27. Falda corta

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El director está molesto, no puede creer que en el Instituto Luxord se den este tipo de percances. No va a permitir que se le salgan de las manos esas situaciones que pueden poner en riesgo el alto prestigio de la institución. De ahora en adelante será más estricto, estos alumnos necesitan disciplina; porque a pesar de que la mayoría son muy adinerados, no conocen la educación, los buenos modales y lo que significa tener un buen comportamiento.

Después de que cada una de las chicas da su versión de la historia, el señor Ricalde se pone más estresado, ya no sabe a quién creerle, todas las versiones tienen similitudes, pero varían en algunos aspectos; así que toma la decisión de castigarlas a todas por igual, incluyendo a Isabela que no hizo nada.

—Su castigo va a ser el siguiente: —dice el señor Ricalde—. Se quedarán en sus habitaciones este fin de semana, no podrán salir a ningún lado, solo al comedor a la hora de comer...

Cuando el profesor pronuncia esas palabras, lo primero que recuerda Camila es su cita con Eduardo. ¡No puede ser! La había estado esperando con ansias.

—Está bien, señor Ricalde —dice Celeste—. ¿Ya nos podemos retirar?

—El castigo no termina ahí, ni lo piense. Durante dos semanas, antes de las clases, ayudarán a las cocineras en el comedor.

—¿Qué? No puede hacer eso, nos vamos a tener que levantar de madrugada —reprocha Renata.

—Sí, así es. Solo que ustedes tres —señala a Celeste y sus amigas—, ayudarán en el comedor de la residencia de chicas del lado oeste. Y ustedes dos —señala a Camila y Rayssa—, ayudarán en el de la residencia del lado este.

—No es justo, a ellas solo les toca bajar de sus habitaciones, y a nosotras ir hasta la otra residencia —dice Isabela.

—La decisión está tomada, más vale que obedezcan o tendrán un castigo peor. Ahora sí, pueden retirarse. La señorita Marcia se asegurará de que cumplan con su castigo.

Las cinco chicas se levantan de sus asientos y se dirigen a la puerta para salir de la dirección.

—Espere un momento, jovencita —dice el director y las cinco voltean porque no saben a quién le habla—. Usted, la del vendaje en la nariz —se dirige a Renata—, su falda es demasiado corta, el reglamento del uniforme para las mujeres, claramente indica que la falda debe quedar como máximo cuatro centímetros arriba de la rodilla, y la suya está mucho más arriba, es demasiado corta. Por favor, resuélvalo.

—Sí, señor Ricalde, lo haré —dice Renata de mala gana. Todas salen de la dirección.

Seguidamente entra el resto del salón, incluyendo a Eduardo y Nicolás que no estaban en clase, pero el profesor les ordenó que pasaran a la dirección por faltar a clase sin motivo alguno.

El profesor comienza a relatar su versión, iniciando cuando se encontró a los dos alumnos.

Eduardo y Nicolás exponen que no entraron al salón porque querían asegurarse de que sus compañeras estuvieran bien, pero esa escusa al director le parece ridícula y falsa. Así que les hace una advertencia, si vuelven a faltar a otra clase el profesor tiene el derecho de anularles el examen final para que directamente se vayan a recuperación de clase en la semana de vacaciones de verano.

A los chicos no les queda de otra más que aceptar el compromiso de no volver a faltar a clase, si no, tendrán que asumir las consecuencias.

—Ahora tengo que tomar medidas con ustedes, alumnos que se rebelan contra el profesor —indica el señor Ricalde.

—Pero él no está contando bien como fueron los hechos —refunfuña Laura.

—Sí, el profesor no está diciendo lo que él hizo —secunda Carolina.

—Usted jovencita —el director señala a Magaly—, parece ser una buena alumna, será quien me diga qué fue lo que sucedió en la clase.

Magaly se siente nerviosa, pero no quiere que la situación en la que se encuentra le evite defender sus derechos. Esta es su oportunidad para que tanto ella como sus compañeros, salgan librados de perder la clase de historia de Latinoamérica y que el profesor no se salga con la suya.

Sabe que puede hacerlo, necesita hablar sin equivocarse, sin titubear y sin dudar de ella misma.

Magaly empieza a desenvolverse muy bien y explica lo que sucedió hasta con orden cronológico los hechos.

El señor Ricalde le cree, siente que lo que Magaly dice es verdad, además el director ya sabe que el profesor es un poco loco a la hora de tratar con alumnos.

—Profesor, usted no puede reprobar a nadie por no saber de un tema que no les ha enseñado —indica el director.

—Por esta razón es que los jóvenes de ahora no se preocupan por estudiar.

—Profesor, le recuerdo que tanto alumnos como maestros deben someterse a las reglas del Instituto Luxord, todos deben obedecer las decisiones que la autoridad toma. Yo soy el director, yo soy el que está a cargo de que todo en esta institución fluya de la mejor manera.

—¡Bien! —exclama el profesor, aguantándose lo que ha dicho el director a pesar de que no está de acuerdo. Pero sabe que este es su último año, está pronto a pensionarse, por eso decide que, a partir de ahora, no va a imponer su filosofía que posiblemente está basada en una educación antigua.

—Alumnos —dice el director—, el hecho de que no haya cedido a lo que el profesor quería hacerles, no significa que harán lo que ustedes deseen. Deben entrar a clases, deben hacer sus tareas, deben estudiar; porque si no, reprobarán la materia. Una vez dicho esto, todos pueden continuar con sus asuntos, los cuales son, presentarse al resto de sus clases con sus otros maestros. Y usted, profesor, puede ir con sus otros estudiantes.

Tanto el profesor como los estudiantes salen de dirección y regresan a continuar con el resto de su día.

Mientras el director se queda en su oficina preparándose un té de tilo para calmar su estrés. Luego se acomoda en su suave y grande silla. 

Instituto Luxord [Completa]✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora