Setenta y uno;

1.4K 117 82
                                    

Miriam

El vistoso, pero elegante vestido plateado que me había prestado Mireya no desentonaba para nada con el vestíbulo de aquel hotel. De hecho, diría que era el sitio más lujoso que había pisado nunca. Era moderno, minimalista y elegante. El espacio estaba prácticamente vacío de gente, dada la hora que era. Solo un recepcionista perfectamente uniformado y sonriente nos esperaba cuando Ruth se acercó al mostrador y yo la seguí unos pasos por detrás; observándolo todo sin perder detalle.

Acabábamos de bajar del taxi y yo me sentía como sumergida en una especie de ensoñación, porque todavía no me podía creer el rumbo que había tomado la noche. Le había mandado un mensaje a Mireya informándole de que estaba bien, pero que me iba a casa; que ya hablaríamos mañana. No me sentía bien mintiéndole, pero sabía que, si le contaba la verdad, no me habría dejado ir con Ruth. Lo habría achacado a mi consumo de alcohol, pero es que precisamente, con unas copas de más, tenía más que claro lo que me apetecía hacer; y nada me sonaba mejor que huir con Ruth de aquella fiesta donde ya sobraba. Así que había escapado de allí, con todas las letras.

Miré a mi acompañante mientras interactuaba con el recepcionista, que le hacía entrega de unas tarjetas. Sentía que las dos estábamos en el mismo barco y, aunque en el fondo de mi cabeza tenía la pequeña sensación de estar complicando todavía más las cosas, no me arrepentía de mi decisión. Tan solo éramos Ruth y yo, actuando como dos amigas, después de todo. Nos habíamos visto en todas las situaciones posibles y aquella era una más; quizás con un toque más surrealista, pero las cosas siempre lo eran cuando se trataba de nosotras.

—Habitación tres, planta cinco —anunció Ruth, dándose la vuelta. —Vayamos por ahí —indicó luego, señalando hacia los ascensores con un gesto de cabeza.

Ambas caminamos hacia los dos ascensores que quedaban a la izquierda del vestíbulo y no tuvimos que esperar nada para montarnos en uno de ellos porque ambos estaban desocupados. Una vez se cerraron las puertas me hizo gracia la musiquita que sonaba dentro. Nunca me había montado en un ascensor con música; de hecho, no sabía ni que aquello era algo normal.

—¿De qué te ríes? —preguntó Ruth, empequeñeciendo los ojos con curiosidad.

—Nada, estaba pensando en cosas mías —me repuse rápidamente, esperando que Ruth no me tomara por idiota.

Pero ella solamente sonrió y cabeceó; y a mí me vino un flashback. Ruth y yo ya nos habíamos montado juntas en un ascensor, hacía meses, durante aquella tarde en la que estuvimos buscando un espacio para poder realizar el evento de recaudación de fondos para el viaje de final de curso. En aquel momento no lo había entendido, pero la tensión y las miradas que se habían formado durante unos instantes habían cobrado sentido en el momento en el que Ruth me confesó que le gustaba, días después de aquello.

Me sonrojé ante el pensamiento, como si Ruth tuviese acceso a mi mente. Busqué su mirada, pero estaba muy entretenida mirándose de refilón en el espejo del ascensor, así que me tranquilicé. ¿Pero y ella? ¿Estaría nerviosa ante la perspectiva de pasar una noche, a solas, conmigo? Muy nerviosa no se la veía, la verdad. Le preocupaba más como llevaba la falda que yo. Si es que la atención que había recibido por parte de las Doblas durante el curso me había trastocado; claro estaba. El ascensor interrumpió mis pensamientos con el sonido de una campanita, el cual acompañó la apertura de las puertas unos segundos después.

—Adelante —sonrió Ruth, irónicamente, dejándome salir primero.

—¿Ya habías estado aquí? —le pregunté, mientras avanzábamos por el solitario y tranquilo pasillo.

—¿Qué? Qué va, madre mía. ¿Te crees que soy el Banco de España?

Sonreí levemente y negué con la cabeza. Seguro que se había gastado un montón de dinero para tener una noche especial con Patri. Ruth tenía un corazón enorme, de eso no había duda.

Game Over 🌙 || MIRIAM²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora