Cincuenta y cinco;

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Miriam

De verdad que quería ir despacio, pero mi habilidad por hacerlo, había desaparecido de la noche a la mañana. Quizás eran las ganas contenidas, el tiempo que había estado frenándome y marcando distancia con Mimi, pero la verdad era que lo de ser discreta y no exponernos ya el primer día, estaba yendo de pena. Nunca había disfrutado tanto, de algo que se me estaba dando tan mal.

—Mimi para, de verdad —protesté muy débilmente, mientras intentaba escaparme de su aprisionamiento al fondo del cubículo del baño en el que nos encontrábamos. 

Sus labios recorrían mi cuello con ansias, y sus manos intentaban colarse por debajo de mi camiseta. Acabábamos de salir de los vestuarios después de la clase de Educación Física, y con cuatro excusas mal dadas, Mimi había conseguido que entrase en el baño con ella. 

—¿Seguro que quieres que pare? —preguntó ella, separándose lo mínimo de mi piel.

Era una buena pregunta. No era la primera vez que lo hacíamos en el instituto, pero desde luego no era mi lugar favorito para aquél tipo de actividades. Ya había fallado en mi propósito de ser discreta delante de los compañeros; porque Mimi había aparecido más temprano que nunca en su vida para poder pasar un rato conmigo antes de clase, y aquello habría llamado la atención de más de uno. Solo me faltaba hacerlo en un baño, que nos pillaran, y que llegase a oídos de Carol o del equipo directivo... Me avergonzaba y me incomodaba a partes iguales.

—Seguro —insistí, riéndome un poco mientras ponía mis manos sobre sus hombros y le obligaba a apartarse ligeramente de mí.

—Tú te lo pierdes —resolvió ella, echándose hacia atrás y apoyándose en la pared contraria.

Nos sonreímos instantáneamente. Sabía que me entendía perfectamente. Había aprendido a hacerlo hacía tiempo.

—Podemos vernos esta tarde, si quieres —propuse, porque realmente me apetecía estar con ella y seguir poniéndonos al día de los cambios que nuestras vidas habían experimentado desde antes de Semana Santa.

Tendí mi mano y ella la agarró, acariciándola con su pulgar.

—¿Quieres venirte a mi casa? Creo que estaremos solas.

—Pues claro, sí —acepté encantada.

Mimi me miraba con su cara de traviesa habitual, pero sus ojos me transmitían una ternura que no podía ignorar. Ya cuando nos encontramos en el parque se lo dije: la veía distinta. Al final las dos nos habíamos querido y fallado, y quizás eso nos había hecho madurar.

—¿Cómo me miras con esa carita? —preguntó, dejando de acariciar mi mano para tirar de mi directamente y apresarme en un abrazo.

—Es que te estás pasando de mona, últimamente —contesté. 

—Tienes razón —hizo enseguida, separándose de mí y abriendo la puerta del cubículo. —No estoy nada avispada con mis bromas... Y a penas te estoy picando. ¿Qué coño me está pasando?

—No seas tonta —reí yo, empujándola hacia fuera, ya que estaba bloqueándome el paso sin darse cuenta.

—Eso es culpa de madrugar. Si no me hubiera levantado tan temprano para llegar a la misma hora que tú... Bueno, no te preocupes que en nada me tienes metiéndome contigo como siempre —aseguró, ante lo cuál puse mis ojos en blanco. Aquella "nueva" Mimi me gustaba, pero no podía negar que la que me sacaba de quicio era la que me había hecho enamorarme completamente. —¿Con quién vas a desayunar? —se interesó, mientras salíamos del baño ante miradas curiosas de algunas alumnas más pequeñas que se lavaban las manos o se retocaban el maquillaje.

Game Over 🌙 || MIRIAM²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora