56. Esperanzas con sabor a chocolate

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Ava


Si bien fue la mejor noche de mi vida, pude dormir poco por la emoción resguardada en mi pecho. No hubo minuto que transcurriera mientras yo no rememorara lo sucedido en este cuarto anoche. No pude haber pedido algo más perfecto en mi vida, la manera en que él me miraba con sus ojos brillosos, como me besó, como me tocó, como me hizo suya, esto es lo que tantas veces idealicé. Dolió, pero valió la pena, porque no hubiera querido con nadie más que no fuera él.

Aún puedo sentir cierta incomodidad en mis partes íntimas todavía, aunque no es nada que no pueda soportar.

Sólo cierta molestia.

Llegué a sentir que sus acciones encendían partes de mi cuerpo de las cuales había escuchado decir toda mi vida que eran prohibidas. Y aquí está, durmiendo a mi lado totalmente desnudo sólo para mi. Su pelo es un desorden demasiado sexy, está acostado boca abajo con la cara girada hacia mi, sus labios están pegados y suelta exhalaciones lentas por su pequeña y respingada nariz, él es tan perfecto.

Con lentitud y sin quitarle un ojo de encima me levanto de la cama para ir al baño, llego hasta ahí, hago pipí y en cuanto miro hacia abajo me sorprende ver más sangre aún en mi orina, inmediatamente hago lo primero que me viene a la mente, tomo un pedazo de papel higiénico y limpio la zona con rapidez. Me pongo mi blumer y salgo en dirección a la habitación para cerciorarme de que él sigue en el quinto sueño aún. Avanzo hasta la silla de su escritorio y tomo su camisa para llevarla a mi nariz y oler con las mayores ganas del mundo su perfume masculino. Me es inevitable no soltar un suspiro del placer que me causa y así embelesada por su exquisito aroma me coloco su prenda como en esas películas americanas donde la chica usa la camisa del chico después de hacer el amor...follar, díganle como gusten.

De repente la resequedad en mi garganta me hace percatarme de que tengo sed y sin chistar abro la puerta y comienzo a avanzar por el largo pasillo con el objetivo de ir al refrigerador y beber un baso de agua, no quiero despertar a Edwin de su sueño plácido, se ve tan cómodo que me da lástima llamarlo, así que supongo que no le molestará que lo haga yo misma. Bajo los escalones en un trote rápido y me dirijo a la cocina, me extraña que la luz de ahí esté encendida, pero aún así sigo avanzando.

Una vez que llego mi cuerpo se paraliza al ver a unos metros de mi a dos personas, un hombre alto vistiendo de traje, pelo negro igual que el de Edwin y a la señora de las donas y la sonrisa amable vistiendo una bata blanca de médico. Ella se lleva su taza de café a su boca y cuando pone sus ojos en mi escupe toda su bebida de un tirón, abriendo sus ojos grises de par en par.

-Dios, ¿Sofía qué haces? -el señor frente a ella la reprende por lo que acaba de hacer mientras se pone de pie de un golpe y toma una servilleta para limpiar lo que se ensució de su ropa.

Me quedo paralizada. Fue tan estúpida como para no recordar que aquí viven más personas además de Edwin.

Mi cerebro atascado lo único que me permite decir son un par de palabras sin sentido alguno. El señor se gira hacia mi y me asombra el parecido que tiene con Edwin, se me queda mirando de arriba a abajo con el ceño hundido y cuando estoy por dar media vuelta ambos me detienen al mismo tiempo. Quedando de espaldas a ambos, me giro para enfrentarlos con una sonrisa forzada en mis labios.

-Yo... -que vergüenza estoy pasando-, ya me voy -les informo, con voz temblorosa.

La bonita señora me sonríe y por primera vez en unos minutos el oxígeno fluye de manera normal en mis pulmones. -Toma asiento -me pide, señalando una de las banquitas de madera frente a la isla.

Siente Conmigo [BORRADOR]✔©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora