi estruendo.

—Mi madre lo sabe —añade vane —. Vio tu mensaje. Se lo dije a mi
padre, pero a nadie más. Mamá dijo que las parejas suelen esperar doce semanas o menos... para estar seguros. —Se encoge de hombros.

—No estoy segura de estar lista para decírselo a Jesús.

—Debo advertirte, está enfadado como el infierno. Dijo que debería azotarte.

¿Qué? Vanesa se ríe de mi expresión horrorizada.

—Le dije que estaría muy dispuesta a complacerlo.

—¡No lo hiciste! —grito, aunque el eco de una conversación en susurros atormenta mi memoria.

Sí, Jesús estuvo aquí mientras estaba inconsciente...

Me guiña el ojo.

—Toma, sole  te trajo algo de ropa limpia. Voy a ayudarte a vestirte.

Como vane predijo, Jesús está furioso. No recuerdo haberlo visto así de enfadado.
Vanesa  decidió sabiamente dejarnos a solas. Jesús llena la habitación de hospital con sus acusaciones, reprendiéndome por mi comportamiento irresponsable. Tengo doce años otra vez.

Oh, papá, por favor, cálmate. Tu presión arterial no está para esto.

—Y he tenido que lidiar con tu madre —se queja, agitando sus dos manos con exasperación.

—Papá, lo siento.

—¡Y pobre Vanesa! Nunca la he visto así. Ha envejecido. Todos hemos
envejecido años en el último par de días.

—Jesús , lo siento.

—Tu madre está esperando tu llamada —dice en un tono más mesurado.

Beso su mejilla y, finalmente, cede de su diatriba.

—Voy a llamarla. Lo siento mucho. Pero gracias por haberme enseñado a disparar.

Por un momento, me recompensa con un mal disimulado orgullo paternal.

—Me alegro de que hayas podido disparar derecho —dice, su voz es
ronca—. Ahora vete a casa y descansa un poco.

—Te ves bien, papá. —Trato de cambiar de tema.

—Te ves pálida. —Su temor es de pronto evidente.

Su mirada refleja la de Vanesa de la noche anterior, por lo que agarro su mano.

—Estoy bien. Te prometo que no haré nada como eso otra vez.

Él me aprieta la mano y me tira en un abrazo.

—Si algo te pasara… —susurra con voz ronca y baja. Las lágrimas pinchan mis ojos. No estoy acostumbrada a las muestras de emoción de mi
padrastro.

—Papá, estoy bien. Nada que una ducha de agua caliente no vaya a curar.

Salimos por la salida trasera del hospital para evitar a los paparazzi situados en la entrada.
Sole nos lleva hasta una camioneta a la espera.
Vane permanece callada mientras Ana nos lleva a casa. Evito la
mirada de Ana en el espejo retrovisor, avergonzada de que la última vez que la vi fue en el banco cuando le di esquinazo.

Llamo a mi madre, quien solloza y solloza. Me lleva la mayor parte del viaje a casa calmarla, pero
tengo éxito con la promesa de que la visitaremos pronto.
A lo largo de mi conversación con ella, Vanesa  sostiene mi mano,
rozando su pulgar a través de mis nudillos. Ella está nerviosa... algo ha sucedido.

—¿Qué pasa? —le pregunto cuando por fin estoy libre de mi madre.

—alguien quiere verme.

—¿Por qué?

—Ha encontrado algo acerca de ese hijo de puta de Hyde. —El labio de vanesa se enrosca en un gruñido y un escalofrío de miedo me recorre—. No quería decírmelo por teléfono.

—Oh.

—Va a venir esta tarde hasta aquí desde málaga.

—¿Crees que ha encontrado una conexión?

LIBERADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora