Capítulo 54

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Desesperada en acción.

CLOE

Salí del portal y allí estaba él, apoyado en la moto, mirando al móvil y colocándose el tupé. Creo que es un tic nervioso que tiene. Llevaba unos pantalones vaqueros negros cortos y una camiseta del mismo color con letras de color rojo en el pecho. Los cascos estaban encima de la moto.

Me acerqué y levantó la vista, se subió las gafas de sol y me miró esbozando esa sonrisa provocadora.

—Me gusta tu camiseta, te la voy a robar —fue lo primero que me dijo en cuanto me acerqué.

—Cuando quieras, que yo sigo teniendo tu sudadera —me puso las manos en la cadera y me dio un beso casto en los labios.

—¿Me estás ofreciendo que te la quite? Uy, Cloe... —me miró a los labios y se acercó poco a poco haciendo que elevara mi temperatura como solo él sabía hacer.

Cuando estaba a punto de besarme miró hacia el cielo haciéndome una cobra y dijo:

—Hace buen día para mi plan, venga, ponte el casco —mis ganas de sacudirlo cuando hacía esas cosas era indescriptibles.

—Vale —dije como si nada y creo que le sorprendió que no replicara como era costumbre.

Me aparté de él y agarré el casco negro. Cuando él se colocó me subí sin agarrarlo por la espalda y en ese momento arrancó lento y frenó bruscamente por lo que yo, aterrorizada, me agarré con fuerza a su espalda. Se rio mucho.

—¡Joder contigo! —dije golpeándome de rebote con su casco.

—Pero ahora me estás abrazando, picada —se burló y arrancó de nuevo.

Estuvimos viajando unos diez minutos. Yo iba pensando un poco en todo lo que me había ocurrido desde que entré en el nuevo instituto; me había cambiado la vida, literalmente, las amistades, mi amor propio, mi felicidad aunque, obviamente, había pasado por mis momentos duros.

Thiago frenó en un parking al aire libre que estaba casi lleno. No pregunté porque sabía dónde estábamos. Era la Playa de Bastiagueiro, así que estábamos en un silencio cómodo. Me cogió la mano y me preguntó:

—¿Alguna vez has surfeado?

Me puse nerviosa al instante. ¡CÓMO QUE SURFEAR!

—¡En mi vida he tocado una tabla, aunque me encantaría!

—Lo sé y hoy es tu día de aprender —sonrió con ternura.

Me ilusionó que se ofreciera a enseñarme aunque me daba un poco de pánico. Caminamos por la arena hasta que llegamos junto a sus abuelos, a quienes había visto ya un par de veces. Nos recibieron con una sonrisa.

Ángels ya estaba recuperada y por prescripción médica debía caminar al aire libre, aprovechando el verano. Ella podía caminar muy despacio y siempre con compañía, porque desde hacía un par de años padecía una artritis reumatoide degenerativa, una enfermedad crónica que le inflama las articulaciones. Tenía fuertes episodios que la incapacitaban durante días y por eso siempre recurría a la silla de ruedas. Martí era su compañero, su amigo, su muleta, su complemento de vida. Era muy tierno ver esa complicidad en una pareja tan mayor.

Thiago interrumpió la conversación.

—Vamos a cambiarnos —sugirió con una sonrisa.

—Id, id —afirmó Martí moviendo las manos.

Nos fuimos hasta los vestuarios.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté al ver a unas personas esperando.

Mis días de adolescente. Decidir. II (Publicado en físico).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora