Sesenta y tres;

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Mimi

—Ehm... ¿Interrumpo algo?

Sinceramente, me hubiese dado igual interrumpirlo. Que al parecer, lo estaba haciendo. Las palabras de Ana retumbaban en mi mente como nunca antes. Si Miriam me hubiese pillado a centímetros de Ana y con sus manos pegadas a mi cara, yo no habría vivido para contarlo. Sin embargo, parecía que yo sí merecía el tener que tragarme aquella escenita y seguir como si nada.

Pues no me daba la gana. 

La pena que había sentido aquella mañana al ser ignorada por Miriam y el cariño que había notado en sus palabras al pedirme que me quedase a hacer el examen, estaban evaporándose por momentos.

—Claro que no —contestó Ruth, apartando las manos de forma rápida. —Voy a... Dejaros solas un momento —se excusó de forma torpe, cogiendo su bolsa de deporte; levantándose del escalón, y lanzándole una fugaz mirada a Miriam, quién no la correspondió porque de repente tenía las mejillas rojas y solo podía mirar hacia abajo.

Mi hermana me palmeó el brazo cariñosamente al pasar por mi lado, pero ni yo me giré a mirarla, ni ella se detuvo a esperar que yo lo hiciera. Ya notaba aquella conocida tensión creciendo otra vez entre las tres, y era una sensación que me traía muy malos recuerdos y me proporcionaba un dolor punzante en el estómago. 

Con acercarme un poco más, pude darme cuenta de que Miriam había estado llorando, y entendí, en cierta manera, la posición en la que las había encontrado; por poca gracia que me siguiera haciendo.

—¿Qué te pasa? —pregunté, inevitablemente más blanda de lo que había pensado unos segundos atrás.

—¿Tú qué crees que me pasa? —lanzó Miriam, a modo de respuesta. Su voz estaba algo rota y aunque la pregunta tenía un toque desafiante, se podía ver que era en defensa propia. Intenté disimular un suspiro mientras me sentaba a su lado, ocupando el espacio que hacía unos segundos, llenaba Ruth. —¿Qué ha podido pasar en una noche, que haya cambiado completamente tu forma de pensar, Mimi?

Hice una mueca inocente, intentando ganar algo de tiempo. A mí también me costaba entenderlo.

—No lo sé, Miriam... Pero es como que he abierto los ojos.

—¿"Abierto los ojos"? —preguntó Miriam, entre enfadada, apenada, y escandalizada. —Pero... Pero... —soltó un gruñido de desesperación y se llevó ambas manos a la cara.

—Miriam escúchame... —le pedí, acariciando su brazo desnudo, dado que iba en manga corta. —Creo que lo que me pasa es que no he podido perdonarte por lo que pasó con Ruth —lo dije de forma simple y sin tapujos; visto así era más fácil de entender. Tenía claro que aquello era la base de lo que me pasaba. Luego quizás se entremezclaban más cosas, pero la base del problema era esa: sí. —Y necesito algo de tiempo...

Miriam levantó la cara de golpe y asintió, con ímpetu, muchísimas veces. Tantas, que me asusté y todo pensando que estaba entrando en alguna especie de bucle.

—¿Sabes, Mimi? Podías haberlo pensado antes de venir a buscarme aquél puto domingo en el parque. ¡Y podías haber elegido otra semana para decírmelo, joder! —gritó enfadada, poniéndose de pie.

—¿Preferías que te mintiera? —pregunté, frunciendo el ceño.

—Eso se te da bastante bien, así que...

—¿Eh? —pregunté. Y sí. Tenía razón. Se me daba bastante bien y me entraba toda la ansiedad del mundo cuando pensaba en todas las cosas que le había escondido a Miriam. Pero mentir y omitir no era lo mismo, ¿no? —¿A qué viene eso?

Game Over 🌙 || MIRIAM²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora