Diecisiete;

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Ruth

Aquella mañana de miércoles, no me despertaron ni la alarma del móvil, ni los gritos de mi madre. Bueno, de hecho, los gritos de mi madre sí, pero no iban dirigidos a mí. 

Me desperecé estirando mis brazos y mi espalda, y salté de la cama escuchando el barullo en el piso de abajo.

—¡No tienes vergüenza alguna! —chillaba mi madre, con un cabreo considerable.

En su línea, vamos.

—Mamá, lo siento, me dormí...

—¿Pero cómo que te dormiste? ¿Dónde te dormiste si se puede saber? ¡No eres ni siquiera mayor de edad! ¡Sales entre semana, no duermes en casa...! ¿Qué será lo siguiente Miriam?

Suspiré en cuanto me vino todo a la cabeza y me ubiqué: Mimi no había vuelto a casa la noche anterior. Me había prometido que sí, pero al final, ni siquiera leyó lo que yo le había respondido.

De todas formas, a diferencia de mi madre, yo ya sabía que no había salido de fiesta y que estaba bien, por eso había dormido tranquilita. 

Bueno, más o menos tranquilita, porque ella había pasado la noche con Miriam y eso me costaba un poquito de procesar, aunque la cosa ya no fuera conmigo. El caso es que lo sabía porque había hablado con Ricky, preocupada, al ver que pasaban de las once y Mimi ni me contestaba ni llegaba a casa para cenar tal y como me había dicho; y el chico me lo había confesado todo para que no me preocupara de más.

Bajé las escaleras y crucé el salón hasta llegar a la cocina, donde mi madre seguía desquiciada al borde del llanto, y Mimi se intentaba defender y calmarla a la vez. La imagen se parecía a la del meme aquél que me había enseñado Roi el otro día, en que dos chicas gritaban a un gato blanco que estaba sentado flipándolo.

—Mamá —interrumpí, mientras me dirigía hacia la nevera sin mirar más a ninguna de las dos. —Mimi no salió de fiesta ayer.

Mi madre se dio la vuelta mientras que yo empezaba a prepararme unos cereales de colores que seguramente la OMS iba a prohibir en breves.

—¿Cómo? —preguntó, notablemente sorprendida.

—Se fue a casa de una compañera de clase que está enferma y se quedó allí a dormir. ¿No es así, Mimi? —pregunté, ahora sí observando a mi hermana, que seguramente no se estaba ni creyendo el cable que le pasaba.

—Sí, sí —respondió ella en seguida. —Mamá, lo de ayer fue un despiste, quería volver a casa, se lo dije a Ruth, pero nos dormimos y...

—¿Ahora te estás tirando a una de tu clase? —preguntó mi madre, escandalizada.

—¡Mamá! —gritó Mimi. —¡No me estoy tirando a nadie! Te digo que...

—¿Y por qué a ti te avisó y a mí no? —preguntó mamá, mirándome a mí otra vez y dejando a Mimi con la palabra en la boca. —¿Por qué tengo que creerme que tu hermana no se pasó la noche de picos pardos?

—Porque si Mimi hubiese salido, yo habría salido con ella —respondí, haciendo un gesto de obviedad mientras caminaba hacia la mesa de la cocina pasando en medio de las dos. —Y si no te avisó, es porque no tenía planeado pasar la noche fuera.

—¿Por qué tendría que creerme yo eso? —preguntó mi madre, de brazos cruzados.

La verdad es que, a veces, en vez de dos gemelas y su madre, parecíamos tres hermanas.

—Porque no queremos irnos a Galicia con papá, por ejemplo —contesté con indiferencia. —¿Crees que Mimi saldría un martes sabiendo que a la mínima nos metes en un tren y nos envías al monte? Y ahora por favor, me gustaría desayunar con un poco de tranquilidad.

Game Over 🌙 || MIRIAM²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora