Setenta;

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Miriam

No quería quedarme viendo aquello. 

Era la materialización de mis peores inseguridades, la confirmación a mis dudas; era Mimi pisoteando mi corazón cuando ya pensaba que no podía romperlo más. Parecía que estaba equivocada. De alguna forma, Mimi siempre conseguía hacer los pedacitos todavía más pequeños.

Sin embargo, me detuve unos segundos de más; los suficientes para ver los ojos de Mimi clavarse y quedar fijos en los míos. Noté un cierto escaneo en su mirada, como si me viera por primera vez en mucho tiempo, a pesar de habernos visto aquella mañana en clase. Se quedó inmóvil por un momento y mi pobre estómago, revuelto por la situación, notó un tipo nuevo de presión.  Siempre era impactante ver a Mimi, y aunque me hubiese gustado responder a su escaneo inicial haciendo lo propio, la imagen que veía me desagradaba tanto que no podía ni fijarme en lo guapa que estaba.

Su mano en la mejilla de Ana y aquella cercanía que tenían se sintió como si me atravesara un rayo, pero tragué saliva y me di la vuelta, desapareciendo rápidamente entre la multitud. Quedarme allí no me beneficiaba en nada.

—Miriam —hizo Mireya, con preocupación en su voz, colocando una mano sobre mi hombro.

—Estoy bien —respondí sin mirarla. —Necesito salir un momento.

—Vamos contigo.

—No —me giré de nuevo, mirándola a la cara. —Quiero estar sola.

—Miriam... —mi amiga frunció el ceño, poco convencida.

—Estoy bien, de verdad —mentí. —Pero necesito un segundo. Aquí dentro me estoy agobiando.

Eché a andar con rapidez, porque no tenía ni la menor duda de que Mireya esperaría poco menos de cinco segundos antes de hacer el intento de seguirme entre la gente, acompañada por Nerea. Así que fui abriéndome paso entre la muchedumbre hasta que conseguí salir del salón y me adentré en el pasillo, donde pude respirar algo mejor. 

Mi intención era salir al exterior de la casa para que me diera el aire y relajarme un poco, ordenar mis ideas dentro de lo posible y decidir qué hacer, pero al pasar por delante de la cocina tuve que dar un paso atrás y observar la escena con una mayor atención.

—Pero ¿qué...? —me salió del alma mientras veía a Ruth besando al hermano de Raoul como si le fuera la vida en ello.

El chico apretaba su cintura, apoyado en la isla de la cocina, con Ruth completamente echada sobre él. Las manos de Ruth acariciaban su cuello y su pelo corto, como si no hubiesen tocado nada en meses. Mi primer pensamiento ni siquiera fue que ninguna de las hermanas estaba perdiendo el tiempo, sino que qué demonios hacía Ruth enrollándose con Álvaro si estaba con Patri.

Intenté quitarme aquella idea de la cabeza y seguir caminando hacia el exterior. Yo ya había roto vínculos con las gemelas: que cada una hiciera lo que mejor le pareciera, que no era de mi incumbencia. Especialmente lo que hiciera Ruth.

Pero luego... reculé. A fin de cuentas, no era ella la que estaba pisoteando mi corazón. Y si podía evitar que se lo pisoteara a Patri, por mucho que la chica no fuese precisamente santa de mi devoción, quizás debería hacerlo. O quizás estaba tan abrumada y bebida que no pensé con claridad.

—¡Ruth! —la llamé decidida, entrando en la cocina y tirando de su brazo para que parase de manosear al chico y se diese la vuelta.

Álvaro fue el primero que abrió los ojos, sorprendido, y me miró sin entender nada. La cara de Ruth al darse la vuelta no fue menos. Se quedó con la boca abierta e intentó enfocarme con dos ojos enrojecidos y una mirada algo perdida: había estado bebiendo, incluso más de lo que sería normal en ella.

Game Over 🌙 || MIRIAM²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora