Capítulo 9

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#miedo #terror

CLOE

Marco, el chófer de los García, me dejó en la puerta del hospital. Me bajé del coche y le agradecí el haberme llevado hasta allí.

Caminé hacia la puerta de entrada con el corazón latiendo a un ritmo frenético. Sentía que eran demasiadas emociones en muy poco tiempo; necesitaba respirar. En veinticuatro horas habían pasado más cosas que en mis dieciséis años juntos.

Faltaban dos horas para que mi padre acabara la guardia y mi madre doblaría turno, así que les mandé un mensaje diciendo que nos veríamos en casa porque esta conversación con Erik no duraría mucho.

Un paso tras otro con la muleta. Me movía despacio pensando en qué hacer. Cada vez estaba más cerca de afrontar todo con esos ojos verdes que daban miedo. Me había ido de casa de Thiago después de tranquilizarlo. Él y Yezzy me insistieron en que me alejara de Erik pero tenía una conversación pendiente y muchas cosas que solucionar. Sabía que Erik lo tenía en su punto de  mira y estaba presente su amenaza de vengarse de él. Soy capaz de hacer cualquier cosa con tal de salvar a Thiago de la denuncia.

Se abrió la puerta automática de cristal del centro hospitalario. Mi yugular iba a explotar, tenía miedo de lo que me encontraría. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, no sabría decir si por el cambio de temperatura al entrar allí o por el pánico de lo que conseguiría. Caminé por el pasillo largo que me llevaría a la habitación de Erik. Justo coincidí con Marta, la enfermera que estaba con él, salía de la habitación. Ella era amiga de mi padre desde hacía unos años.

—¡Qué tal guapísima! ¿Cómo va el dolor?

—Mejor. Lo malo es la escayola. Sabes que las detesto.

—Tu padre me dijo que te caíste por las escaleras. Entre los esguinces y los tropiezos Cloe, ¡menudos sustos!

—¡Ya te digo! Siempre he sido muy patosa —suspiré justificando mi lesión. Me sonrió con cariño y se apartó para que pasara.

—A este chico le darán el alta pronto. Ha preguntado por ti varias veces. —Me guiñó un ojo y se alejó con el carrito cargado de medicamentos y utensilios de curas. Entendí que era una manera de agradarme. Lo que ella no sabía era que este chico ya no volvería a ser lo mismo para mí.

Abrí la puerta y al entrar vi a Erik, sus ojos verdes brillantes. Y de repente todo mi miedo se convirtió en ira. Fue como una bipolaridad extraña. Nunca lo había sentido. Una forma de tomar seguridad en mí, un chute de adrenalina que me puso en alerta y a la defensiva inmediatamente.

—Hola, nena «¡Qué nena ni qué niño muerto!» La Cloe estúpida e ingenua dejó de existir el día en que me tiraste por las escaleras.

—Hola.

—¿Dónde estabas? —preguntó con interés alzando una ceja, queriendo demostrar altivez.

—No te importa —respondí con molestia. Quería gritarle de todo. Sentía la sangre subir hasta mi cabeza como un volcán a punto de estallar.

—Cloe, lo siento —se lamentó cogiéndose el pelo. Se hizo el silencio.

—¿Tú estás de coña? —repliqué estresada batiendo al aire una de mis manos.

—¿Qué? —preguntó confundido.

Creo que no esperaba mi reacción. Os aseguro que yo tampoco.

—Te pones como un puto histérico sin motivo alguno y me dejas así —alegué agitando el brazo y la muleta—. Me tiras por las escaleras, te metes en varias peleas con mis amigos, me ridiculizas. Me dices que vas a matar a Thiago. Supongo que era sarcasmo, ¿no? —aseguré indignada.

Mis días de adolescente. Decidir. II (Publicado en físico).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora