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Cierro mis ojos. ¿Por qué pase los primeros veinte años de mi vida sin hacer esto? Elegí leer antes que bailar. Jane Austen no tenía música genial para moverse y Thomas Hardy… Jesús, él se habría sentido culpable de un
pecado por no bailar con su primer esposa. Me río ante el pensamiento.
Es Vanesa . Ella me ha dado la confianza en mi cuerpo y en cómo puedo moverlo.

Repentinamente hay dos manos en mis caderas. Sonrío. Vanesa se me
ha unido. Doy risitas, y sus manos se mueven a mi trasero y aprieta,
entonces regresa a mis caderas.
Abro mis ojos. Y Mia me está mirando con la boca abierta con horror.

Mierda… ¿soy tan mala? Cojo las manos de vane. Son grandes y frías.

¡Joder! No son las suyas. Me giro, y elevándose por encima de mí hay un hombre con más dientes de lo que es natural y una sonrisa lasciva para
exhibirlos.

—¡Quítame las manos de encima! —grito con rabia sobre la música
palpitante y apopléjica.

—Vamos, caramelito, es sólo algo de diversión. —Sonríe, levantando sus manos, sus ojos azules brillando bajo las pulsantes luces ultravioletas.

Antes de que sepa qué estoy haciendo, lo abofeteo fuerte en el rostro.

¡Ow! Mierda… mi mano. Pica.

—¡Aléjate de mí! —grito. Me mira, sosteniendo su mejilla roja.
Empujo mi mano sana frente a su rostro, extendiendo los dedos para mostrarle mis anillos.

—Estoy casada, ¡idiota!

Se encoge de hombros más bien con arrogancia y me da una sonrisa a
medias, de disculpa.

Miro alrededor frenéticamente. Mia está a mi derecha, mirando al gigante rubio. Patri está perdida en el momento en sus asuntos. Vane  no está en la mesa.

Oh, espero que haya ido al baño. Retrocedo hacia un frente que conozco bien. Oh mierda. Vanesa pone sus brazos alrededor de mi cintura y me pone a su lado

—Mantén tus jodidas manos fuera de mi esposa —dice. No está gritando, pero de alguna forma puede ser oída por encima de la música.

¡Santa mierda!

—Ella puede cuidar de sí misma —grita el Gigante Rubio. Su mano se mueve de donde lo he abofeteado en la mejilla, y vanesa lo golpea.

Es como si lo viera en cámara lenta. Un puñetazo perfectamente sincronizado al mentón que se mueve a tal velocidad pero con tan poca energía desperdiciada, que el Gigante Rubio no lo ve venir. Se desploma en el suelo
como la escoria que es.
Joder.

—Vanesa , ¡no! —jadeo de pánico, parándome en frente de ella para
detenerle. Mierda, lo va a matar—. Ya le he pegado —grito por encima de la música.

Vane no me mira. Está mirando a mi asaltante con una
malevolencia que no he visto antes llameando en sus ojos. Bien, quizás una vez antes, después de que Jack Hyde me hiciera un pase.
La otra docena de personas bailando se mueven hacia afuera como una
onda en un lago, limpiando el espacio a nuestro alrededor, manteniendo una distancia segura. El Gigante Rubio se apresura a ponerse de pies mientras Francis se nos une.

¡Oh no! Patri está conmigo, abriendo la boca hacia todos nosotros. Francis
jadea agarrando el brazo de Vanesa mientras Ethan aparece también.

—Tómalo con calma, ¿vale? No fue con mala intención.

El gigante rubio levanta sus manos en señal de rendición, batiéndose en una retirada precipitada. Los ojos de Vanesa lo siguen fuera de la pista de baile. No me mira.
La canción cambia de la letra explícita de Sexy Bitch a un número de baile tecno pulsante donde una mujer canta con voz apasionada.

Francis me mira,
después a vanesa , y soltando a Vane  lleva a patri a bailar. Pongo
mis brazos alrededor del cuello de vane hasta que finalmente hace
contacto visual, sus ojos todavía ardiendo primitivos y salvajes. Un vistazo a la adolescente peleadora.

Santa Mierda.

Examina mi rostro.

—¿Estás bien? —pregunta finalmente.

—Sí. —Froto mi palma, tratando de dispersar las punzadas, y llevo mis manos a su pecho. Mi mano está palpitando. Nunca he abofeteado a nadie antes. ¿Qué me ha poseído? Tocarme no era el peor crimen contra la humanidad. ¿O lo era?

Aunque en lo profundo de mi interior, sé por qué lo golpeé. Es porque instintivamente sabía cómo reaccionaría Vanesa viendo algún a extraño agarrándome. Sabía que perdería su precioso autocontrol. Y el pensamiento de que algún estúpido don nadie pudiera sacar de sus casillas a mi chica, mi amor, bien, me ponía como loca. Realmente loca.

—¿Quieres sentarte? —pregunta Vanesa por encima del pulsante
palpitar.

Oh, vuelve a mí, por favor.

—No. Baila conmigo.

Me mira impasiblemente, sin decir nada.

Touch me… canta la mujer

—Baila conmigo. —Aún está enfadada—. Baila. Vane , por favor.

Tomo sus manos. fulmina con la
mirada al chico, pero empiezo a
moverme contra ella , envolviéndome a mí misma a su alrededor.
La multitud de bailarines nos ha rodeado una vez más, aunque hay una zona de exclusión de dos pies alrededor de nosotras.

—¿Lo golpeaste? —pregunta vane , parada aún inmóvil. Tomo sus
manos en puños.

—Por supuesto que lo hice. Creía que eras tú, pero normalmente tus manos están siempre calientes. Por favor, baila conmigo.

Mientras vane me mira, el fuego de sus ojos lentamente cambia,
convirtiéndose en algo más, algo más caliente. Repentinamente, agarra mis muñecas y tira limpiamente de mí contra ella, fijando sus manos en mi
espalda.

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