Cuarenta y cinco;

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Ruth

Miriam no dudó ni un segundo en quedarse al margen de la conversación. Yo tomé el mando y ella lo aceptó de buena gana. La rubia avanzó hacia la nevera y sacó el agua y la Coca-Cola que teníamos pensado tomarnos, como si aquella fuera toda su ocupación. Se la veía claramente nerviosa: la presencia de Mimi la alteraba.

—¡Ey! Que creía que no vendríais —exclamé yo, animadamente, dirigiéndome a mi hermana y su mejor amigo.

A pesar de mi alegría verbalizada, la cara de Mimi era un puto poema. Era algo que no podía esconder, y que yo vi enseguida. Estaba muy seria; seria y descolocada, porque lo que acababa de presenciar no le había gustado nada, claro estaba. 

La cosa era que Miriam y yo solo estábamos jugando, y sí, tal vez tonteando. Pero por mucho que a Mimi no le hiciese gracia, ella se había tirado a Ana, directamente; lo cuál para mí era mucho peor. Mi hermana no estaba en posición de reclamar nada.

—Lo bueno se hace esperar —habló Ricky, sonriente. —Aunque mis patatas espero que no porque estoy hambriento.

—Por eso no te preocupes —sonreí. —¿Qué tamaño? —pregunté, señalando los distintos envases en el mostrador blanco.

—El grande, el grande. Que así Mimi va a picar también. ¿No, maricona?

—No tengo hambre —hizo Mimi secamente.

Me la quedé mirando, pero no llegué a decirle nada. Sus ojos no se encontraban con los míos porque ella no quería. 

—Miriam, una de patatas grande, por favor —le pedí a la otra rubia. 

—Voy —respondió ella, que se puso al tema al instante, sin ni siquiera mirarme a mí.

Seguro que agradeció mi tarea, porque estarse en frente de la nevera haciendo como que recolocaba las bebidas, se le iba a hacer cansado. Yo me apoyé con ambas manos en el mostrador, acercándome algo más a mis amigos.

—¿Qué tal la noche? —le pregunté a Mimi, con la intención de abrir un poco de conversación distendida con ella. 

Pero mi hermana me miró como si me hubiese vuelto loca; y aquella fue la única forma que tuve de que me prestase atención. 

Que no le estaba preguntando como le había ido con Ana, sino la noche en general. No pretendía dejarla mal ni mucho menos, solo quería hablar con ella y tantear como estaba, porque ya quedaba claro que no le había hecho ni puta gracia vernos a Miriam y a mí juguetear. Y es que no podía culparla, pero tampoco habíamos hecho nada malo. No esta vez.

Sin embargo, después de fulminarme a mí con la mirada unos segundos, puso sus ojos en Miriam brevemente, y justo cuando se acercó para entregarle las patatas a Ricky, haciendo esfuerzos por mirarle, Mimi soltó con toda naturalidad:

—Bien, ya sabes, la noche se me complicó de la mejor manera —rió levemente. —Por eso no he dormido en casa. Pero estuvo muy guay todo.

Su voz sonó forzada, queriendo claramente, que Miriam lo escuchara y se hiciera una idea del por qué no había vuelto a casa.

—Vaya, me alegro —contesté, simplemente, para no darle más bombo al tema.

Miriam tomó las fichas que le tendía Ricky y se giró con toda la velocidad del mundo para guardarlas dentro de la caja que teníamos para aquella función. A ella le habría sentado fatal la respuesta; y su cabeza, que siempre iba dos pasos por delante, ya se estaría imaginando los peores escenarios, que en aquél caso, seguro que no eran tan malos como la realidad. 

Game Over 🌙 || MIRIAM²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora