Cuarenta y siete;

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Miriam

—Creo que me he pasado calentando la leche, ten cuidado —advertí, mientras dejaba la taza de café en frente de mi abuela y tomaba asiento justo delante. 

La mujer se miró la taza humeante, y luego me sonrió mientras yo rodeaba la mía con ambas manos.

—Pronto nos tendremos que tomar el café con hielo, si el tiempo sigue así —comentó. —Aunque ya veo que tú sigues disfrutando de su calorcito...

Yo le sonreí débilmente. En aquello tenía razón, la Semana Santa había empezado de una forma bastante calurosa. El sol era intenso, no había nubes en el cielo, ni tampoco previsión de lluvias. Pero yo era friolera por naturaleza y el café me lo iba a tomar calentito por lo menos hasta junio.

Mi abuela alargó su mano y la colocó encima de una de las mías, acariciándola levemente antes de retirarla. Yo le sonreí un poco más grande.

Se me hacía raro poderme sentar con ella una mañana, sin prisas para llegar a tiempo al instituto o a cualquier otro compromiso. Claro que tan solo era domingo y aunque que no estuviéramos de vacaciones, no tendría que ir a clases; pero de todas formas, la mayoría de domingos por la mañana, madrugaba y me los pasaba estudiando.

Pero bueno, que aunque se hubiese dado el caso, aquella mañana, no hubiese podido concentrarme ni queriendo: si el día anterior había sido intenso, la noche lo había incluso superado. 

Estaba haciendo el mayor de los esfuerzos para aparentar normalidad, pero mi cabeza iba tan a mil por hora, que me temía que mi abuela se diese cuenta del humo que salía de ella. Desde la madrugada del viernes que había tenido tiempo de darle mil vueltas a la misma situación, a las mismas palabras. A Ruth y a Mimi. A sus mentiras y a sus verdades.

La mañana de domingo también se me hacía rara porque me faltaba Efrén. Habíamos quedado en hacer una videollamada por la tarde, ya que aquél día, él iba a hacer un turno de mañana. Aquella semana, nuestro contacto había sido escaso; en parte porque no quería que me viera o me notara triste y tener que hablar de todo el percal con Mimi, y en parte porque con los exámenes, las horas de biblioteca, y la preparación para el evento de recaudación de fondos, no había tenido tiempo para mucho más.

Ansiaba y a la vez temía aquella videollamada, porque me sentía en un estado en el que aparentar, cada vez se me hacía más difícil. 

—Ya me conoces —respondí, ladeando la cabeza y arrugando la nariz de forma divertida, haciendo un esfuerzo en parecer medianamente contenta.

—Te veo cansadita, Miriam. Esta semana ya puedes descansar, no hagas que te lo tenga que repetir dos veces, que siempre vas ajetreada y ahora que...

Mi abuela se vio interrumpida por el sonido del timbre de la puerta. No era raro que las vecinas vinieran a saludarla a veces, a comprarle cosas del huerto o a hablar aunque fuera del tiempo, si era necesario, así que ninguna de las dos se sorprendió. Con un gesto le indiqué que no se levantara, que ya iba a abrir yo. 

Mi sorpresa fue encontrarme a quién me encontré justo al hacerlo.

—¿Mireya? 

Me quedé en shock, con la mano en el pomo y mi mirada en la rubia. La hacía en Málaga de vacaciones, y no delante de mi casa a las once y media de la mañana.

—Hola —habló, con un tono aterciopelado poco propio de ella. —Perdona que me haya presentado sin avisar. Es que nos vamos ya y antes necesitaba hablar contigo...

Saqué la cabeza por la puerta y vi el coche de los padres de Mireya aparcado justo en la acera de enfrente.

—¿Quieres pasar, o...? 

Game Over 🌙 || MIRIAM²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora