Capítulo 39 - Amargo sueño

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Veo todo negro, no siento nada físicamente, ni los raspones ni los golpes de la caída duelen, solo tengo un palpitar en mi cabeza y no puedo respirar bien.

Intento moverme, abrir los ojos o mi boca para hablar, pero no puedo. Mis odios captan el sonido de un monitor de signos vitales y el típico olor a hospital penetra mis fosas nasales al tratar de inhalar oxígeno.

Me invade el miedo, me siento más vulnerable que nunca porque no se que me pasa, le sigo demandando a mi cerebro que haga algo, que mueva un dedo, que articule una palabra pero es como si me lo hubieran desconectado.

Escucho murmullos de lo que parecen ser enfermeras 'pobrecita' 'su familia debe estar sufriendo' y si, deben estar desesperados como yo por eso me esfuerzo en hacer algo para levantarme.

La tuvimos que inducir a un estado de coma —dice el que quiero creer que es un médico.

¿En coma? ¡Maldita sea! ¡Yo solo quiero volver a casa y ver a los míos, no es justo!

Maldigo la hora en que Troian me chocó en esa fiesta y en la que acepté salir con él después de la advertencia de Lyla solo para olvidarme de Ethan.

Tienes que se fuerte y pararte de esa cama muchacha —me susurra la voz de un hombre maduro con un marcado acento inglés.

No se quien es, no lo reconozco y temo que sea parte de la organización de Troian, me aterra haber recaído en sus manos porque lo que me espera si me recupero será peor.

Mucho peor. 

*****

No se cuanto tiempo ha pasado pero sigo en las mismas condiciones, mi cerebro se rehúsa a obedecer a mis estímulos para despertarme y tengo dos escenarios reproduciéndose en mi inconsciente.

El primero, soy yo junto a Ethan y Matteo en la pradera de la cabaña en donde nos casamos disfrutando de un buen vino rodeados de mis padres, los señores Moore, de los tortolitos y su pichona que me tira besos volados que le devuelvo. También veo a Fred y Lyla que tiene una pancita de varios meses de embarazo.

Se ve tan hermosa. 

Todos me sonríen, se ven felices y me siento así hasta que...

—Te extraño, mommy —me dice mi niño lo que me recuerda que nada de esto es real.

Lo abrazo, me aferro a él pero todo desaparece volviendo a la oscuridad.

El otro escenario es el de Troian acechándome hasta atraparme y encerrarme en una habitación roja, arrastra consigo un electro estimulador que me enciende el pánico, grito, me agito tratándome de zafar me de la camilla en la que me ata, pero es inútil.

Cada vez que tengo esa pesadilla puedo oír como mis latidos se alteran en la máquina que me los controla.

*****

Siento que estoy agotada mentalmente por todo el esfuerzo que hago para que mi cerebro de señales de vida, pero no consigo nada.

El único que me visita cada cierto tiempo es el mismo hombre maduro que me lee, me pone música que dentro de mi estado es una chispa de alegría, también me cuenta parte de la historia de su vida.

Es un hombre muy solitario que perdió a su hija y su mujer lo terminó abandonando cuando esta murió.

Me da palabras de aliento que agradezco porque me motivan a seguir en esta lucha con mi sistema nervioso y mis neuronas.

Tengo que levantarme.

—¿Ya sabe quien es? —le pregunta el doctor.

No —niega —y me da pesar publicar una foto en su estado a las redes sociales.

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