Sesenta y cinco;

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Ruth

La espalda de Patri.

No había más que añadir. 

La tenía tumbada a centímetros de mí, con su cuerpo de lado hacia la derecha, y mis ojos no dejaban de recorrer aquellas curvas que yo misma había recorrido con mis manos y mis labios hacía apenas media hora. La morena se había quedado dormida hacía relativamente poco, y yo creía que iba por el mismo camino, pero algo dentro de mí no me permitía relajarme del todo.

Tan solo era lunes, y la semana se me iba a hacer larga. En mi defensa, tenía que decir que el día había sido intenso; tanto, que me parecía que había vivido los acontecimientos de cinco días seguidos en una sola mañana. Estaba mal con Mimi y había decidido directamente no estar de ninguna forma con Miriam, y aquello era el foco de todo. 

Suspiré.

Me sentía terriblemente mal por estar pensando en ella justo en aquél momento, en el que Patri y yo estábamos maravillosamente bien. No quería que aquello cambiara, y no quería empezar otra lucha imposible para ganarme un espacio mayor en el corazón de Miriam. Es que ni quería ni debía, vamos. Pero no podía negar que verla tan receptiva conmigo y saber que su relación con mi hermana iba a la baja, despertaba cosas en mi interior. Y por eso mismo había decidido pasar activamente de ella.

Lo positivo del día era que había podido aclarar las cosas con mi Anita... Me preguntaba como estaría yendo su tarde con mi hermana, porque si realmente hablaban, la cosa prometía. Otra cosa positiva era que mi hombro estaba muchísimo mejor... Casi que había sido entrar en la habitación de Patri y olvidarme de aquello.

Cansada de estar tumbada sin hacer nada y sin poder dormirme, decidí levantarme a por agua, pero me detuvo el sonido del ascensor en el rellano y el de la puerta de entrada al abrirse. Tanto si se trataba de Dani como de la asistenta, tendría que ponerme algo de ropa antes de irrumpir en la cocina. 

—¡Buenas tardes, soy Marisa! —se escuchó desde el pasillo. 

Me seguía pareciendo un tanto exagerado que tuvieran contratada a una mujer solo para hacerles las comidas y ordenarles un poco la casa. Ni siquiera se encargaba de la limpieza general; solo de comprobar que todo funcionaba correctamente, de recoger el correo que previamente ya recogía el portero, y de que el apartamento tuviera un aspecto presentable. Tanto Patri como su padre eran un poco extra, al fin y al cabo.

Me vestí con la misma ropa con la que había llegado aquella tarde a casa de Patri, y poniéndome las chanclas que ella usaba como zapatillas de ir por casa y que me iban pequeñísimas no, lo siguiente, salí en dirección a la cocina.

—Buenas tardes —saludé sonriente, mientras me acercaba a la nevera.

—Uy, hola, Ruth —me contestó ella, mientras se hacía un nudo en el delantal. —Ya creía que no había nadie.

Habíamos coincido solo un par de veces, pero sabía que Patri no solía traer a mucha gente a su casa, con lo cuál la mujer se había quedado conmigo muy fácilmente. Además no era ningún secreto que yo hablaba hasta con las paredes, y ella también era de hacer hablar a los mudos. Tenía el pelo rizado y corto, unos cincuenta y tantos de edad, y una sonrisa que por alguna razón me transmitía buen rollo. 

—Es que Patri está durmiendo —le comenté, antes de beber un trago de agua que me dejó helada la garganta.

—¿Te quedarás a cenar? —preguntó, después de asentir ante la información que le acababa de proporcionar.

—Eh... Pues no lo sé. No creo. Es demasiado tarde para decirle a mi madre que no voy —opiné, viendo el reloj digital de pared dar las ocho y media.

Game Over 🌙 || MIRIAM²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora