Dieciocho;

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Miriam

—¡Voy! —grité, bajando por las escaleras a toda prisa.

Quién diría que aquella mañana, me había levantado una vez más con fiebre.

Pero es que mi abuela no estaba en casa y mi hermano estaba durmiendo después de un largo turno de noche; así que aquella tarde de jueves se presentaba bastante prometedora, tanto para la persona que llamaba a la puerta, como para mí.

Me había estado mentalizando de las consecuencias que podía tener dejar entrar a Mimi a mí casa, con frecuencia, llegando al punto en el que tendría que hablar las cosas con ella. Y había decidido que si era el precio a pagar por su presencia y cercanía, me compensaba.

—Hola —sonreí, abriendo la puerta lo justo para que no entrase demasiado frío de la calle.

Sabiendo que Mimi iba a venir para el refuerzo, me había hecho una coleta alta y me había cambiado el pijama por uno blanco, más que nada, para que no me viera todos los días con el mismo outfit de enferma.

—Qué guapa, ¿no? —soltó Mimi, dándome un buen repasón, sus ojos recorriéndome de arriba abajo con agilidad. —¿Me tengo que creer que sigues con fiebre?

—¡Oye! —me hice la enfadada. —¿Crees que disfruto todo el día en casa, sin hacer nada?

—Desde luego yo lo disfrutaría —comentó Mimi, empujando la puerta para entrar del todo. —¿Está tu abuela? —preguntó en un tono algo más bajo, mirando a su alrededor.

Negué con la cabeza.

—No, ha salido hace un rato.

Mimi sonrió de aquella forma tan suya y, cerrando la puerta con un golpe brusco de pie, enmarcó mi cara con ambas manos y se lanzó a por mis labios.

—Mm-Mimi —protesté, separándola como pude haciendo presión con mis manos en sus hombros. —¡Que mi hermano sí está!

—¿Tu hermano vive con vosotras? —preguntó ella, ladeando la cabeza.

De hecho nunca habíamos hablado ni siquiera de mi hermano, así que era normal que tuviera dudas al respecto. Lo raro era que supiera que tenía uno, directamente.

—Sí. Y está arriba durmiendo, o sea que nada de hacer ruido... Cómo el que has hecho al cerrar la puerta, por ejemplo —la reñí.

Mimi usó sus dedos para hacer el señal de la cremallera en su boca, y luego me guiñó un ojo.

Joder.

Es que con una tontería así ya podía notar que me estaba sonrojando.

—Vamos al salón, que así salgo un poco de la habitación —indiqué, tirando de Mimi pero dándole la espalda para que no me viera mucho.

Ella se rió bajito pero no protestó y se dejó arrastrar por mí.

Sobre la mesa del salón, tenía puestos los libros y los apuntes de las materias que seguramente revisaríamos durante aquella tarde. En el centro había un jarrón con flores muy sencillo, pero que nunca era igual ya que mi abuela se dedicaba a cambiarlas por otras del jardín en cuanto empezaban a marchitarse. Lo aparté un poco para que tuviéramos más espacio, y en cuanto me di la vuelta, vi a Mimi sentada en el sofá, como si estuviera en su propia casa.

—Vaya, veo que te adaptas bien al nuevo entorno —comenté sarcásticamente, levantando una ceja.

Ella se encogió de hombros y colocó ambos brazos por detrás de su cabeza.

—Me gustaría más que el "nuevo entorno" se adaptase a mí —respondió, poniendo morritos.

—Ya —ladeé la cabeza al mismo tiempo que me apoyaba en una de las sillas. —¿Y cómo es eso?

Game Over 🌙 || MIRIAM²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora